El presidente de EEUU George W. Bush ha insistido en llevar a cabo la perforación de pozos de petróleo en las reservas naturales de Alaska. Como no han suscrito el Protocolo de Kioto se permiten afirmar sin fundamento alguno que expoliar ese paraíso ecológico no tendría ningún impacto medioambiental. La superficie de terreno para estas perforaciones es de unas 700.000 hectáreas, casi un 30% del total de la reserva natural. Con sólo imaginar la red de carreteras, depósitos, vertidos, humos y gases nocivos arrojados a la atmósfera uno tiene derecho a protestar por esta agresión a la naturaleza. El impacto medioambiental de esa actividad, que sólo se acomete por razones económicas, no sólo afectaría a esas 700.000 hectáreas sino a toda la reserva natural y a los territorios, aguas del mar y espacio atmosférico que propagaría esa carga letal.

El desastre ecológico sería incalculable y contribuiría a acelerar el deshielo de los polos, a contaminar las corrientes marinas y a los bancos de especies que tienen en esas aguas remansos naturales. Es una inmensa amenaza que pesa sobre el mundo al considerar toda tierra y todo espacio como un mero recurso bueno para ser explotado.

Pero esa agresión al medio ambiente no sólo afecta al pueblo norteamericano sino a la humanidad entera, porque el espacio medioambiental de Alaska no pertenece a Estado político alguno sino que es patrimonio de la humanidad. La contaminación no conoce ni respeta fronteras y, de acuerdo con el aforismo romano, “lo que a todos afecta por todos debe ser controlado”. Recordemos lo que sucedió en 1989 cuando el petrolero Exxon Valdez derramó 40.000 toneladas de crudo sobre las costas de Alaska y las consecuencias de esa catástrofe permanecen todavía hoy.

Por eso, al igual que millones de seres humanos se lanzaron a las calles en los cuatro puntos cardinales para protestar contra los acuerdos de la OMC en Seattle o contra la invasión de Iraq por la coalición anglo norteamericana, así también deberíamos de promover protestas en todos los ámbitos y con todos los medios a nuestro alcance contra esta política geocida. Deberíamos de organizar movidas, pintadas en las Universidades y en otros muchos centros sociales, y hasta en el Metro y en otros espacios de paso, para alertar a los ciudadanos sobre la responsabilidad que todos tenemos de proteger el medio ambiente.

En este tema pienso que cabe aplicar el Derecho de Resistencia ante los tiranos. Ese Derecho que se convierte en Deber cuando padecen los débiles, y actualmente las costas, los montes, los hielos, los ríos y los mares se presentan inermes ante la voracidad de los nuevos tiranos. Es posible abrir debates en las aulas y en los medios de comunicación social, en los lugares de reunión y desde los púlpitos de los templos de las diferentes tradiciones religiosas. ¿Sólo se han de ocupar de lo relacionado con el sexo, con la reproducción y con lo que ellos consideran moral revelada? Porque de lo que no cabe duda es de que en el ámbito de la Ética debe insertarse la responsabilidad humana en su acción depredadora sobre el medio ambiente, pues de él procede la vida, en él tiene ésta su sustento y nuestra contaminación criminal acorta la vida, amenaza la supervivencia de las especies, entre ellas, la humana. Y un día, acogerá nuestros restos como gran regazo materno.

El tiranicidio no sólo puede ser lícito sino necesario. Como los tiranos de hoy no son reyes ni señores feudales al uso, es lícito extrapolar el concepto hacia los grandes poderes, siniestros e inhumanos, que destrozan el mundo. Si asusta esta propuesta, que se piense en las muertes que ocasiona la contaminación producida por las industrias del petróleo, de la química, de los metales, de la construcción con sus cementeras y, por supuesto, de ese poder oscuro de la farmacocracia responsable de enfermedades y muertes de etiología iatrogénica. Esto es, por las enfermedades causadas por medicamentos, hospitales y personal sanitario en su locura reduccionista mientras padece la dimensión holística que envuelve e informa la creación entera. Nosotros somos responsables y por ello debemos tomar medidas y exigírselas a nuestros gobernantes pues para eso los hemos elegido. Y si es lícito evitar o impedir la muerte de un ser inocente por los medios adecuados, no lo puede ser menos cuando peligran especies enteras y la misma vida sobre la tierra.

José Carlos García Fajardo. Profesor de Pensamiento Poltico UCM