Personalmente tengo una inclinación más social que elitista. Los que se afanan por el dinero no me gustan mucho y para compensar me gusta la gente, me encuentro bien entre los trabajadores y la clase media, y me preocupan la justicia social y la justicia en general. Supongo que esto significa ser de izquierdas, aunque opino que la clasificación izquierda, derecha o centro, está desfasada.

Ahora bien, yo nací en Cartagena y llevo en Valencia unos buenos años. Durante todos ellos he experimentado la paradoja del empaquetado del pensamiento político de izquierdas en un cajón de estricto nacionalismo: Aquí no se puede estar en la izquierda sin promover la lengua y la cultura valencianas, lo que obviamente no sucede en otros territorios. Cuando era productor de cine y Tv mis colegas avanzados exigían y me invitaban a exigir “una televisión valenciana de calidad y en valenciano”, pero esa guerra no iba y no va conmigo porque aunque respeto a rabiar las lenguas peninsulares distintas del castellano, simplemente yo eso no lo puedo sentir como una emoción, por no decir que me la trae al fresco.

Una vez voté a izquierda unida en unas elecciones generales, pero con algo de aturdimiento porque sabía que así estaba promoviendo también los valores de la lengua y el nacionalismo, que no son los míos. Y todo esto me parece que constituye una ruptura con la tradición comunista y también socialista, cuya principal seña de identidad histórica fue el ínternacionalismo antinacionalista, hasta el punto de que desde ese pensamiento se intentó promover una huelga general para sabotear la Primera Guerra Mundial.

España no sólo se pudre y se descompone por dentro a ojos vista, también se encuentra en pleno desmembramiento porque el proceso centrifugo de 1898, cuando se perdieron las penúltimas colonias, se está prolongando con Cataluña, Galicia, Euskadi y Valencia. La diferencia es que en estos momentos de máximo apuro no sólo no surge un grupo de intelectuales de temple como lo fue la generación del 98, sino que no puede surgir porque el desgraciado cáncer de los políticos ha alcanzado a corromper el conjunto de la sociedad y ya no hay intelectualidad crítica, sino estómagos agradecidos y mamarrachos privilegiados y dulzones con el poder.

Personalmente creo que todo esto se lo debemos a la CIA, cuyo manual de instrucciones expone en primer lugar que para que Estados Unidos pueda negociar más ventajosamente tratados internacionales, hay que fomentar ese mismo separatismo regional que ellos ya resolvieron a cañonazos y con un exitazo de cuidado en su único y fracasado intento de secesión. El amigo americano creo que disfruta viendo cómo Yugoslavia, un país muy importante y serio con Tito, se deshace en migajas insignificantes y sobre todo incapaces de toserle al imperio.

Una prueba de este modo de proceder fue la corta existencia de un movimiento separatista canario llamado en acrónimo MPAIAC y conducido por Antonio Cubillo, con quien por cierto tuve ocasión de hablar poco antes de su muerte. El MPAIAC llegó a poner bombas y a crear problemas serios pero se disipó en el aire tan pronto como el referéndum de la OTAN confirmó que nos quedábamos dentro. Claro está que la CIA estaba presionando y que el encaje de bolillos a que se vio obligado Felipe González estaba forzado por una amenaza real de secesión.

Así que bajo mi punto de vista, la CIA ha conseguido con mucho éxito deformar el pensamiento de la izquierda para darle la vuelta como un guante y trasformarlo, de ideología hostil y potencialmente peligrosa, en utilísima herramienta de trabajo. Y aquí estamos todos tontos y ciegos, dejándonos llevar y convencidos de que exhibir la estelada es lo último en pensamiento y sentimiento de auténtica izquierda, cuando en realidad con eso estamos abriendo paso al imperio y sembrando la semilla de nuestra propia ruina.