Cada vez más voces claman por una solución que mitigaría el problema, por más que hoy nos suene asquerosamente indigerible: incluir los insectos en nuestra dieta diaria. Si se repasan los puntos a favor, no solo no parece una idea descabellada, sino a todas luces necesaria para la subsistencia de los recursos del planeta. Seleccionamos cinco:

1. Nuestra dieta no es sostenible

Se compone en gran parte de proteínas animales, la mayoría se obtiene de la ganadería, de la pesca y de la caza. En el mundo desarrollado, se consumen de media 80 kilos por persona y año. En los países en vías de desarrollo baja a 25 kilos, pero el crecimiento es mayor.

2. Una cuestión matemática

Según datos de Naciones Unidas, una vaca necesita 8 kilos de comida para engordar un kilo. Un grillo, del que se aprovecha el 80% de su cuerpo para alimentación frente al 40% de la vaca, requiere 1,7 kilos de comida para producir uno de carne. Y su carne es muy nutricional: la de ternera contiene 6 miligramos de hierro por cada 100 gramos, mientras que algunos insectos llegan hasta 20 por cada 100 gramos. Otro dato: toda esa carne desperdiciada para producir un kilo de carne de vaca se convierte en estiércol, con mucho más amoniaco que el desechado por los insectos, y por tanto, más gases de efecto invernadero.

3. La Unión Europea ya lo ha asumido

En 2015, el Parlamento Europeo decidió que los insectos entraran a formar parte de la definición «nuevo alimento». Por tanto, entran en la legislación, que deberán aplicar los países de la Unión. Hasta el año pasado, en España estaba prohibido venderlos e incluirlos en las cartas de los restaurantes.

4. El resto del planeta los ha consumido siempre

Europa es, prácticamente, el único continente que rechaza los insectos en su plato. En Asia y Latinoamérica, especialmente, forman parte de la cocina tradicional de muchas regiones. En Bangkok o en ciudades de China es habitual encontrar en puestos callejeros escorpiones, cucarachas o arañas fritas. En algunas regiones de Colombia, las llamadas hormigas culonas son un plato frecuente. Y en México son populares los gusanos de maguey y los chapulines, lo que nosotros conocemos como saltamontes.

5. Ya los comemos, aunque no nos enteremos

Los cereales con los que elaboramos harinas suelen estar poblados de gorgojos que se los comen. Al moler el cereal también se muelen estos diminutos insectos, que pasan a formar parte de la masa. La legislación tolera la presencia de proteína animal en las harinas, siempre que esté en un porcentaje controlado.

El surimi, por otro lado, que conocemos como ‘palitos de cangrejo’, es en realidad pescado blanco teñido con cochinilla. Es un insecto que vive en los cactus: se aplasta y se frota contra el producto elegido, y le da color. Se cría y comercializa en grandes cantidades, cientos de toneladas al año, en las Islas Canarias y Perú.

Luis M. García