Hernandia, nombre de un género botánico puesto en honor a F. Hernández

 

Para sortearla unos cuantos se fueron fijando en el mundo que les rodeaba tomando de él lo que necesitaban transformándolo para sanar. “Magos, Druidas, Chamanes, Hechiceros, Jaibanás, Sabedores”. Médicos todos al fin, cada uno con su filosofía, método de trabajo y manera de pensar en su momento y lugar de la historia. Y la mayoría con una característica común, olvidados. De uno de ellos quiero hablar hoy.

Cuando los españoles llegan a América se encuentran con un mundo nuevo y desconocido aislado durante miles de años con una población radicalmente distinta de la europea y que practicaban su propia medicina aprovechando los recursos naturales que tenían a su alrededor y de los que no se tenía conocimiento en Europa hasta ese momento.    Felipe II, soberano en aquel momento, era un hombre del renacimiento, sumamente culto, con una gran pasión por los avances científicos de su época y enamorado de los libros. Él será el que envíe a América a uno de esos grandes hombres olvidados. Francisco Hernández.

Nacido en La Puebla de Montalbán, Toledo, hacia 1515, a los 15 años ya era bachiller en Artes y Filosofía. Estudió Medicina en Alcalá de Henares ejerciendo la medicina en el Hospital de la Santa Cruz de Toledo, y también en Sevilla. Es aquí donde descubre la obra del médico Nicolás Monardes, que fue el primero en informar sobre los productos naturales que venían de América y sus propiedades curativas.

De Sevilla pasa a Guadalupe en Extremadura donde estudia anatomía en el monasterio y en el hospital. La escuela médica de Guadalupe era la antesala en la formación de los grandes médicos del reino, lo que se llamaba el protomedicato. Por entonces, los médicos españoles eran ampliamente reconocidos por su excelente calidad, especialmente en su formación quirúrgica, tal vez en gran parte debido a que en España se podían diseccionar  cadáveres con más libertad que en otros países. El hospital había sido autorizado por bula papal a abrir los cadáveres para tratar de averiguar las causas de la muerte. En el mismo monasterio y hospital de Guadalupe, se cultivaba el mejor jardín botánico de la época, tanto en él, como recorriendo las comarcas vecinas, realizó estudios de botánica alcanzando el grado de magíster.

De Guadalupe paso a Toledo donde ejerció su profesión en el hospital de Santa Cruz a la vez que comienza a la traducción de la obra de Plinio el Viejo “Naturalis Historia” empresa que le llevo más de veinte años.            Trasladado a la corte es nombrado médico de cámara del rey Felipe II.

Como ya hemos dicho Felipe II tenía una gran pasión por el conocimiento y los libros instituyendo en El Escorial un centro de investigación, el propio rey escribió: “para el aprovechamiento particular de los religiosos que en esta casa hubieren de morar y para el beneficio público de todos los hombres de letras que quisieren venir a leer en ellos”.

La inquietud del rey por conocer la naturaleza del Nuevo Mundo hace que se fije en Hernández, lo nombra Protomédico de todas las Indias y le entrega detalladas instrucciones sobre su misión de la exploración científica. Conocer la realidad de la historia natural en América y sobre todo de Nueva España, estudiar la flora y la fauna del Nuevo Mundo y aprender la medicina que practicaban tanto los indios como los españoles en Nueva España de donde llegaban abundantes relatos sobre gran riqueza de medicinas herbolarias. “A las Indias por protomédico general de ellas“. Hacer la historia de las cosas naturales”. “Durante el tiempo de los cinco años que en ellos se va a ocupar”. “Os habéis de informar dondequiera que lIegáredes de todos los médicos, cirujanos, herbolarios e indios y de otras personas curiosas en esta facultad y que os pareciere podrán entender y saber algo, y tomar relación generalmente de ellos de todas las yerbas, árboles y plantas medicinales que hubiere en la provincia donde os halláredes”.

Francisco Hernández

El nombramiento oficial fue firmado el 11 de enero de 1570, este título otorgaba a Hernández un rango de primer orden. Por otro lado, se suponía que, al ser la más alta autoridad médicosanitaria podría desarrollar su tarea de un modo cómodo y sin demasiados obstáculos y dejaba clara su directa y estrecha vinculación con el rey, aunque el cargo llevaba competencias que iban más allá de la propia expedición y no estaba exento de problemas por ser una autoridad del rey hasta entonces desconocida en dichos territorios. Como se desprende de la orden real su principal fuente de información eran los médicos establecidos en la colonia pero sin dejar a un lado los conocimientos de los indios. El mismo Hernández nos dice cuál era el objeto de su misión: «No es nuestro propósito dar cuenta sólo de los medicamentos, sino de reunir la flora y componer la historia de las cosas naturales del Nuevo Mundo, poniendo ante los ojos de nuestros coterráneos, y principalmente de nuestro señor Felipe, todo lo que se produce en esta Nueva España».  

