Han pasado dos siglos desde que se aboliera la esclavitud en el Imperio Británico, 60 años desde que la ONU firmara la Convención Suplementaria sobre la Abolición de la Esclavitud y 26 desde la entrada en vigor de la Convención sobre los Derechos del Niño. El artículo 4 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 establece que «nadie será obligado a ser esclavo o a servir; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidos en todas sus formas». Pero la realidad vuelve a ganar el pulso al papel: en pleno 2016 hay 168 millones de niños esclavos, según cifra la Organización Mundial del Trabajo (OIT).

Las formas modernas de esclavitud son diversas. Muchos de los menores son víctimas de trata, forzados por otras personas a ejercer la prostitución o actividades ilegales como la mendicidad organizada o el tráfico de drogas; otros trabajan para pagar deudas familiares o son obligados a casarse, a tomar parte en conflictos armados como niños soldado o a servir en casas a cambio de alojamiento y comida.

«El comercio trasatlántico necesitó cuatrocientos años para llevar al Nuevo Mundo a doce millones de esclavos africanos, sin embargo, en apenas diez años, se calcula que cerca de 30 millones de mujeres y niños han sido objeto de trata solo en el sudeste asiático», escribeKevin Bales, fundador de Free the Slaves, en La nueva esclavitud en la economía global. Nepal es un claro ejemplo de ello. Cada día, entre 30 y 40 mujeres caen en las redes del tráfico, entre 12.000 y 15.000 al año.

De esos 30 millones de personas víctimas de la trata, un tercio de ellas son menores y, de cada tres menores traficados, dos son niñas. Un negocio global que genera anualmente más de 30.000 millones de euros de beneficio. Y lejos de ser un problema remoto, es oportuno conocer algunas realidades fragosas: por poner un ejemplo, se estima que unos 40.000 ciudadanos españoles viajan cada año al extranjero para tener relaciones sexuales con niños, niñas y adolescentes que son obligados a prostituirse.

No somos testigos directos, como tampoco vemos la esclavitud reflejada en las pantallas de nuestros smartphones. «Los fascinantes escaparates y anuncios de las tecnologías de vanguardia contrastan acusadamente con los niños cargados con bolsas llenas de piedras y los mineros que desfilan por estrechos túneles excavados artificialmente, expuestos a sufrir daños pulmonares permanentes», apunta Mark Dummett, investigador de Amnistía Internacional sobre Empresas y Derechos Humanos.

Dummett nos traslada a la República Democrática del Congo, donde se encuentra cerca del 80% de las reservas mundiales del cobalto con el que algunas grandes empresas tecnológicas fabrican las baterías de nuestros teléfonos móviles, tabletas y ordenadores. Más de la mitad de cobalto del mundo se produce en el país africano. En sus minas trabajan 40.000 menores, según los últimos datos ofrecidos por Unicef. Con jornadas de 12 horas y sin equipo de protección. Así lo denuncian Amnistía Internacional y Afrewatch en el informe conjunto. Esto es por lo que morimos: los abusos a los derechos humanos en el Congo impulsan el comercio global de cobalto, tras hablar con 87 mineros, 17 de ellos niños. La investigación, que toma como referencia documentación de inversores, afirma que el cobalto extraído pasa a manos de Congo Dongfang Mining (CDM), filial del gigante chino del comercio de minerales Zhejiang Huayou Cobalt Ltd (Huayou Cobalt). Ambas empresas procesan el mineral y lo venden a tres empresas de componentes para baterías en China y Corea del Sur que en 2013 adquirieron cobalto por valor de 90 millones de dólares. Estas firmas lo entregan, a su vez, a fabricantes de baterías que suministran a empresas como Apple, Microsoft, Samsung, Sony, Daimler y Volkswagen, entre otros.

La esclavitud infantil se puso sobre el tapete, una vez más, durante la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible el pasado septiembre en Nueva York. Y el próximo acontecimiento importante es la Conferencia Mundial sobre el Trabajo Infantil 2017 que tendrá lugar en Argentina. La OIT, por su parte, ya está preparando el terreno a través de un proceso de consultas que llevará a la publicación de nuevas estimaciones sobre trabajo infantil y trabajo forzoso en 2017. Mientras, los 168 millones de niños y niñas en situación de esclavitud esperan a que la canción deje de sonar.

Laura Zamarriego