infogra_alimentacion_v2Los hábitos de compra alimentaria están directamente relacionados con la cantidad de desechos que se generan y en un mundo cada vez más poblado, con núcleos urbanos que concentran a un mayor número de ciudadanos, la generación de residuos se ha multiplicado en los últimos años. Los datos son contundentes: cada hogar español tira a la basura 76 kilos de comida al año, según los informes de la Comisión Europea.

«En las ciudades, los alimentos aparecen como por arte de magia y nos olvidamos de dónde vienen y cómo han llegado hasta aquí. Se ha perdido el conocimiento sobre el ciclo completo de la comida», opina Remedios Robles, profesora investigadora de la Universidad de Córdoba e investigadora del proyecto SMOT, una iniciativa europea cuyo objetivo es desarrollar e implantar sistemas de recogida de residuos municipales en los cascos históricos de las ciudades.

El éxodo rural que se produjo en el siglo XX, tras la revolución industrial, hizo que el hombre moderno fuera perdiendo la relación directa con el medio. Cuando la mayoría vivía en zonas rurales, existía una profunda conciencia que en las ciudades se ha ido evaporando: todo lo que comemos viene de la tierra. Además, el hombre convivía con animales, que aprovechaban los desperdicios. Sin embargo, en los núcleos urbanos existe menos conciencia sobre el origen de lo que nos llevamos a la boca. «La revolución verde ha producido una gran cantidad de recursos alimentarios que no han ido a paliar el hambre en el mundo, sino a engordar la gula consumista. Consumir para tirar», añade Robles.

Hay dos motivos principales por los que los consumidores tendemos a desperdiciar comida. Por un lado, los productos no se consumen a tiempo, caducan y al final terminan en la basura; por otro, se cocina o prepara comida en exceso que luego sobra y también se tira. Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cada año se desaprovechan en el mundo más de 1.300 millones de toneladas de alimentos, es decir, un tercio de la producción mundial, de los que 89 millones de toneladas de comida en buen estado corresponden a la Unión Europea. Esto cuesta más de 500.000 millones de euros anuales a las regiones industrializadas y casi 230.000 millones de euros a los países en vías de desarrollo.

Pero al impacto económico y social, hay que añadir los efectos medioambientales. Las emisiones de CO2 debidas al despilfarro de alimentos ascienden a 3.300 millones de toneladas al año, según el informe de FAO: La huella del desperdicio de alimentos: impacto en los recursos naturales. Los estudios estiman que si Reino Unido eliminara todos sus desperdicios alimentarios, la disminución de emisiones de CO2 sería equivalente a la desaparición del 25% de los automóviles que circulan por las carreteras del país. «Debemos examinar nuestras pautas de consumo y reducir el desperdicio de alimentos. Un consumo de alimentos caracterizado por la dilapidación conducirá a una demanda insostenible de recursos naturales», advierte el director general de FAO, Graziano de Silva.

¿Qué medidas efectivas podemos tomar para reducir la cantidad de desechos alimentarios? El primer paso, según la profesora Robles, es llevar a cabo «una compra responsable, teniendo en cuenta las siguientes premisas fundamentales: ¿realmente necesito lo que estoy comprando?, ¿qué cantidad necesito?». En definitiva, lo que podríamos llamar una organización sostenible de la compra.

Planificar y ordenar

Más del 30% de la comida que tiran los consumidores europeos todavía está en su envase original cuando llega a la basura. Un estudio del programa WRAP –un proyecto británico que ayuda a gobiernos y organizaciones a reciclar los desperdicios– concluyó que las personas que planifican, hacen listas de la compra y controlan la comida de la que disponen, desperdician menos alimentos que los llamados ‘compradores espontáneos’.

El manual del consumidor responsable aconseja hacer listas de la compra en las que anotemos sólo aquello que necesitamos y diferenciemos los productos por categorías (frescos, congelados, despensa); elaborar menús semanales para calcular las cantidades exactas de los productos necesarios; comprar fruta y verdura de temporada; organizar la nevera, el congelador y la despensa teniendo en cuenta las fechas de caducidad (lo que primero entra, primero sale; es decir, lo menos perecedero siempre al final); congelar; guardar la comida que sobra y reutilizarla en nuevos platos y recetas.

Se trata de pequeños gestos y acciones diarias e individuales que pueden cambiar de manera significativa las cantidades de comida perdida o desperdiciada al año. Con más de 50 consejos para desarrollar un consumo más responsable de la comida, Unilever ha elaborado, junto con el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, la Guía práctica para reducir los desperdicios alimentarios, con el objetivo de «inspirar a los ciudadanos a llevar a cabo acciones que puedan contribuir a reducir de forma considerable los desperdicios en nuestro país». Lo más práctico de la guía es que «las medidas para reducir dichas cantidades de alimento, coinciden con los momentos clave en los que el consumidor puede intervenir para reducir la comida sobrante y el coste que ello comporta», nos explica Ana Palencia, la directiva española que lidera la comunicación europea en sostenibilidad de Unilever.

Las comidas en restaurantes también son relevantes: un 10% de los desperdicios alimentarios proviene de platos desechados por clientes. Una buena idea en aquellas situaciones en las que va a quedar comida en el plato es pedir lo que sobra para llevar. ¿Por qué no? Es una práctica habitual en países como Estados Unidos o Canadá, donde estos establecimientos disponen de cajas y recipientes específicos para la comida que los clientes se llevan a casa. En España, poco a poco, empezamos a llevar a cabo esta práctica.

Para provocar un cambio de mentalidad en la sociedad española a la hora de gestionar nuestros alimentos, Palencia apuesta por«comunicar con mensajes claros y efectivos a los consumidores, que entiendan las consecuencias para que tomen conciencia y cambien su comportamiento cada vez que se tiran desperdicios alimentarios a la basura en cualquier lugar (ya sea restaurante, hogar, supermercado o fábrica)».

Trabajo conjunto

Los alimentos se pierden o desperdician no sólo a lo largo de toda la cadena de suministro: desde la producción hasta el consumo final en los hogares. «El 58% de la comida que se pierde, no se hace en casa sino en las fases previas de producción, distribución y transporte», afirma Blanca Ruibal, responsable de agricultura y alimentación de la ONG Amigos de la Tierra. «La industria agroalimentaria y la de la distribución juegan un papel muy importante a la hora de evitar el desperdicio de alimentos. Las administraciones públicas, por su parte, podrían regular las prácticas industriales que conducen al desperdicio alimentario en la producción y la distribución», añade.

En cualquier caso todos los expertos coinciden en la corresponsabilidad de los distintos agentes. «Para poner freno al desperdicio de alimentos debemos trabajar juntos todos los grupos de interés: administraciones, empresas, organizaciones no gubernamentales, proveedores, clientes y consumidores», concluye Ana Palencia. Y tú, ¿has hecho ya la lista de la compra con lo que de verdad necesitas?

Carmen Gómez-Cotta

ethic.es