Actualmente, existen países en la región que se abastecen en más de un 80 por ciento de fuentes de energía renovable, en contraste con otros en los que ese mismo porcentaje es provisto por combustibles fósiles, en su mayoría importados. Las energías renovables no convencionales, que hasta ahora han permanecido casi completamente sin ser explotadas, están llamadas a dar una respuesta integral a tal desbalance en la matriz energética de la región.

El mercado eólico latinoamericano comienza a mostrar su madurez.

La experiencia adquirida, sumada a la determinación de varios gobiernos y a la demostrada complementariedad que existe con la energía hidráulica, le están otorgando el reconocimiento como opción limpia y rentable. El cambio de pendiente en la curva de aprendizaje para la instalación y puesta en marcha de parques se refleja en los números: en el 2008, la potencia eólica creció apenas un 20 por ciento, con la instalación de poco más de 500 MW. En 2009, pese a la crisis económica generalizada, se ha llegado a casi a los 1000 MW instalados, lo que equivale a un crecimiento de alrededor del 100 por ciento.

En las próximas dos décadas, la energía eólica puede crear en Latinoamérica cientos de miles de nuevos puestos de trabajo calificados. Definitivamente, será un detonante para el desarrollo económico y social de las comunidades con mejor recurso de viento y contribuirá, además, al cuidado de la atmósfera y a la disminución de la denominada huella de carbono. Si bien se han logrado iniciativas loables en referencia a marcos regulatorios y normativos -países con metas de crecimiento establecido para energías renovables, subastas exclusivas para energía eólica y algunos incentivos para la implementación de este tipo de tecnologías-, es necesario traducir estos primeros pasos en políticas consecuentes, labor en la cual será necesario sumar un apoyo firme de organizaciones internacionales y que las asociaciones de cada país sean un factor decisivo para su implementación.

Será necesario ser muy innovadores y trabajar en equipo para vencer otras barreras, como la transmisión de la energía desde los lugares de mayor potencial hasta los centros de consumo. Latinoamérica es capaz de afrontarlo, experiencias positivas como la del Istmo de Tehuantepec, en México y proyectos ambiciosos en Argentina con la producción de Hidrógeno, son ejemplos de esto. En cuanto a la cadena de suministros, ha aumentado la oferta local con la inauguración de plantas de fabricación -principalmente de torres y aerogeneradores-, algunas de ellas con tecnología propia. Paulatinamente, dependeremos menos de las importaciones de equipos, lo que reducirá los costos de instalación y sumará al desarrollo económico y social de la región. El camino es largo hasta ver a la energía eólica aportando significativamente a la matriz energética Latinoamericana, pero es sin duda un proceso que es necesario recorrer y el cual ya hemos empezado.

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