A algunas voces interesadas en desprestigiar al sector les ha faltado tiempo para denunciarlo. Cualquier excusa es buena para demonizar una alternativa que cada vez tiene más seguidores.

La mayoría de los que apostamos desde hace años por una producción y un consumo ecológico lo decimos: una etiqueta no garantiza que lo que comemos sea más justo, sostenible ni necesariamente saludable. La certificación asegura que el alimento en cuestión se ha elaborado sin utilizar sustancias químicas de síntesis (como pesticidas), pero en ninguna parte dice nada de su origen. Podemos encontrar manzanas con la etiqueta bio que nos llegan de Chile o fresas cultivadas en Huelva en grandes explotaciones. Un producto puede estar etiquetado como tal y, al mismo tiempo, utilizar aceite de palma y ser muy procesado.

Si queremos que la agricultura y la alimentación ecológica sean una alternativa real, hay que ir más allá de la etiqueta. La clave es apostar por una producción orgánica (con certificación o sin ella, pues hay experiencias a pequeña escala con una relación directa con el consumidor que no lo necesitan), de proximidad (¿qué sentido tiene consumir alimentos que vienen de la otra punta del mundo cuando estos se cultivan localmente?), de comercio justo (cuando se trata de productos incorporados en nuestra dieta pero que aquí no pueden elaborarse, como el café), de agricultores (dignificando y visibilizando este trabajo imprescindible) y garantizando unas condiciones laborales dignas a los trabajadores que intervienen en toda la cadena. No olvidemos tampoco el lugar de compra. Ahora hay supermercados que nos ofrecen este tipo de alimentos, pero sus condiciones de producción, distribución y consumo lo son todo menos justas. Mejor comprar al comercio local comprometido, a un grupo de consumo o en los mercados campesinos.

Y si queremos cuidar nuestra salud, comamos comida: fruta y verdura ecológica y de temporada, cereales y proteína bio de calidad. Cuantos menos alimentos procesados, por más certificación que tengan, mejor. Volver, en la medida de las posibilidades, a la cocina y a los fogones. Si mantenemos estas premisas, poco aceite de palma encontraremos en los productos eco que consumimos.