Es un camino tan largo como la nostalgia mía.

Una sierpe de humo y ruedas,

la carne con la que se nutre la autopista.

 

En el horizonte de mi parabrisas

busco la causa del desasosiego

el porqué siento el corazón herido

la razón última de mi desconsuelo.

 

Rápido acelerar que me conduce

más cerca del mar y al mismo tiempo,

me aleja de ti. . . ¡Ay amor, de este amor nuestro!

Percibo sangre en el ocaso rojo

es el sol que se va con desparpajo.

– Ya cumplí por hoy, hasta mañana. . .

si es que el mañana existe, compañero.

 

A cada kilómetro que de ti me alejo

y me adentro en el atardecer mediterráneo

más siento la ausencia, más desespero

voy a la libertad, encadenado.

¡Ay del corazón cuando está falto!

 

Te quedas en el centro de la Tierra

en el inalcanzable  espacio de un espacio

y yo, como velero en Tramontana

me alejo a ciento veinte de tu entraña.

La distancia se torna en imposible

– Aunque es posible amar en la distancia –

la mar queda tan cerca, vida mía

como lejos está tu boca amante.

¡Ay de la razón, frente a tus besos!

 

Mientras recorro el andar de la autopista

pienso en tu última mirada

aquella expresión de amar amante

transparente, clara. . . enamorada.

¿Puede un corazón caber entero

en el instante feliz de una mirada?

 

Y acelero con rabia, aun sabiendo

que cada giro de las cuatro ruedas

me lleva de ti un poco más lejos.

 

Y es que eres un jardín lleno de flores

asentado en la tierra, fresco y firme.

Lleno de rincones y secretos

pero, por desgracia, con un dueño.

Y yo soy un marino atormentado

sin barco, sin velas y sin viento

que un día se enamoró – no me arrepiento –

de un jardín de rosas. . . tierra adentro.

 

Y es tan grande la ausencia que ahora siento

tanta la sed que sólo apagan besos

que aunque partí hace apenas tres minutos

ya te echo, mi amor, todo de menos.

En el horizonte de mi parabrisas sobra paisaje y falta el cielo.