Un error trágico

Hay muchas versiones de lo ocurrido aquella primavera en la central nuclear de Chernóbil – o Chernobil, como prefieran . La mayor catástrofe de la historia de esta fuente energética, que se nos vendió hace 40 años como imprescindible y como solución al problema de la obtención de recursos. Ocurrió por una serie de desinformaciones y errores humanos. El primero, no haber estudiado en profundidad los peligros que el invento conlle vaba. Parece ser que los responsables trataron de realizar unos experimentos sin prevenir las medidas de seguridad pertinentes. Se produjo un incendio que desencadenó la tragedia.

Tal vez por un error personal, tal vez por un fallo técnico o de construcción pero los reactores de Chernóbil carecían de una cámara de aire que contuviese la radioactividad en caso de catástrofe. Cuando el reactor explotó por los efectos del vapor de agua, hubo un incendio que los obreros trataron de apagar mientras que la radioactividad se extendía por todo el aire. La explosión, de mucha fuerza, desprendió la tapa del reactor de 4 toneladas de peso, y ésta, lanzada a endiablada velocidad, rompió el techo del edificio, y por allí escapó el jinete apocalíptico de la contaminación radioactiva.

A partir de este momento los hechos se precipitaron. Por el cielo de Ucrania se extendió una nube tóxica de material fusible; las administraciones fallaron no sólo en sus medidas de evacuación, también en las de información, motivada por el secretismo de comunicación existente entonces en la extinta URSS. El, por aquel entonces, primer ministro, Mijail Gorbachov informó de lo sucedido diez días después del accidente, ni tan siquiera los afectados sabían con seguridad lo que estaba sucediendo.

Los héroes anónimos

Poco se supo en occidente de los hechos de aquel terrible día de abril, pero sí se conocieron posteriormente los efectos de tan terrible desgracia. Los “liquidadores”: bomberos, soldados, funcionarios y voluntarios combatieron durante semanas contra el fuego y la radiación en condiciones paupérrimas. En mangas de camisa, sin trajes ignífugos, ni cascos, ni material adecuado, miles de hombres lucharon con denuedo para paliar los efectos del desastre, para retirar escombros y organizar la evacuación de la zona, bajo los efectos de una radiación elevadísima. Un total de 600.000 liquidadores participaron en la limpieza de la zona y la construcción del primer sarcófago para encerrar el reactor explosionado. Primero fueron cerca de 70.000 los voluntarios enviados, pero en los dos siguientes años el número de liquidadores que trabajaron en Chernóbil se eleva a la cifra apuntada. Su heroicidad les llevó a la muerte y a la invalidez.

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La ciudad sin ecos

Recorrer la zona de la catástrofe de Chernóbil, o pasear por la abandonada ciudad de Pripyat, situada a 1 km. de distancia de la zona de residencia para los trabajadores, es algo dantesco. Hay que imaginar toda una ciudad sin tráfico donde no existen ni tiendas, ni cines, ni restaurantes habitados. Todo es desolación donde antes deberían jugar los niños y donde habría alegría y luces. Los vecinos de esa población la tuvieron que evacuar a los pocos días de que el reactor número 4 estallase y contaminase de radioactividad, una extensa zona de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Más de 116.000 personas fueron evacuadas de Pripyat y de su comarca.

No quedan ecos en Prpyat, la ninfa mitológica no devuelve los ayes ni los lamentos de sus cerca de 47.000 antiguos habitantes. Era un lugar “fabricado” para los trabajadores del complejo nuclear que iniciaban allí una vida plena de esperanza.

Hoy la ciudad está dentro de la “zona de exclusión”, las tristes calles de Pripyat, se van otra vez poblando lentamente por jubilados (apenas son dos centenares) que nunca se adaptaron a la vida en otro lugar, o tal vez porque nadie les compensó por su desgracia, o quizá porque ya poco les importa morir otra vez. Lo harán sin esperar oír un eco en las vacías calles.

El bosque encantado

A cuatro kilómetros de la central se encuentra un bosque de pinos. La radiación los tornó marrones y todos murieron atrofiados y deformes en posturas de horror. Algo de humanos tenían aquellos árboles. Los animales de la foresta también murieron o cesaron de reproducirse. Los embriones de ratón se desintegraron y los cuadrúpedos en un área de 6 kilómetros murieron cuando sus glándulas tiroidales se quemaron por el efecto radioactivo.

