El modelo actual de desarrollo que predomina en nuestra sociedad, de crecimiento continuo y que se basa en el consumo de energía, no se puede mantener indefinidamente. El agotamiento progresivo de los combustibles fósiles, la concentración de las reservas fósiles en áreas geográficas políticamente inestables, la falta de alternativas a corto plazo, el fuerte crecimiento de las emisiones GEI y un incremento de los precios internacionales de los combustibles fósiles y de su volatilidad obligan a hacer un cambio de rumbo hacia un nuevo modelo basado en el desarrollo sostenible.

Vivimos tiempos de transición y la época de la energía barata ha pasado a la historia. Los poderes públicos tienen la responsabilidad de orientar los objetivos a largo plazo como país, así como de emplear los recursos energéticos de manera apropiada. Esto significa que hay que adecuar las estructuras energéticas para avanzar en la dirección oportuna, e incidir y dar señales a la demanda para orientarla hacia un nuevo escenario con cambios profundos en el modelo de consumo.

Con la finalidad de evolucionar hacia ese nuevo modelo energético más sostenible, debemos fomentar el ahorro y la eficiencia energética  en todas aquellas acciones que nos demanden un consumo de energía. A través de la EE disminuiremos el gasto pero manteniendo los mismos servicios energéticos y sin que por ello se vea afectada nuestra calidad de vida, protegiendo el medio ambiente, asegurando el abastecimiento y fomentando un comportamiento sostenible en su uso.

Por tanto, la EE se constituye como una prioridad de política energética por su contribución a afrontar los retos de la seguridad energética, el cambio climático y la mejora de la competitividad de la economía.

La fuerte subida de las materias primas energéticas durante 2008 puso de manifiesto la enorme vulnerabilidad de los países occidentales. Su gran dependencia exterior y la volatilidad de los precios hace necesario reducir su exposición a los mismos.

Por otro lado, el cambio climático es una realidad a la que es necesario hacer frente utilizando una multitud de instrumentos. La Agencia Internacional de la Energía (AIE), basándose en el análisis de Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPPC, siglas en inglés), plantea como escenario energético alternativo (BLUE) aquel que contempla una reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) del 50% para limitar el calentamiento global hasta 2-4 grados centígrados a finales de siglo. Así, según el último informe sobre Prospectiva de Tecnologías Energéticas 2008-2050 de la AIE, dentro del escenario BLUE, la eficiencia energética contribuirá a la reducción global de emisiones en casi un 50%.

A estas dos contribuciones de la EE debemos añadir una tercera, la de elemento generador de oportunidades de negocio y empleo, especialmente en el sector edificación, que ofrece grandes oportunidades de reducción de consumo.

En términos de empleo, en el año 2000 se publicaron los resultados del proyecto SAVE coordinado por ACE “Association for the Conservation of Energy”. Dicho trabajo que contó con la participación de agencias nacionales y regionales de numerosos países euro¬peos, estimó que por cada millón de euros invertido en EE se habrían creado entre diez y veinte nuevos empleos en España.

En este nuevo entorno, la Administración Pública juega un papel fundamental en la promoción del ahorro y la eficiencia energética, así como en la colaboración con la empresa privada. El sector público debe ser capaz de desarrollar acciones de divulgación, formación y concienciación social en el ámbito energético. Las políticas de subvenciones a inversiones en EE, los incentivos fiscales en este sentido, o la obligatoriedad de determinadas medidas encaminadas a la EE podrían ser algunas de las acciones prioritarias de las Administraciones.

Las grandes ventajas económicas y ambientales de la EE han sido generalmente reconocidas a nivel internacional. No obstante, la experiencia muestra que, a pesar de ello, el nivel de inversión en ahorro y eficiencia no alcanza los niveles que corresponderían a dichas ventajas, no llegándose a aprovechar todo el potencial disponible, fenómeno denominado en la literatura económica como la “paradoja de la eficiencia energética”.

Detrás de esta paradoja se encuentran la existencia tanto de barreras como fallos de mercado que desincentiva la realización de inversiones para mejorar en este ámbito y que se constituyen como obstáculos a la reducción de la intensidad energética.


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