Preparar la expedición le llevo a Francisco la mitad de 1570 embarcando para América a finales de agosto, tras una travesía de seis meses con escala en Canarias, La Española y Cuba en donde se encarga de recoger distintos libros de medicina practicada en las islas, llega a Veracruz en febrero del año siguiente, desde allí partió hacia la ciudad de México que se convertiría en la base para todas las expediciones que realizo en los seis años que permaneció en Nueva España.

Su método de trabajo lo dividió en tres fases recorriendo todo el territorio de Nueva España durante los tres primeros años organizando expediciones de tres formas distintas: La primera con salidas que duraban una jornada a poblaciones de alrededor de Ciudad de México recorriendo el territorio a la redonda. La segunda con expediciones más alejadas a poblaciones de la región central Santa Fe y Toluca o la que le llevó hasta el hospital de Huaxtepec, ciudad que había sido antes de la conquista el: “exhuberante jardín botánico del emperador Moctezuma”. La tercera consistió en organizar tres salidas expedicionarias de gran recorrido. Primero emprendió la exploración de Oaxaca, hasta el «Mar Austral»; después se concentró principalmente en la exploración de Mechoacán y por ultimo un dilatado viaje al Pánuco (actual estado de Hidalgo), que comprendió dos rutas principales, desde Texcoco, pasando por Teotihuacán e incluyendo la exploración de lo que hoy es el estado de Guerrero.

En todas las salidas iba acompañado de su hijo Juan como su asistente y secretario cuya labor fue fundamental ordenando todo el material recogido, un cosmógrafo, Francisco Domínguez con el encargo de: “describir la tierra y hacer otras cosas tocantes a lo que se comete”  y un amplio equipo con médicos, boticarios, herborizadores, dibujantes, amanuenses… tanto indios como españoles, encargados de recoger por escrito sus dictados, traducirlos y hacer de intérpretes con sus informadores, dibujar del natural plantas, animales u otras escenas del paisaje, copiar esos dibujos y pintarlos sobre papel y otras tareas similares, recogiendo toda la información que le suministraban.    Su método de trabajo se basaba en un sistema de fichas normalizadas sobre cada especie vegetal o animal y de cada mineral, describiéndolos por escrito y acompañado de dibujos. Por ejemplo, la descripción de una planta que era un remedio muy eficaz contra la diarrea: “Apitzalpalti crenelado, o hierba partida en su borde que detiene el flujo del vientre. Su nombre, Apitzalpalti, de apizalli, diarrea y pahili, remedio. Remedio de la diarrea. Es el Apitzalpalti, una hierba de cinco palmos de largo, de raíz ramificada, hojas como de menta, flor amarillo rojiza, semillas como de malva, sabor casi nulo y naturaleza fría y salivosa. Debido a esto, las semillas o las hojas machacadas y tomadas en dosis de una onza con vino de metl o algún otro líquido astringente, contienen el flujo del vientre u otro cualquiera, de donde le viene el nombre. Se dice que en la misma dosis fortalecen el estómago y curan. Nace en las colinas de regiones cálidas o bien en las cimas áridas o desprovistas de vegetación”.

Para las salidas más largas contaba con los conventos y hospitales que los españoles habían fundado a lo largo del territorio, pernoctando y alojándose en ellos. Estos lugares recogían toda la sabiduría de la época tanto europea como indígena constituyendo un escenario privilegiado para el intercambio de determinados conocimientos científicos entre las dos culturas.

De regreso a México en marzo de 1574, su labor se centró en recopilar y ordenar de forma coherente todo el material recogido a lo largo del virreinato  En septiembre de 1572, escribía lo siguiente a Felipe II: “Tengo hasta agora dibujados y pintados como tres libros de plantas peregrinas y por la mayor parte de grande importancia y virtud como V. M. verá y casi otros dos de animales terrestres y aves peregrinas ignotas a nuestro orbe y escritos lo que he podido hallar de su naturaleza y propiedades en borrador…, y este cuidado y pena pienso ha sido parte de una prolija y grave enfermedad de la que al presente, como por milagro de Dios, me he librado.”