Secuelas de Chernóbil

Tal vez nunca sabremos las personas que cada día mueren por los efectos de la radiación de la central nuclear. La explosión, la mayor de la historia de la energía atómica, esparció 200 toneladas de material fusible, con una radioactividad equivalente a entre 100 y 500 bombas atómicas como la de Hiroshima. Más de 2300 localidades ucranianas sufrieron los efectos de la contaminación.

La radioactividad ha afectado en uno u otro grado a 2,6 millones de habitantes, de los cuales 600.000 son niños. Dos millones de personas sufren secuelas de la radiación en la vecina Rusia, y en Bielorrusia, el 23 % del territorio fue contaminado por la lluvia radioactiva. De aquellos héroes “liquidadores”, más de 100.000 están muertos. Lo más grave de todo es que las autoridades ucranianas advierten que en la destrozada central, en sus reactores 1, 2 y 3 aún tienen combustible nuclear, con lo que todavía existe el peligro de una nueva catástrofe.

Una de las soluciones que propone el Gobierno ucraniano a través de su presidente Yúschenko es la de la celebración de una conferencia de donantes para construir un nuevo sarcófago que cubriría el actual, de acero y de hormigón, que ya presenta grietas y fugas radioactivas. Yúschenko cifró en 1.900 millones de dólares el coste de las obras, y dijo que el nuevo sarcófago debería estar construido antes del 2.010 para evitar posibles fugas.

La respuesta de la comunidad internacional no se ha hecho esperar, y el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) anunció la asignación de 263 millones de euros para las obras de construcción del nuevo sarcófago, que podrían comenzar este verano y que, según Yúschenko, se podría adjudicar en las próximas semanas el proyecto a una compañía francesa.

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Un canto a la esperanza

A pesar de esta situación, hay optimistas que entienden que Chernóbil puede ser un lugar si no idílico, sí de esperanza. Un artículo para la BBC News, de Stephen Mulvey, informa de una sorprendente actividad biológica en el área evacuada alrededor del sarcófago. Dice el periodista que después de perder a casi toda su fauna, ahora se ha convertido en un “paraíso” para la vida salvaje y una reserva natural.

Cuenta que a medida que fueron evacuando los hombres el área de Chernóbil, los animales se fueron adentrando y en la zona se multiplicaron las especies, y aparecieron algunas que d u r a n t e décadas no habían sido vistas por aquellos lugares, como los linces o el búho real. Asegura el autor que “los animales no parecen sentir la radiación y ocupan la zona a pesar de las condiciones radioactivas”. Un montón de pájaros anidan dentro del sarcófago y, a pesar del plutonio que seguro debe existir en la zona al no haber industria, ni herbicidas, ni tráfico, nada molesta a la nueva fauna. Los jabalíes dicen que se han multiplicado por ocho y que ha resurgido el mítico depredador que es el lobo.

Ante esta adaptación cabe preguntarse si hay esperanza para la zona, enten demos que el artículo de Mulvey es verdaderamente optimista ya que la radiación tarda en desaparecer cientos de años. Cuenta en su artículo Stephen que se está experimentando con ratones – da el nombre de un científico: Sergey Gaschak – en el Bosque Rojo, (a pesar de ser una flora apocalíptica), y han comprobado que el ciclo de vida de los nuevos roedores es parecido al de otros de su especie en “áreas relativamente limpias”. Durante toda la investigación sólo se ha encontrado un ratón con síntomas cancerígenos. Y al mismo tiempo dice el científico haber hallado amplias evidencias de mutaciones en el ADN de los animales, pero nada que afecte a su fisiología o su habilidad reproductiva.

Es un canto a la esperanza, a que el Bosque Rojo vuelva a ser encantador y no encantado, a que los habitantes de dentro de un par de generaciones Pripyat vuelva a tener niños y vida. La esperanza de que, alrededor del nuevo sarcófago, crezcan flores y enredaderas y el antiguo complejo nuclear de Chernóbil quede cubierto como esos templos hindúes o aztecas cubiertos por la maleza. Que se curen los afectados y que sonrían de nuevo.