Antes de su despegue se había acomodado en el punto preciso. Sabía que ese era el mejor sitio de la zona donde sus víctimas llegaban, con una visibilidad inmejorable y con escaza competencia de sus competidores más pequeños.

Perder el sustento diario por una mala ubicación o simplemente por la competencia no es un lujo que muchos se puedan dar en tiempos de crisis.

Confiaba en sus formas diseñadas precisamente para emerger a alta velocidad restando opciones para el infortunado que descuidadamente se acercaba a sus dominios.

Prodigiosamente dotado y guiado por el instinto, el resultado que podía obtener era el que todos lograban desde tiempos inmemorables cuando sus antepasados de mayor envergadura eran capaces de luchar con fuerzas superiores pero ante oponentes fieros, duros de escamas y armados hasta…con grandes dientes.

El primer contacto que sería también la mordida mortal era inminente. No había tiempo para cambiar el curso de la naturaleza en la lucha por la sobrevivencia y cuando el objetivo había sido marcado sólo el azar podía determinar un rumbo diferente con una presa a salvo y un depredador hambriento.

Todo estaba predeterminado.

En el mordisco sintió la alegría que el éxito le proporcionaba pero ante la nula resistencia se dio cuenta que algo no estaba bien.

La dimensión era la correcta, su triangulación no había fallado, la mordida fue apropiada con la fuerza suficiente para romper los huesos de su víctima pero sus dientes se estaban hundiendo sin resistencia y sin el sonido seco de la presa que se quiebra.

Al sumergirse con ese bulto atrapado con sus números dientes triangulares se dio cuenta que no podía ser un león marino. No había sangre sino un montón de restos de material plástico y metálico que comenzaba a salir por ambos extremos de la bolsa que hasta ese momento los contenía.

El tiburón blanco quedó no solamente desalentado y con una duda que lo acompañaría en otras oportunidades al salir a cazar.

En las profundidades del mar ya se comentaba de las cosas extrañas que estaban pasando en la superficie y de las sorpresas que alguien les preparaba en las costas y que sin reparo les alcanzaba en barcos o en tuberías que apuntaban a lo que los de su especie llaman hogar.