No obstante, casi siempre nos fijamos sólo, tanto para lo bueno como para lo malo, en las repercusiones económicas que tiene. De ese modo, solemos olvidar otras, no menos importante, determinadas por la convivencia y la asimilación de culturas. Como diría Serrat, son aquellas pequeñas cosas.

Viernes por la tarde, colegio de un barrio no alejado del centro de Valladolid con importante presencia de alumnos inmigrantes. Es la hora de salir de clase, de poner fin a una semana de indeseada reclusión y dar pie al ocio, la pereza y la libertad que promete el fin de semana. Así ha sido siempre, y siempre la excitación de los escolares justifica escenas de desbordada y alocada alegría. Cuando yo iba a Primaria, en otro centro relativamente cercano a ése, también era así.

No había tantos extranjeros en Valladolid por aquel entonces. Habrá quien lea esta frase con nostalgia, sin pensar en que son esos foráneos los que con su mayor natalidad pueden compensar el galopante envejecimiento de nuestra población, o los que pueden salvar de la desaparición al cada vez más testimonial medio rural de regiones como Castilla y León, o que sólo con su esfuerzo y el de sus hijos tal vez logre mantenerse algún tipo de sistema de pensiones. El caso es que en aquel colegio de hace 20 años, en el que la inmensa mayoría de los alumnos eran de probada ascendencia ibérica con sus adustos padres castellanos, las madres (en aquel entonces eran mayoritariamente ellas las que iban a recoger a los estudiantes, por encima de abuelos y, muy por encima, de padres) conversaban con otras madres con un tono y un lenguaje propio de nuestro carácter.

Quizá por ello, me llamó tanto la atención al pasar por el colegio que inicia este artículo, el escuchar las bromas y chascarrillos con marcado acento caribeño de las familias que pasaban a por sus pequeños, con una forma de ser tan distinta a la nuestra, en la mayoría de los casos, que transmitía alegría y cercanía. Hasta un extraño que pasara por allí, como era mi caso, sonreía ante tal proximidad.

Debatir sobre los tópicos de una u otra cultura (como de una u otra región de España) es un tedioso enredo en el que no vale la pena entrar, pero al comparar cómo eran las salidas de mi cole con las de estos niños, resulta imposible ver la evidencia de los cambios, y no con nostalgia, sino con el regocijo de ver una sociedad que se enriquece, de ver el buen humor de otras latitudes mientras sus hijos, negros o mulatos, hablan con el mismo acento que un oriundo del Pisuerga y se empapan de lo bueno de uno y otro sitio, como también tomarán vicios de uno y otro lugar.

Líbrenos Dios de ignorar todos los aspectos negativos que podremos encontrar en la inmigración, la mayoría relacionados con problemas de marginalidad que, bien mirado, responden más a una cuestión de pobreza y desigualdad que cultural, pero si entre los positivos nos acordamos de aquellos relacionados con nuestra economía y nuestro bienestar, procuremos no olvidar esos otros, esas pequeñas cosas, como diría Serrat, que nos dejó el mestizaje que un día llevamos a un Nuevo Mundo y que hoy nos devuelve el destino.