Era un eslabón más de la ancha y larga cadena de aficionados. Escuchaba las conversaciones de padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo… Llegados a los pilares del templo los caminos se bifurcaban.

Algunos buscaban el número de su puerta, otros conocían el camino como la palma de su mano.

Era entonces cuando conversaba con porteros cortadores de tickets, vendedores de banderas, de bufandas, de refrescos… En algunas ocasiones hasta ayudó a revender entradas.

Cuando la fachada del templo quedaba vacía, Paco metía la mano en el bolsillo de su camisa de cuadros y acariciaba su radio. Con máxima liturgia deslizaba sus dedos por la ruleta. Los nervios lo azotaban siempre como si fuese la primera vez. Su sonrisa delataba felicidad. La voz del locutor le situaba en el campo. En unos minutos volvería a ser uno más entre los miles de ciudadanos que llenaban las gradas. La única diferencia con ellos era una pared de hormigón.

Paco nunca pudo comprar una entrada para ver los partidos de su equipo favorito. A pesar de ello él siempre fue espectador privilegiado. El locutor y su transistor lo trasportaban cada domingo al césped del estadio de fútbol de La Romareda. Así fue durante toda una década.

No rechaces tus sueños. ¿Sin la ilusión el mundo que sería? decía Ramón de Campoamor. Paco nunca pronunció la frase del poeta asturiano, pero como aquel, siempre mantuvo la fuerza de los sueños en su vida.