Donde una vez hubo luz esplendorosa/que iluminaba razones y quimeras

hoy sólo queda un foco caprichoso/que alumbra intermitente al puzle de la idea.

La pobre luz del foco se convierte:/ hoy en farol, mañana en vela

y pronto, en tímida cerilla/ que se apagará sin darnos cuenta.

Una muerte buena

La palabra Eutanasia deriva del griego eu – que significa “bueno” – y thánatos – que se traduce como “muerte” – La empleó por primera vez el filósofo y político Francis Bacon en el siglo XVII, autor de la Teoría de los Ídolos, refiriéndose al hecho de morir con dignidad.

La práctica de la eutanasia no se restringe a evitar sufrimientos innecesarios o a mantener la calidad de vida del enfermo terminal. Postula la dignidad que comporta morir rodeado de los seres que uno ama, en la propia casa y no en la soledad de un hospital. No obstante, el ejercicio de este derecho comporta asumir la propia muerte como un hecho natural y aceptarlo. Es un proceso de interiorización gradual de dicho ocaso, para asumir sin desespero una muerte tranquila y dulce.

Una muerte digna es el derecho a finalizar voluntariamente sin sufrimiento y evitando el de los demás, cuando la ciencia ya nada puede aportar

Sin embargo, la propia acepción tiene sus aristas. Una acción heroica, una muerte agradable o indolora – como la de Séneca o la de Sócrates -, el fusilamiento por la defensa de unos ideales o la anestesia en la aplicación de la pena de muerte, en el sentido cenestésico, no es equivalente a una muerte buena en el sentido ético o biológico del concepto. Una muerte digna es el derecho a finalizar voluntariamente sin sufrimiento y evitando el de los demás, cuando la ciencia ya nada puede aportar. El viaje a la laguna Estigia es el precio que se paga por haber vivido.

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Se nos inculca que la muerte debe ser vista como una adversaria y a evitarla utilizando cualquier método disponible. Muchas veces son los propios deudos del afectado, quienes se rebelan contra la pérdida del ser querido exigiendo mantenerlos vivos, es decir, con latido cardíaco, aunque sea sin actividad cerebral útil, mediante el empleo de soluciones mecánicas o drogas. Alargar una vida inútil prolonga la agonía del enfermo y la angustiosa sensación de impotencia profesional de médicos y personal sanitario.

La muerte asistida

La muerte – nos lo dice la biología – se produce cuando cesa la actividad bioeléctrica del cerebro y el encefalograma lo confirma. No obstante, es necesario diferenciar la muerte clínica de la muerte biológica, que puede posponerse a aquélla y más allá de sus límites naturales, manteniendo, artificialmente, una vida inviable a través de la llamada reanimación de dos funciones vitales: la respiratoria y la cardiaca. A pesar del coma irreversible del paciente, cuyo cerebro carece de actividad, puede prolongarse su vida “vegetativa” durante un tiempo.

El latido del corazón y el funcionamiento de los pulmones versus un encefalograma plano no presuponen que haya vida humana, sino que los recursos médicos han avanzado lo suficiente para que la actividad coronaria y pulmonar sigan funcionando aisladamente de lo que entendemos por vida real. De aquí que la omisión o la interrupción de los medios mecánicos o terapéuticos desproporcionados no plantea el problema de si tal omisión o renuncia producen o no la muerte, dado que la muerte auténtica, que es la muerte clínica, ya se ha producido. El verdadero “quid” de la cuestión, planteado desde el punto de vista moral, es si la reanimación o terapia de sostenimiento vital debe mantenerse por cuestiones éticas mal entendidas o por experimentos científicos, sean técnicos o farmacológicos.

El irrenunciable derecho a vivir, lleva implícito el derecho a morir de las personas sometidas a enfermedades miserables o a estados inertes de actividad biológica

El irrenunciable derecho a vivir, lleva implícito el derecho a morir de las personas sometidas a enfermedades miserables o a estados inertes de actividad biológica. Tal vez, la obligación moral de la Sociedad con los pacientes terminales no sólo debe consistir en retirar todo tipo de asistencia mecánica, sino también en ayudar a acelerar el proceso de la muerte a aquellos pacientes que así lo soliciten. Este es el fin último de la Eutanasia.

