«La naturaleza no hace nada superfluo, nada inútil, y sabe sacar múltiples efectos de una sola causa». Lo dijo el astrónomo polaco Nicolás Copérnico, allá por el año 1500. Nada hay de novedoso entre las tesis que apoyan la transición hacia esa «economía circular» que ha bautizado nuestro siglo, basada en el funcionamiento de ciclo cerrado de los ecosistemas, donde no existe el residuo y todo se regenera. Salvo un matiz: el tiempo se nos acaba.

«La humanidad ha fracasado». Es el contundente dictamen que recoge el documento suscrito recientemente por más de 15.000 científicos de 184 países y al que han denominado «segundo aviso». Hubo una primera advertencia: fue en 1992, respaldada por 1.700 miembros de la Union of Concerned Scientists (entre ellos, la mayoría de los premios Nobel de ciencias vivos entonces). Aquel informe alertaba de que era necesario «un gran cambio» en la forma de cuidar la Tierra si quería «evitarse una enorme miseria humana». La arrogancia del hombre estaba sobrepasando muchos límites de los que el planeta podía tolerar «sin daños serios e irreversibles».

25 años después, solo tenemos una razón por la que alegrarnos en materia medioambiental: la estabilización de la capa de ozono, que los científicos califican de «excepción» entre los demás retos ambientales previstos. Antes de ser tachados de alarmistas, advierten: «Los firmantes de este segundo aviso no estamos lanzando una falsa alarma, sino reconociendo que existen señales obvias de que estamos yendo por un camino insostenible».

Parece que el mensaje caló con firmeza tras las reuniones de 2015 que concluirían con el Acuerdo de París, en el que casi 200 países se comprometieron, por primera vez en la historia, a iniciar una senda hacia una economía baja en carbono y frenar así en lo posible el calentamiento global, mediante la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para que la temperatura media no aumente más de dos grados este siglo. Para dar carpetazo, en definitiva, al modelo lineal de producción y consumo basado en la ecuación usar-tirar que ha imperado desde la Revolución industrial. Un delirio que ha puesto al planeta en jaque y que exige, sin más demora, una transformación radical del sistema. «Pronto será demasiado tarde para variar el rumbo de esta trayectoria errática, y el tiempo se acaba. Desde la cotidianidad hasta las acciones de los Gobiernos: la Tierra es el único hogar que tenemos», sostienen los científicos.

Un hogar que, para 2050, ocuparán cerca de 10.000 millones de personas. Parémonos aquí: la población mundial ha pasado de los 1.000 millones de habitantes que había en 1800 a los más de 6.000 millones en el año 2000. En 2011, se alcanzaron los 7.000 millones. En 2016, se superaron los 7.400. Y, en 2017, los 7.500.

Ahora pensemos en que, solo en España, cada ciudadano genera unos 500 kilos de residuos al año. La suma de todos los hogares del país arroja unos 21 millones de toneladas de desperdicios. A escala planetaria, el dato estremece: en el mundo, se contabilizan 1.300 millones de toneladas de desechos anuales, según un informe del Banco Mundial. Si este fenómeno continúa creciendo al ritmo actual, en 2100 se estima que la cifra se multiplique por cuatro.

Reciclaje y economía circular

Muchas cosas pueden —y deben— cambiar hasta entonces. «La economía circular es un desafío colectivo que marcará la hoja de ruta de las próximas décadas. No cabe duda de que la transición hacia esta nueva forma de entender la economía es necesaria y de que tenemos que actuar ya», afirma José Manuel Núñez-Lagos, director general de Ecovidrio, entidad sin ánimo de lucro encargada de gestionar los envases de vidrio en España. La economía circular, matiza, es algo que algunas organizaciones ya llevan implementando desde mucho antes, incluso, de que se acuñara el término. «A lo largo de los 20 años de vida de Ecovidrio, hemos construido un modelo eficaz y eficiente, capaz de convertir el residuo de vidrio en un recurso valioso con el que fabricar nuevos envases de vidrio. Solo en 2016, con las más de 753.000 toneladas de vidrio recicladas se ha evitado la extracción de más de 900.000 toneladas de materias primas —más de dos veces el peso del Empire State de Nueva York—. Y todas esas toneladas volverán a reciclarse de nuevo para generar nuevas botellas, en un círculo infinito», cuenta a Ethic.