En la tarea de organización de los escritos considero traducir el texto pulido y ordenado de la Historia natural a las tres lenguas en las que consideró imprescindible que la obra circulase: el latín, el castellano y el náhuatl, la lengua mayoritaria entre los pobladores de Nueva España: “para el provecho de los naturales de aquella tierra”,

A continuación probar experimentalmente la mayor parte posible de remedios medicinales que se habían recogido en la fase anterior de la expedición, para poder elaborar diversas tablas e índices de remedios, clasificados según las afecciones para las que servían, las partes del cuerpo que sanaban, o los nombres que recibían en las lenguas de los indios y en español. Con frecuencia probaba las plantas que recogían para ver el efecto que estas producían, estando en alguna ocasión al borde de la muerte por comer algo indebido: «faltaba para la perfección desta obra, allende de las experiencias que se saben de los indios por relación y de algunas que yo he hecho… tomar muy a pechos el hacer experiencias de todo lo que yo pudiere, mayormente de las purgas y medicinas más importantes»

Para realizar este trabajo eligió el Hospital Real de Naturales, en México, que contaba por entonces con doscientas camas. Aquí pudo investigar con los enfermos los métodos de sanación así como implantar un amplio huerto en donde sembrar y cultivar las plantas medicinales y un espacio para los animales que habían capturado en sus viajes. En este periodo desaparecieron las reticencias que los médicos y cirujanos tenían sobre él llegando a una total colaboración con el protomédico tal como ocurrió con la epidemia de 1576 que asoló gran parte del territorio de Nueva España, epidemia denominada por los médicos (cocotiztli). Hernández no solo lucho por encontrar el remedio de la enfermedad, realizando  autopsias para establecer la calidad del mal, también escribió un tratado sobre la epidemia redactado en latín, que se ha conservado manuscrito.

La obra de Hernández estaba formada por grandes volúmenes, que contenían las imágenes y los textos de la Historia natural de Nueva España, dedicados a las descripciones de unas tres mil plantas, más de quinientos los animales y algo más de un docena de minerales; en total, sumaban casi mil folios de textos en latín, divididos en más de tres mil capítulos y acompañados de más de dos mil ilustraciones. Además de la traducción al castellano y al náhuatl. Como complemento y apoyo de este núcleo principal de su obra, Hernández elaboró otros cinco tratados, dedicados específicamente a ordenar y exponer las indicaciones terapéuticas de los remedios medicinales para diferentes males recogidos por la expedición. A esta obra, cabe añadir la serie de libros dedicados a las Canarias, la Española y Cuba, además de un tratado sobre la navegación del Pacífico hasta Filipinas y algunos capítulos dedicados a la flora y la fauna de aquel remoto paraje, que trataron de ser incluidos en el cuerpo principal de la Historia natural.

El trabajo de preparación de los remedios así como de barricas con plantas preparadas para el largo viaje y dispuestas a ser trasplantadas en los jardines de aclimatación de Sevilla, Aranjuez o Valencia fue extraordinario. A medida que Hernández iba completando su trabajo, comenzó a solicitar que se le permitiera regresar a España, convencido de que su presencia era necesaria para llevar a cabo la edición de los materiales. Desde Madrid se le instaba a enviar todo el material que tuviera ya que Felipe II pretendía que el protomédico se trasladara al Perú para realizar allí un trabajo similar al de Nueva España.

Al fin recibiendo el permiso para regresar Hernández y su hijo se embarcaron en Veracruz llegando a Sevilla a principios de septiembre de 1577. El protomédico que llega de vuelta a España no es el mismo que zarpo hace siete años, los esfuerzos en las expediciones más las dos travesías, enfermó en el viaje de vuelta, lo habían debilitado y envejecido.

El rey encargó a un médico napolitano llamado Nardo Antonio Recchi: «ver lo que truxo escripto de la Nueva España el doctor Francisco Hernández y concertarlo y ponerlo en orden, para que se siga utilidad y provecho dello».

Los que le apoyaban (Espinosa y Ovando) habían fallecido o estaban en Nueva España (Moya Contreras) o Amberes (Arias Montano), tan solo Juan de Herrera podía seguir apoyándole. Decepcionado Hernández culpa de la decisión real a las envidias cortesanas. Cierto es que la preocupación de Felipe II está en ese momento en Portugal y su imperio. La tensión que a lo largo de los siete años de expedición se había producido entre el proyecto científico de Hernández y el de quienes habían patrocinado su empresa con una finalidad que restringía sus objetivos a la utilidad práctica que pudiera extraerse del conocimiento de los remedios medicinales disponibles en el territorio, acabó resolviéndose claramente a favor éstos.

A partir de aquí poco se sabe de Francisco Hernández en sus últimos años algunas noticias sobre su mala salud, alguna petición de sus hijos para que se le paguen salarios atrasados y la noticia de su muerte en Madrid el 28 de enero de 1587, dejando por albacea a su amigo Juan de Herrera.

El encargo a Rechii de ordenar la versión latina que le entrego el rey componiendo “De materia medica”, que tardo en publicarse setenta años en Roma, el incendio del Escorial en 1671 donde se quemaron los volúmenes que Felipe II tenía y los originales en manos de Hernández que acabaron dispersándose no recuperándose hasta siglos más tarde, contribuyeron al olvido de uno de los grandes médicos que con nuevas ideas y métodos de estudio fue unos de los precursores de la medicina moderna.