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La eutanasia activa y pasiva

En la ayuda al moribundo debemos distinguir – según se provoque la muerte por acción o por omisión- entre eutanasia activa o pasiva. Asimismo hay que diferenciar entre eutanasia directa e indirecta: la primera sería la que busca que sobrevenga la muerte, y la segunda la que trata de mitigar el dolor físico, aun a sabiendas y riesgo de que ese tratamiento acabe con la “vida” del paciente.

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El exceso terapéutico – la distanasia – es etimológicamente lo contrario de la eutanasia. Consiste en retrasar el advenimiento de la muerte – a sabiendas de que no hay esperanza de curación – todo lo posible y por todos los medios, aunque sean desproporcionados, inflingiendo al moribundo unos sufrimientos añadidos a los que ya padece, y que no lograrán esquivar la muerte inevitable, sino sólo aplazarla un tiempo en unas condiciones lamentables para el enfermo.

Volviendo a la eutanasia, ésta supone tanto en su forma activa, como pasiva, una ayuda para morir. La eutanasia activa, «mercy killing» que puede traducirse como “muerte misericordiosa”, se caracteriza por una acción del sujeto agente sobre el sujeto paciente, y requiere una intervención adecuada del primero que mediante fármacos o drogas, acelera la muerte del segundo. La eutanasia pasiva, «letting die» en terminología anglosajona, se caracteriza por la omisión voluntaria de los cuidados precisos de la terapia en la búsqueda de la muerte del enfermo terminal. En ambos casos se actúa por compasión, motivo esencial de la eutanasia. En el primero acelerando el proceso y en el segundo dejando que la muerte siga su curso.

El concepto de ayudar a morir dignamente debe ser entendido como el respeto a la persona en la elección de cuando morir, en el caso de que la sentencia vital ya esté dictada

El concepto de ayudar a morir dignamente debe ser entendido como el respeto a la persona en la elección de cuando morir, en el caso de que la sentencia vital ya esté dictada. La eutanasia también incluye las acciones destinadas a minimizar los padecimientos finales. Que una sociedad sea avanzada en este aspecto dice mucho a favor de ella. Claude Geffrè, – dominico, profesor de Teología y actualmente director de la Escuela Bíblica de Jerusalén – en su libro “La muerte como necesidad y como libertad” afirma: “el valor de una antropología se verifica en el modo con que da cuenta de esa situación límite que es la muerte”. Pero el camino para concienciar a las distintas culturas en su actitud frente a la muerte no ha sido fácil.

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La legalización de la eutanasia

Holanda fue la primera nación en la legalización de la eutanasia. El derecho a una muerte digna, bajo ciertas condiciones, ha sido imitado por otros países y ha contribuido a reavivar el debate, aunque el país de los tulipanes sigue a la cabeza en la toma de decisiones al respecto. Sus leyes permiten las acciones cuyo fin es acortar la vida del enfermo, provocando la muerte e incluyen la eutanasia y el llamado suicidio asistido. Ambas surgen cuando, por razones de “calidad de vida” el afectado considera que mantener su vida no tiene sentido. En el caso de la eutanasia, un agente sanitario ejecuta la acción que provoca el deceso del enfermo, generalmente mediante la administración de depresores del sistema nervioso central. El “suicidio asistido”, en cambio, consiste en la puesta a disposición del enfermo de todos los medios necesarios para que este pueda poner fin a su vida mediante el uso de fármacos. Para muchos, este tipo de eutanasia es una alternativa legítima de “muerte digna” y en Holanda no tiene consecuencias penales cuando los médicos que la efectúan respetan ciertas normas establecidas para este efecto.

Son muchos los parlamentos que están debatiendo sobre el tema. El derecho a la muerte digna, expresamente solicitada por quien padece sufrimientos atroces y el derecho de cada cual a disponer de su propia vida, en uso de su libertad y autonomía individual, sumado a la necesidad urgente de regular una situación que existe de hecho, obligan a la revisión de Leyes y Códigos Civiles y Penales, incluso de Constituciones.

