Cuando estamos en el pórtico de la entrada nos parece que todo va a ser fácil. No hay problema, el laberinto está a cielo abierto y somos buenos orientándonos, otros ya lo intentaron, con éxito. En la entrada reza un cartel como el del Laberinto de Horta en Barcelona: Entra y saldrás sin rodeos/ el laberinto es sencillo/ no es menester el ovillo/ que dio Ariadna a Teseo. Pero luego surge la dura realidad. No somos Dédalo, no hemos construido el gran laberinto, nos ha sido dado por sistema. Su promotor, Minos, se lo encargó a Dédalo para encerrar el fruto de una infidelidad aberrante – o bestial, como quieran llamarlo – de su esposa Pasifae. En cambio el nuevo embrollo lo han levantado los dioses del parqué y de la especulación. Entra y saldrás como puedas/que el Euribor ya despega, reza el nuevo slogan – y perdonen la calidad del pareado -.

Lo que más sorprende de las crisis económicas es que siempre las pagan los más inocentes; lo que más joroba de la caída de la bolsa es que siempre se las carga el pequeño inversor. Es la teoría de la pirámide, cuando hay beneficios alcanzan sólo a la cúpula, sin por el contrarío hay pérdidas la base se hace cargo del desaguisado. Si usted pregunta a los entendidos levantaran los brazos y agitaran las manos, diciendo: “Eso es lo que hay”.

El colmo de todo este asunto es que los que se supone son los más entendidos tuercen el gesto y aseguran que el temido Minotauro les ha pillado desprevenidos, que no hay forma de prevenir estas catástrofes. Pero ¡Dios del cielo!, las leyes económicas y sus vericuetos son obra humana, no dependen de designios divinos, ni de las leyes de la naturaleza, ni tan siquiera de los caprichos de la diosa Fortuna, tan cercana a las realidades económicas. Son esos mismos que agitan los brazos y tuercen el gesto los que crean las reglas, los que promueven que el mercado se mueva en libertad y propugnan que sean los más osados y emprendedores los que se lleven el gato al agua o el Minotauro al laberinto; sin embargo, cuando la cosa falla y la bestia campa por sus respetos y se zampa a todo el que puede, entonces la culpa es de los hados y piden que Ariadna les proporcione el ovillo – a ser posible de hilo de oro – para salir de su propio laberinto.

Les cuento una anécdota que viene al caso. Frente a mi casa existe un enorme solar, producto del derribo hace un tiempo de una fábrica de ascensores y de las oficinas de la firma. Una empresa constructora, no importa el nombre, anunció hace un par de años la construcción en él de varios bloques de viviendas y un parque. El jardín público tendrá forma de cruz dividiendo en cuatro el enorme solar y en cada esquina, cual enorme tablero de parchís, se levantará un edificio. De inmediato, en uno de los extremos, colocaron unas oficinas de información para empezar a vender pisos.

Un día, me detuve a mirar como allanaban los terrenos y los preparaban para – entonces así lo creí – iniciar la construcción del primero de los edificios. Un hombre con una cuidada barba blanca, algo desaliñado pero de porte distinguido, se dirigió a mí y me dijo: “Ni usted, ni yo vamos a ver levantados estos edificios”. Lo miré y me asustó aquella figura de asceta haciendo tal premonición. “No sé usted” – le dije en tono amable –“pero yo pienso vivir muchos años”. El hombre sonrió y meses antes de que el Banco Central Europeo advirtiera de los peligros que amenazaban a la economía y cuando los bancos americanos todavía seguían concediendo hipotecas a troche y moche, aquel individuo me adelanto, cual oráculo, todo lo que iba a pasar en la tal traída y llevada crisis, incluso la intervención del Tesoro americano. Me quedé atónito.

Semanas después en el bar de enfrente de casa, una de las empleadas de la inmobiliaria, rígida y enjuga cual esfinge, nos comentaba las impertinencias de un extraño individuo con barba que rondaba las inmediaciones de la caseta informativa de la promotora anunciando terribles catástrofes y apocalípticos desastres económicos. Incluso habían tenido que llamar a la policía municipal para llevarse aquel loco. Hoy, sigue el solar impoluto, – lo que me permite seguir disfrutar de una total y magnífica vista -, se han llevado la oficina y a la huraña vendedora a una promoción por los cerros de Úbeda. Lamento no tener más información de aquel hombre, aparentemente anormal pero con más visión de futuro que muchos popes de la economía mundial.

Por las noches, sentado en mi terraza, bajo la luz de la luna que se extiende por el vacío solar de enfrente y mientras leo como Ariadna sacó con su ovillo a Teseo del laberinto cretense, recuerdo al asceta y me gusta imaginar que bajo aquella barba se escondía un Premio Nobel de Economía que no quiso sacrificarse al Minotauro.