El hecho es que sobre el terreno, donde muchos de nosotros vivimos y trabajamos, el paradigma del “desarrollo” ha muerto. Esto puede constatarse todos los días en la práctica y en las acciones de la gente corriente. Pero la “máquina desarrollista” continúa viva, pagando generosamente a expertos, intermediarios y consejeros, gastando copiosas indemnizaciones cotidianas a sus clientes locales, sus auxiliares y agentes, etcétera. La “máquina desarrollista” continúa funcionando en vano, lo que todavía es más inquietante ya que este vacío produce un derroche considerable.

Por otro lado, la mayoría de las agencias donantes occidentales consideran actualmente África como una zona de urgencia, un terreno fértil para las intervenciones humanitarias. El futuro no forma parte de su teoría de África (en las escasas excepciones donde esta teoría existe). Para estas agencias, África no es sólo una tierra de empirismo, sino también una tierra anclada en el presente eterno, en la acumulación en serie de “instantes” que nunca logran la densidad y el peso del tiempo humano, histórico. Es un lugar donde, el “aquí y “ahora” tiene más importancia que el mañana, por no hablar de un tiempo lejano en el futuro o de la esperanza.

He aquí lo que nos ha aportado el carácter temporal del “desarrollo”: la fragmentación del tiempo, la anulación de la historia en tanto futuro y nuestra encarcelación mental en una especie de cortapisa basada en lo inmediato y el nihilismo sin fin. Este impulso caótico y agresivo también resulta particularmente inquietante.

[…] Detesto la idea que hace de la vida en África un simple desprendimiento: el de un estómago vacío y un cuerpo desnudo esperando ser alimentado, vestido, curado o alojado. Es una concepción arraigada en la ideología y la práctica del “desarrollo”, y que va totalmente al encuentro de la experiencia personal cotidiana de la gente con el mundo inmaterial del espíritu, en particular cuando se manifiesta en condiciones de precariedad extrema y de incertidumbre radical.

Este tipo de violencia metafísica y ontológica ha sido durante mucho tiempo un aspecto fundamental de la ficción del desarrollo que Occidente intenta imponer a quienes ha colonizado. Debemos oponernos y resistir a unas formas tan hipócritas y deshumanizadas.

[…] Cuando fui Director Ejecutivo del Consejo por el Desarrollo de la Investigación en Ciencias Sociales en África (CODESRIA), tuve que mantener relaciones con proveedores de fondos públicos en Francia, Japón, Holanda, las agencias de Naciones Unidas y sobre todo con países nórdicos. La relación dependía del calibre intelectual y diplomático de las personas con las que contactaba. Las reuniones más creativas tuvieron lugar con aquellos que creían que el destino de África estaba relacionado ineludiblemente con el del resto del mundo. Estaban de acuerdo que una intervención creativa y eficaz en el continente pasaba por un conocimiento serio, prolongado y detallado del país, así como por el análisis y el espíritu crítico. Con interlocutores así, a menudo logramos programas creativos e innovadores.

Dejando estos casos al margen, el escenario general fue deprimente. Constantemente, tenías que tratar con cínicos burócratas, gente que odiaba profundamente a África pero que se había convertido en dependiente, hasta aprovecharse de sus placeres perversos. Les costaba desprenderse de esta dependencia, e interactuaban con el continente del mismo modo que las personas atrapadas en una relación abusiva. Tampoco creían en el catecismo del “desarrollo” que predicaban. Viví algunas de esas reuniones como una primera visita a un manicomio, frente a personas que habían fracasado o que nunca podían hacer una carrera honorable fuera de África. No necesitaban pensar, pues para ellos África era simple. En realidad, se mostraban muy hostiles a todo lo que se parecía a una idea.

Todavía era más desconcertante la hipótesis implícita, en particular en los países del Norte, de que los africanos sólo podían expresarse como víctimas. Al manifestar su solidaridad por los conflictos ocurridos en África, numerosos países occidentales desgraciadamente han perpetrado esta sensibilidad victimista que algunos intelectuales y políticos africanos propagan desde siempre, aunque intentándola disimular detrás de una apariencia antiimperialista.

Por ejemplo han tolerado la mediocridad y han apoyado, en el discurso sobre las ciencias sociales africanas, el fatal predominio del populismo y del radicalismo. Han gastado (supongo que todavía siguen haciéndolo), millones de dólares cada año para mantener enormes organizaciones administrativas ineficaces, que deberían haberse cerrado hace ya mucho tiempo y en las cuales un número incalculable de intermediarios se benefician de la inmunidad diplomática y ganan un salario equivalente a los que trabajan para las estructuras de la ONU. Esta forma de paternalismo condescendiente tiene, lógicamente, unas raíces muy consistentes en el racismo.

Por Achille Mbembe www.africaneando.org