Cuando alguien está en peligro, cuando alguien siente una amenaza inminente, que pone en riesgo su integridad y hasta su misma supervivencia, esa persona lanza un SOS, una llamada de socorro pidiendo y esperando una ayuda que le permita salir  con bien de esa situación de absoluta emergencia.

Pues bien, las personas con discapacidad, más de 4 millones de ciudadanos, más de 12 millones si incluimos a sus familias (en 1 de cada 4 hogares españoles se da una situación de discapacidad), hemos lanzado un SOS colectivo, una llamada de socorro masiva, coreada por miles de mujeres y hombres, con discapacidad y sin ella, pues lo que hemos logrado en términos de derechos, inclusión y bienestar en estos últimos 30 años, todavía muy insuficiente y todavía muy precario, amenaza ruina.

Años de una crisis económica aterradora, como nunca se ha visto, y años sobre todo de políticas tóxicas y de decisiones socialmente crueles, en todos los niveles -europeo, nacional, autonómico y local-, que parecen cebarse con los más frágiles, están acabando de lleno con las todavía humildes cotas de inclusión y participación alcanzadas por las personas con discapacidad y sus familias con tanto esfuerzo en estas últimas décadas.

A lo largo de los años, las personas con discapacidad y sus familias hemos sido una minoría discreta y aislada, imperceptible para los poderes y autoridades, y para la sociedad. Hemos sido pacientes y hasta lentos, a la hora de reclamar nuestros derechos, violados en numerosas ocasiones y en múltiples ámbitos. No hemos levantado demasiado la voz para señalar la evidencia de que la discapacidad es una cuestión aún no resuelta, lo que ha llevado a pensar a algunos que al no oírse gritos, no hay había ningún problema. Pero ser pacientes, no quiere decir en absoluto que seamos pasivos ni menos aún sumisos; ser discretos, no significa que no existamos y que por tanto no tengamos presencia y entidad sociales. Ser pausados, no significa que toleremos agresiones como las que se están produciendo.

Las personas con discapacidad y sus familias somos, estamos y contamos, y reclamamos ahora con toda firmeza compartir como los demás un espacio social construido sobre bases diferentes. Un espacio social abierto a esta parte de la diversidad humana, que la acoja y la respete, y que permita liberar el enorme potencial que encierra.

Si nadie lo remedia, estamos a un paso de que la discapacidad sea considerada como zona catastrófica. Si en los mejores momentos económicos, las personas con discapacidad y sus familias no llegamos a disfrutar del bienestar generalizado, en las épocas pésimas, como esta, sufrimos las consecuencias más devastadoras de la crisis. Es tan triste como verdad: nunca llegamos a participar del festín, cuando lo hay, pero somos los primeros a quienes se nos quitan hasta las migajas.

No es necesario cargar las tintas, porque los datos están ahí, tozudos y acusadores. Estos años están siendo un museo de los horrores para esta parte de la ciudadanía. Incumplimiento sistemático y estructural de muchas de las leyes aprobadas pretendidamente para defender nuestros derechos; aumento de la pobreza y la exclusión, de por sí alta, entre las personas con discapacidad, que se enfrentan además a un sobrecoste de hasta un 40% a la hora de adquirir los mismos productos y servicios que los demás ciudadanos; abandono de los apoyos a la familia, que queda como única y solitaria red de soporte, cada vez más exhausta, sin apenas ya capacidad de resistencia.

No somos una isla. Formamos parte de la comunidad y somos plenamente conscientes de que toda la sociedad atraviesa inmensas dificultades. No queremos tratos privilegiados ni ventajas injustificadas. Corremos la suerte de la ciudadanía y solo nos salvaremos a condición de que nos salvemos todos y todas, globalmente. Nos sentimos corresponsables de la buena marcha y del mantenimiento y extensión del bienestar a todas las capas de la población, y somos solidarios, pues conocemos el alto precio de la exclusión y la marginación. Pero no se nos puede pedir ni imponer que llevemos, otra vez más, la peor parte.

El pasado día 2 de diciembre de 2012, las personas con discapacidad y sus familias hicimos un gesto multitudinario de afirmación de nuestros derechos, de nuestro proceso de inclusión y del bienestar logrado, que no nos vamos a dejar arrebatar. En un acto inédito en España y en el mundo, casi 100.000 personas tomaron las calles de Madrid en la mayor movilización cívica de la discapacidad de tiempos recientes. Hemos dejado de ser las víctimas fáciles de la historia y de la vida en sociedad, para ser también coprotagonistas de la misma. Por eso nos movilizamos.

 

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