Soy el primer interesado y preocupado por el devenir de los acontecimientos políticos y, por qué no decirlo, históricos, en Cataluña, pero permítame el lector que dude de si el circo mediático que Artur Mas y Mariano Rajoy están montando a cuenta del legítimo derecho de los ciudadanos a votar su futuro puede afectar más a la vida diaria de los españoles que la necesidad de cada vez más personas de tener que acudir a la beneficencia para salir adelante.

 Y es que si en 2013 se superaron los 2,5 millones de atendidos es porque en ese año se incrementó en 600.000 su número, lo que demuestra que la cacareada recuperación de la macroeconomía española y esas “raíces vigorosas” de las que hablaba el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, apenas han tenido repercusión en la calamitosa situación de una población afectada por un crecimiento indecente de las desigualdades sociales y un desmantelamiento progresivo del Estado del Bienestar, que a duras penas resiste.

A esto habría que sumar la corrupción, una burla que suena a guinda del pastel horneado por unos políticos que en lugar de arreglar los problemas de la gente a la que sirven, se dedican a robarla. Frente a ello, sólo les queda el recurso a la manipulación y el apego a los sentimientos sobre la razón.

De esta forma, Artur Mas no resistió la tentación de convertir la firma de un decreto, como tantos que habrá firmado a lo largo de sus dos mandatos, en un espectáculo televisivo bochornoso, con una corte que, en medio del estilo eminentemente gótico del Palau de la Generalitat más recordaba a Edad Media que a siglo XXI, y un contingente de seguidores en la plaza de Sant Jaume que hacía dudar de si Mas era el líder de los remensas a lo Francesc de Verntallat, o una estrella del rock a lo Mick Jagger.

Pero, ¿qué hay de Rajoy? Mientras él se anudaba la capa de Capitán España, o Capitán Constitución si se quiere, secundado por el fiel lebrel de sempiterna camisa blanca y aire de triunfito que es Pedro Sánchez, Cáritas dejaba por los suelos su gestión como paladín de los intereses de los españoles. Porque a los españoles les interesa llegar a fin de mes, comer todos los días y evitar el embargo de su casa mucho más que si los catalanes pueden votar o no el día 9 de noviembre. Sin embargo, casualidades de la vida, la verbena del decreto y el recurso al Constitucional eclipsaron una noticia nada apetecible para el Gobierno. Qué suerte la tuya, Mariano.

 Así que perdónenme, pero esta vez no voy a opinar de si lo que ha hecho el Tribunal Constitucional está bien o no, ni sobre lo que puede pasar ahora en Cataluña, ni sobre lo que debe hacer el Ejecutivo central al respecto. El pasado lunes había una noticia bastante más grave a la que los informativos dieron menos importancia y algunas preguntas siguen en el aire. ¿Qué hace mi Gobierno para corregir esto? ¿Son constitucionales estas desigualdades sociales?