Esta acción que en un principio fue promovida por grupos sociales de distinta índole, ha logrado introducirnos en el debate sobre la necesidad de recuperar naturaleza en las ciudades ya sea para reducir la contaminación, incrementar la recreación, la ornamentación, la bioeducación e incluso las terapias contra el estrés urbano a través del cultivo. Sin embargo, los colectivos sociales todavía tienen que trabajar mucho ante sus respectivas alcaldías o ayuntamientos para conseguir una autorización que les permita llevar adelante la agricultura, enfrentando también la oposición de vecinos conservadores que prefieren las infraestructuras duras que son el símbolo de la modernidad, pero que nos hicieron olvidar el origen primario de la vida.

En el caso de La Paz que, el 2017 ha sido sede de la XVII Asamblea de la UCCI (Unión de Ciudades Iberoamericanas), se tiene el Programa Municipal de Huertos Orgánicos que empezó en las escuelas pero ahora reporta ya la primera experiencia vecinal de cosecha de verduras en la zona de Obrajes del Macrodistrito Sur.  A nivel de la UCCI los gobiernos locales han establecido la necesidad de “…profundizar los estudios sobre el índice de área verde por habitante de la ciudad…” entre otras cosas, para responder a las exigencias ambientales de salud y sanidad pública.

Asumiendo su responsabilidad en este mismo sentido, la Plataforma de Agrobolsas Surtidas, que es un movimiento alimentario rural urbano, promueve la agricultura urbana a través de talleres prácticos a cargo de productores rurales, que hasta ahora estaban acostumbrados a llegar a la ciudad solamente para vender su producción y nunca se imaginaron que los conocimientos heredados de sus padres y abuelos, pudieran ser transmitidos a la gente en las ciudades con una actividad que les signifique también un ingreso económico adicional.

Con este método se están logrando varias cosas, primero reestablecer los lazos rotos entre el campo y la ciudad, valorar los conocimientos de campesinos y campesinas que poseen una verdadera ciencia ancestral, entender el gran desafío que significa hoy en plena crisis climática, producir alimentos de manera orgánica. Las primeras productoras que incursionaron en esta experiencia fueron María Villanueva, de la comunidad de Chinchaya y Virginia Durán de la comunidad de Achumani en Sapahaqui, quienes valientemente aceptaron el reto con muchos temores e incertidumbre, pero con gran convencimiento de que tenían algo que aportar. A partir de ellas se van sumando más experiencias que van enriqueciendo el nuevo proceso.  Por otro lado, los propios agricultores van reconociendo cuánto saben y se espera que recobren la autoestima sectorial perdida por siglos debido a que las ciudades desplazaron lo rural al último lugar en la escala del estatus social.

Por supuesto en esta experiencia no faltó la cuestionante importante que decía: si vamos a aprender a cultivar nuestros alimentos en las ciudades, vamos a alterar negativamente la economía campesina. La respuesta para esto es que se trata de grandes proporciones de diferencia, porque a estas alturas de la historia el 70% de la población mundial se ha desplazado a las ciudades y para producir alimentos suficientes para todos se necesitan grandes porciones de tierra que en la ciudad está sepultada.  Sin embargo, aprender a cultivar en jardines y macetas de espacios públicos y privados, es una acción profundamente formadora de conciencia y humanidad que todos necesitamos para mejorar nuestras relaciones con la naturaleza.

En el caso de los espacios públicos, la agricultura urbana está logrando recuperar comunidad vecinal, que es lo que se necesita para tener una sociedad organizada y movilizada para avanzar hacia la calidad de vida y la utópica ecología.