Lo cierto es que el reciclaje y la valorización de recursos jugarán un papel fundamental en este giro de timón hacia un modelo sostenible y respetuoso con los límites que impone el planeta. Pero los esfuerzos se tienen que multiplicar. «Una vez asumido el reto, el siguiente paso es ponernos en marcha. En este sentido, el abandono de la economía lineal pasa necesariamente por la colaboración de todas las partes», continúa Núñez-Lagos.

Precisamente, el nuevo Pacto para la Economía Circular, firmado el pasado septiembre y apoyado por la UE, tiene como fin último acelerar esa transición, gracias, en buena parte, al compromiso de los agentes económicos y sociales, al que también se han adherido más de 53 entidades. «El pacto demuestra el compromiso de las autoridades con la economía circular y con los principios, valores y metas que se persiguen; entendemos que mostrar ese compromiso por parte de los poderes públicos y liderar el proceso sirve de estímulo al resto de agentes implicados a seguir la senda abierta y facilitar, de hecho, la implementación más rápida de la economía circular», analiza Luis Moreno, director general de la Fundación Ecolec, dedicada a la gestión de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos. «Todas las sinergias que propicien círculos virtuosos son positivas, también en el ámbito de la economía circular», sostiene.

Para cerrar el círculo, es necesario involucrar a empresas, proyectos, instituciones, personas y Gobiernos. Nadie puede quedarse fuera de esta transformación. «No hay más opción que adoptar la economía circular (solo tenemos un planeta y sus recursos son finitos) y, para ello, hay que apostar por la colaboración público-privada y, por supuesto, dar protagonismo a lo local», señala Óscar Martín, CEO de Ecoembes, encargada de la gestión y el reciclaje de envases. «Medidas como fomentar la compra verde pública, marcar objetivos exigentes en materia de reciclado para todos los tipos de residuos, extender la obligatoriedad de la recogida selectiva a ámbitos más allá del municipal (centros de trabajo, de ocio, eventos…), trabajar por estadísticas homogéneas y estandarizadas o adoptar el pago por generación son solo una muestra de las acciones que se pueden adoptar», enumera.

Prueba de este compromiso es la firma de la llamada Declaración de Sevilla, en la que se subrayan las líneas de actuación a las que se comprometen las ciudades para favorecer la economía circular y que ha sido ya respaldada por cerca de 140 responsables locales nacionales y europeos. Sin olvidar el sector empresarial. Según Martín, «apostar y fomentar el consumo responsable o aplicar la innovación para reducir el impacto ambiental de sus procesos y productos, haciéndolos más sostenibles, es un deber de las compañías».

Se han publicado profusos artículos e informes sobre economía circular, pero la mayoría se limita a describir sus potencialidades sin analizar qué contribuciones, aquí y ahora, puede aportar a la práctica económica e industrial y a la sostenibilidad del planeta. «El tiempo avanza y necesitamos tener clara la estrategia para conseguir objetivos. Hablamos mucho de economía circular, pero luego hay que trasladarla a otras aplicaciones. Si no, todo se queda en palabras», reivindica Gabriel Leal, director general de Signus. Esta organización, que centra su actividad en la gestión de neumáticos fuera de uso, ha impulsado diferentes proyectos para dar valor a los materiales reciclados, desde la fabricación de calzado mediante alianzas con el mundo de la moda hasta el desarrollo de superficies de altas prestaciones con caucho para pistas ecuestres, entre otros. La cantidad total de neumáticos gestionada en 2016 fue de 194.803 toneladas. «El ciclo de vida de un neumático es de 1.000 años. Se ha construido para ser indestructible. No hay fuerzas químicas ni físicas que puedan con ello; solo el fuego. Es brutal y, por eso —concluye Leal—, es fundamental acelerar la transición hacia la economía circular».

«En materia de residuos, hablemos del material que hablemos, nos enfrentamos a un problema global para el que no existen soluciones milagrosas ni cortoplacistas. Hoy en día, muchos tipos de residuos aún no se gestionan», concluye Óscar Martín. «Por lo que solo cabe aunar esfuerzos de forma coordinada, a nivel social, institucional y empresarial, para plantear soluciones que permitan actuar globalmente».

Es alentador hablar de una economía circular innovadora y basada en el uso eficiente de los recursos, pero también posible. Y, sobre todo, urgente: no podemos permitirnos un tercer aviso.