Pongamos algunos ejemplos recientes: Las farmacias belgas han comenzado la venta, dirigida sólo a profesionales para la medicina, de una caja con las medicinas y utensilios necesarios para realizar la eutanasia. El llamado “kit de eutanasia” contiene una decena de medicinas y medios auxiliares, como un goteo, jeringuillas, agujas normales y otra adaptada para la perfusión.

Una de la funciones más nobles de la razón consiste en saber si es o no, tiempo de irse de este mundo

En Italia, otrora crítica con la “permisividad” holandesa, un suceso de hace pocas semanas ha obligado a los dirigentes transalpinos a cambiar su punto de vista: Piergiorgio Welby, de 60 años, que desde hace 30 años padece una distrofia muscular progresiva que no tiene cura y le obliga a permanecer inmovilizado en cama, pudo, gracias a un sintetizador, grabar un vídeo en el que con su voz metálica afirmó que su grito no es desesperación, sino que está cargado de “esperanza humana y civil para el país” y que su estado es el de una persona que ha perdido todas las esperanzas. Añadió en su misiva, hecha pública por su asociación, que su cuerpo “no es mío” y que si en vez de vivir en Italia, donde la eutanasia está prohibida, “fuera suizo, belga u holandés, podría evitar el ultraje, pero soy italiano y aquí no hay piedad”. El presidente de la República le envió una carta en la que le cuenta que ha escuchado “muy conmovido” su llamamiento y que se siente afectado “’tanto como persona como presidente”.

Más ejemplos: las actuales leyes suizas han permitido que, desde que fue fundada en 1998, la controvertida organización Dignitas haya ayudado a suicidarse a más de 450 personas de toda Europa.

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En Colombia una de las propuestas presentadas el pasado septiembre, es la reglamentación de una sentencia de la Corte Constitucional sobre la eutanasia, auspiciada por el senador Armando Benedetti, del Partido de la U, permitiría acelerar la muerte de los enfermos terminales e incluso el suicidio asistido por métodos médicos. El otro proyecto, presentado hace un mes por el senador liberal Alvaro Ashton Giraldo, expresa que los enfermos terminales podrán renunciar a la aplicación de procedimientos terapéuticos extraordinarios para conservar la vida y optar por experimentar una muerte en paz y en su propia casa.

La práctica de la eutanasia en Panamá está expresamente prohibida en el artículo 32 de la Ley No. 68 de 20 noviembre de 2003. No obstante, se está debatiendo la posibilidad de que se incluya en el Código Penal un artículo en el que se rebaja a la mitad la pena a quien ayude a morir a un enfermo terminal –actualmente está castigado con prisión de uno a cinco años–.

El pasado 24 de junio en Sacramento se lanzó una propuesta de ley al comité jurídico del Senado norteamericano, para permitir, en el estado de California, el suicidio con asistencia médica a pacientes con enfermedades terminales.

Desde el pasado mes de mayo, Holanda publica en Internet los criterios seguidos por sus médicos en los casos en los que han practicado una eutanasia. De acuerdo con la ley que regula la eutanasia -aprobada en 2002- los médicos holandeses sólo pueden aplicar esa medida para finalizar la vida en casos de enfermedades incurables y en las que el enfermo sufre un dolor insoportable e imposible de paliar

Análisis final

La vida, como fenómeno natural, está compuesta por ciclos y el postrer de ellos es el de su terminación. Este tránsito obligado debe darse en las mejores condiciones posibles y, como decíamos al principio, con la libertad de decisión en caso de una obligada y cruel agonía o en el supuesto de que lo que llamamos vida sea, ética y moralmente, sólo un desgraciado símil. También debe asumirse sin reservas, el derecho a no sufrir inútilmente y a ser informado de una situación extrema y terminal que nos permita renunciar a una no deseada prolongación de nuestra existencia, ambos derechos deben ser tenidos en cuenta por los legisladores de todos los países. Resumamos con las palabras de Marco Aurelio en su Libro III: Una de la funciones más nobles de la razón consiste en saber si es o no, tiempo de irse de este mundo.