Un espectador se alejaba, moviendo la cabeza en un giro de derecha a izquierda, señal negativa, sin duda, dejando sobre la butaca de plástico, que había sido su asiento, un envoltorio de golosinas, arrugado y también vacío.

Hace poco tiempo, algunos minutos que terminó el partido.

Todavía resonaba en el espacio un sonido confuso y apagado de aliento al equipo y de decepción final .

El tablero indicador del resultado : apagado, más rápidamente que otras veces.

A lo lejos, se escuchaba una transmisión de radio, que igualmente finalizaba, con el saludo de los locutores comerciales y de los periodistas deportivos.

Muy cerca de la entrada al túnel del vestuario, estaba sentado en la hierba, con sus botas de tapones largos para jugar en el terreno blando después de la lluvia, sus medias de colores, las protecciones tibiales, las vendas en los tobillos, y su camiseta, a la que miraba cabizbajo con semblante apesadumbrado.

Estaba solo en la inmensidad de su fracaso.

El mundo entero esperando que definiera, que marcara el gol del empate y después el de la victoria; pero esta vez no pudo.

Algo ocurrió en sus decisiones en el juego, que nunca se había producido.

¿Qué me pasó?

Poco a poco, aquellas luces que quedaban encendidas fueron apagándose.

Se levantó de aquel suelo verde tan querido, transformado en negro de la noche aciaga. Y abatido entró al túnel donde nadie lo esperaba .