Los pobres atenazados en la trampa de su propia condición, se desesperan por continuar sine díe tratando de encontrar algo que les ayude a tirar p’ alante; los parados suspirando perpetuamente por un trabajo, que no sea de peón en las tierras de las uvas de la ira; los enfermos sin indulto, por tener que continuar eternamente con sus enfermedades; incluso los pobres de espíritu por condenarse a un aburrimiento perpetuo.

Sin embargo, todo el mundo vive con la feliz idea de prolongar el máximo de tiempo su paso por este mundo esperando que el viaje sea largo…y lleno de aventuras como cantó el poeta. Pero en el fondo aceptando que el río se desliza implacable hacia su desembocadura.

Por tanto, y de ahí mi asombro, la actitud de los poderosos en acumular riquezas que nunca van a consumir y que son incapaces de darles un destino solidario o por lo menos participativo. Cada vez que alguien destruye, agota o guarda en demasía, roba a la madre naturaleza, al paisaje y a sus paisanos – en el sentido universal del paisanaje – algo que nunca va a necesitar.

No, no les hablo de esas ancianas que esconden cientos de miles de euros y que viven en la casi indigencia, tampoco del burgués o del empresario que tratan de poseer cosas y almas de las que nunca podrán disfrutar, ni tan siquiera me refiero a los actores y actrices, deportistas de élite, políticos corruptos y nacionalistas de referéndums no vinculantes. Todos esos, tratan, aunque no lo digan, de cubrir sus espaldas por si viene tiempos peores o simplemente, para demostrar con sus excesos que han alcanzado un plano superior en la sociedad que les ha tocado vivir. Si habitasen en pretéritas tribus africanas irían cargados de abalorios, adornos de marfil en las narices y brazaletes de oro para demostrar su lugar en la escala social y política.

Yo me refiero a los poseedores de grandes riquezas, ya sean económicas, territoriales o de poder. Porque hoy, tal vez siempre, el poder es riqueza. Son esos y esas – no sólo personas, también sociedades y financieras – que saben que sus dividendos son tales que en lo que ocupa una vida humana jamás podrán llegar a gastarlos. Y no me quejo de que – cual tío Gilito – pasen las noches contando sus monedas o viendo por Google Earth sus posesiones, mi clamor es porque cuando el mundo –ese mundo que ¡ellos! han inventado – se tambalea, corran a esconder beneficios y dividendos para no devolver parte de sus extorsiones a los oprimidos y parte de sus horizontes a la naturaleza.

Por favor, les ruego que se abstraigan un momento y “vuelen” desde sus butacas de lectura a un punto indefinido del Universo desde donde puedan contemplar a sus congéneres deambular por este planeta azul. Miren a ese Consejo de Administración preparando un despido colectivo; observen a esa multinacional maderera practicando la última tala, mientras la gran constructora se dispone a levantar chalets en el lugar del crimen;  presten atención al banquero que se frota las manos a la espera de las hipotecas que caerán – perdonen por la utilización de este verbo – en sus manos. Recorran las inmensas posesiones de la duquesa, casi todas en barbecho; visiten el patrimonio de la iglesia y el de los príncipes – lo pongo en minúsculas porque se trata, metafóricamente, de iglesias y príncipes en general – todo ello mantenido y soportado por el erario público. No me quejo de nada. Son así, lo han sido siempre y siempre lo serán…si no lo evitamos. Me quejo de los cómplices.

Volvamos a nuestro privilegiado punto en el imaginario espacio. Sonriamos. Los peores banqueros son los que hoy en día impulsan las reformas financieras; el empresario más incapaz es el representante del gremio; el político más elegante es el menos honrado…el cura más piadoso resulta ser un pederasta y las Instituciones llevan en su propia esencia, según “doctas” opiniones, el germen de la corrupción. Los hijos de los exiliados de antaño ponen a parir a los emigrantes de ahora, convirtiendo los ríos de la vida en pantanos infectos con la célula de la intolerancia.

¿Qué hemos hecho? ¿A quienes estamos facilitando discurrir sinuoso camino de la mar común sin ponerles tajaderas que les conduzcan directamente a las alcantarillas? Sigamos mirando, veamos las ligeras líneas azules – o grises – de los ríos planetarios; las calvas indecentes de los amazonas perdidos; las explotaciones al aire libre; los niños mancillados. No, no desciendan todavía, no corran a presentar una denuncia al juzgado más próximo, no sería admitida a trámite. “Está Ud. loco, le preguntarían, cómo se le ocurre denunciar a don fulanito o la condesa de Tal o al propietario de las Líneas Aéreas que le dejaron en la estacada…como pretende que termine su piso la constructora, ¡si ya hicieron su agosto! Ni se le ocurra ponerle un pleito al banco por cobrarle intereses abusivos, ningún juzgado admitiría esa querella. ¿Cómo se atreve a poner en duda la eficacia del Departamento de bienestar social?” Además de considerarlas “sospechosas” sus demandas podrán dormir el largo sueño de la incompetencia durante años.  Pero si lo que usted pretende es que algunas cosas del pasado  que nos hicieron sonrojar de vergüenza y de sangre queden sin castigo, si quiere acusar a sus convecinos llegados de allende las miserias, entonces adelante… están en su casa.

Pero no se preocupen, ya pueden bajar de su observatorio planetario, las vidas son los ríos que van a dar a la mar y todos siguen su curso. No se acabarán su fortuna, no conseguirán ver la nueva expulsión de los moriscos, no alcanzarán esa independencia, para poder explotar su “cortijo” a gusto; ni tan siquiera perderán su escaño. Un mal día sentirán la presencia cercana del mar y en él se diluirán, sin oropeles, sin divisas…sin vergüenza. Como todos. 

 

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