El turismo en los países desarrollados puede cambiar, de eso hablaremos más delante, porque el que ahora nos ocupa es el turismo que reciben los países menos desarrollados. Para ellos es fuente de economía y por ende un suministro constante de alimentos y calidad de vida. El turismo que practican los países desarrollados suele ir dirigido a viajes de largas distancias, llegando a los países más pobres, obteniendo éstos los consiguientes beneficios económicos. El turismo en general gasta cada año unos 600.000 millones de euros, que revierten en riqueza para aquellos que lo necesitan.

Ahora bien, se nos plantea un problema, un dilema, una elección difícil de ejecutar.

El cambio climático se acelera a pasos agigantados a causa del turismo, mientras que unos países se benefician económicamente del turismo otros verán cómo descienden sus arcas por las graves consecuencias del cambio climático.

Analicemos la situación y después que decida el que se atreva.

Los viajes en avión suponen más del 40 por ciento de las emisiones de CO2 que se emiten a la atmósfera. Sólo los viajes de largo recorrido ostentan la cifra del 2,7% del total de las emisiones, extremadamente dañinas pues la combustión de éstos gases de realiza a una gran altura. A todo ello hay que sumar los desplazamientos interiores que genera el turismo, aumentando, aún más si cabe, la cifra de emisiones de gases contaminantes, junto con un consumo de agua y energía completamente desbordado.

Por otro lado uno de los objetivos de la ONU es erradicar la pobreza antes del año 2020, un cometido muy difícil de superar si se aplican restricciones al turismo de largas distancias, pues es aquí dónde se distribuyen las rentas generadas por el mismo.

Tan sólo en los últimos siete años el número global de pobres ha disminuido por el espectacular crecimiento económico que está sufriendo el continente chino. La pobreza siempre se digiere mejor, si contamos con las ganancias que obtenemos del turismo, tal y como decíamos antes, unos 600.000 millones de euros anuales.

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Y por último, otro punto muy preocupante y bastante determinante, va a ser la disminución drástica del turismo que reciben muchos países desarrollados y no desarrollados por la destrucción de los recursos naturales, que está generando el cambio climático.


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Sin ir más lejos prácticamente la totalidad del turismo en el sur de Europa puede desaparecer dentro de 50 años. En Italia, país turístico por excelencia, reinarán las altas temperaturas que harán de los grandes viajes culturales todo un suplicio. En la zona de los Alpes, la desaparición de la nieve en cotas inferiores a los 2000 mts de altitud convertirán al ski en un deporte en decadencia. En las zonas de alta de montaña el calentamiento global hará desaparecer todos los glaciares y el suelo descongelado marcará un periodo de corrimientos de tierra destacados y frecuentes, impidiendo los accesos a la zona. El sur de Europa experimentará prolongados periodos de sequía y en otros países la catástrofe vendrá de la mano de las inundaciones. Mientras el clima se mecerá entre cambios extremos, el turismo se verá muy reducido tanto en zonas de países desarrollados y no tan desarrollados.

Para colmo de mis males, la nueva moda turística nos presenta a un viajero incansable tipo Indiana Jones, en busca del paraíso perdido. Ahora los viajes no están dirigidos a recónditos lugares de la Tierra para ser el primero en pisarlos, si no más bien el último en verlos, pues los destinos más atractivos son los más vulnerables ante el clima.

La nueva modalidad ya tiene nombre: turismo climático.

En fin lector@s, el dilema está servido, conservar el Planeta en el que vivimos o erradicar la pobreza con la que viven millones de personas. Ante semejante situación son muchas las alternativas que se plantean: nuevas tecnologías, nuevos carburantes, nuevas tasas por contaminar, reducción de vuelos, nuevos impuestos…

Yo en mi humilde opinión y si el editor me lo permite, diría tan sólo una cosa: energías renovables.