Por ejemplo, no pueden acercarse al continente con barcos de más de 400 pasajeros, no pueden desembarcar más de 100 personas a la vez, no pueden coincidir dos barcos en el mismo punto de desembarco, etc.

Debemos entender que toda actividad humana genera impactos. Se calcula que por encima de las 500 pisadas, una cubierta vegetal es ya de difícil recuperación. Uno de los estudios más interesantes sobre el impacto del turismo en la Antártida es el llevado a cabo por los doctores Javier Benayas (Universidad Autónoma de Madrid) y Martí Boada (Universidad Autónoma de Barcelona) con motivo del Año Polar 2008-2009.

Los investigadores reconocen que el mayor peligro del turismo antártico “no es tanto el impacto físico y/o ecológico al medio a las poblaciones vegetales y animales y su biodiversidad única en el planeta.

Lo que debe preocupar es el continuo incremento del transporte de turistas y el número de barcos y aviones que se desplazan al continente, que implica un mayor riesgo de accidentes con alta probabilidad de posibles vertidos contaminantes, en un entorno en el que las condiciones climáticas y ambientales son bastante adversas e impredecibles”

Todo lo que ocurre en la Antártida nos afecta al resto del planeta, es uno de los focos que mueven toda la ingeniería del clima a nivel planetario. Conocer ese clima nos permite mejorar nuestras predicciones meteorológicas.

Resulta paradójico que al lugar más limpio y más impoluto del planeta llegase la contaminación producida en un lugar tan distante como el hemisferio Norte.

Gracias a que allí había bases que monitorizaban el ozono se ha podido poner en marcha acuerdos internacionales encaminados a evitar ese daño atmosférico.

Si no se hubiese prestado atención a esa investigación básica, probablemente habríamos descubierto el agujero de ozono cuando hubiese llegado a Sudamérica, el proceso de control habría resultado más lento y sus efectos adversos se habrían manifestado en capas más amplias de la población. Hasta mediados de este siglo no se recuperarán las condiciones normales de ozono. Si hubiésemos seguido con esas emisiones contaminantes el resultado habría sido catastrófico.

Ahora volviendo al tema turístico, el primer barco con turistas llegó a las costas antárticas en 1958. A partir de 1990 la actividad turística se disparó. En 2009 se registró el máximo de visitantes hasta la fecha: 50.000 personas.

En el 2011 ese número descendió a 35.000. En total, la pasada temporada 2010-2011 operaron 51 barcos de diversas compañías en la Antártida, a los que hay que sumar las llegadas en avión a Union Glacier Camp, el único campamento turístico en el interior del continente.

Según algunos estudios solo es atribuible el 5% del impacto humano en el continente a los turistas; el resto lo provocan los 4.000 científicos que trabajan en las bases permanentes y temporales.

La Antártida tiene 14 millones de kilómetros cuadrados (3 más que el continente europeo) pero las 35.000 personas que fueron allí el año pasado se movieron solo en el 0,005% de ese territorio.

Es decir, de 1000 kilómetros de costa de la Península Antártica (la zona a la que van todos los cruceros turísticos) se utilizan solo unos 200 puntos de desembarco; de ellos, la mitad no reciben más de 500 visitantes al año, y la mayoría se concentran en 10 lugares muy concretos (entre ellos, Port Lockroy e isla Decepción).

Es decir, la inmensa mayoría de la Antártida está libre de visitas turísticas… afortunadamente.

 

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