Las noticias sobre la situación económica que a diario leemos en la prensa, no sólo no dan ningún respiro desde finales del 2007, sino que por el contrario incrementan el desconcierto sobre como y cuando cesará la precaria situación actual, que tantos desempleos y sacrificios está exigiendo a la ciudadanía.

Y está llegando un momento en que casi preferimos no saber nada (como en esas parejas en las que uno y otro se comprometen a no contar las infidelidades para evitarse el sufrimiento) y esperar a que por ciencia infusa o por arte de los que mandan y se supone que saben, acabe arreglándose todo esté doloroso y temible galimatías en el que andamos metidos.

Los sesudos economistas que manejan datos macroeconómicos para desarrollar escenarios previsibles, no acaban de ver señales definitivas que muestren el camino de la recuperación, mientras que las agencias de calificación (aquellas que con su ligereza en el desarrollo de su trabajo contribuyeron a traer estas tempestades) han adoptado la política de poner las barbas a remojo y enfrían con sus calificaciones cualquier atisbo de recuperación de la confianza.

Todavía no han lanzado sus comentarios sobre los movimientos últimos de la Reserva Federal ni del Banco Central Europeo, esos por los que la primera habilitó otros cerca de 700.000 millones de dólares para seguir con sus medidas de reactivación aún a costa de engrosar su ya de por sí descomunal deuda pública, que hipotecará a sus ciudadanos durante décadas. Ni tampoco han comentado la solución europea por la que el BCE, siguiendo el criterio alemán, en lugar de crear un bono europeo que ampare las deudas soberanas de sus miembros, han decidido prestar cerca de 500.000 millones de euros a los bancos de la eurozona para que, entre otras cosas, sean estos los que acudan a las subastas de deuda pública de sus respectivos países. Qué harán con sus calificaciones cuando tengan que analizar cuestiones como: ¿Qué evolución tendrá la economía estadounidenses con semejante deuda pública si la actividad no se reactiva abiertamente en un plazo razonable de tiempo?,  ¿Como despegará la economía europea si los bancos siguen destinando los recursos del BCE a sanear sus balances y a comprar deuda pública y aparcar cientos de miles de millones durante 18, 24 o 36 meses,  mientras mantienen paralizado el crédito a empresas y familias?. Seguro que no tardaremos mucho en saberlo…

En unos días se reunirá de nuevo el Foro Económico Mundial en la ciudad suiza de Davos, y los señores que más saben de estos menesteres y los que más mandan a nivel mundial, explicarán que entorno vivimos y que perspectivas se abren para el futuro. Pero antes acaban de publicar su informe anual en el que encontramos una interesante y no menos inquietante previsión sobre esta década. Según se expone, existe una potencial amenaza de “dar la vuelta a los avances conseguidos a través de la globalización y provocar la emergencia de una nueva clase de estados críticamente frágiles: países que fueron ricos en el pasado y que son víctimas de la ausencia de ley y de levantamientos en la medida en que no son capaces de cumplir sus obligaciones sociales y fiscales”. Es decir, que con la actual inestabilidad, política de austeridad y rebaja de los logros sociales, se puede llegar a situaciones como la que se está viviendo por ejemplo en Grecia, y continúa diciendo que “estos casos muestran que una sociedad que continúa sembrando la semilla de la distopía, puede esperar mayor agitación social e inestabilidad en los próximos años”.

Distopía, curiosa expresión que viene a significar aquel estado de ánimo que refleja un lugar lleno de dificultades y sin esperanza. Ya sabemos por fin en qué punto estamos: como consecuencia del bloqueo económico que provocó la avaricia del sistema financiero (tiene infinidad de actores, pero también muchos nombres y apellidos), hemos tratado de continuar obviando la mayor, mirando para otro lado de las responsabilidades y no queriendo admitir que el sistema tiene errores que deberíamos cambiar, y a base de aplicar simplemente medidas al uso, nos hemos encontrado con que una gran parte de ciudadanos nos encaminamos hacia un estado de ánimo distópico. Y lo dice el informe anual de Foro Económico Mundial…

No les parece que el poder político sigue actuando de forma timorata y miedosa ante la situación actual?. Todo el mundo entiende que se pueden cambiar Leyes que afectan al sistema social de derecho, por el que se rige ni más ni menos que la justicia, o normas del educativo por el que se forman los ciudadanos del futuro, o cualquier otra regulación que atañen al orden social, y sin embargo parece que el sistema económico sigue siendo un tabú intocable pase lo que pase. Si resulta que el sistema económico no es ni más ni menos que el contexto que hemos diseñado para organizar socialmente la forma de relacionarnos a la hora de tratar los bienes y servicios -que cada uno o como grupo- producimos, ¿qué misterioso designio inmutable obliga a no poder actuar en la reforma del orden económico?. ¿Qué puede haber de malo en cambiar algo que da muestras de no funcionar y generar importantes desequilibrios sociales?

Por ejemplo, por qué no terminamos con los injustos paraísos fiscales? O por qué no gravamos la acumulación excesiva y patológica de capitales para que revierta nuevamente en más riqueza y de forma más generalizada? O por qué no acordamos permitir, en estos momentos tan complejos económicamente, una emisión única y excepcional de un 10% del PIB a todos los países para atender la deuda, generar tranquilidad y evitar retrocesos sociales?.

Desconocemos las teorías económicas y en consecuencia las fórmulas ortodoxas para solucionar sus problemas, pero entendemos que los dirigentes políticos deberían aportar más coraje a la hora de abordar la crisis y evitar que acabemos sumiéndonos en un estado de lamentable distopía.