Las protectoras estiman que 75.000 mueren al año de forma violenta, atropellados, golpeados o ahogados, cuando dejan de ser los mejores en aquello para lo que son entrenados: correr y cazar. Los galgueros crían miles de estos animales a la espera de que entre ellos nazca un campeón que les aporte dinero y prestigio.

El film “Yo Galgo” denuncia este drama invisible. Después de tres años de investigación, su promotor, Yeray López, asegura que «la base del problema no está en las carreras, sino en la cría masiva y descontrolada», que continúa desarrollándose gracias a una arraigada tradición. De hecho, en España existen comunidades cuya actividad galguera se remonta a más de tres generaciones. Algunos de los testimonios recogidos durante la producción del film cuentan cómo hasta hace no mucho tiempo era normal encontrarse a diez galgos colgados de un olivo o ver cómo llegaba al pueblo una furgoneta llena de perros que después se abandonaban en el campo. «Antes, tener un galgo era un signo de prestigio. Ahora hay criadores que dicen que el galgo no vale un bala», afirma López.

Esta cría masiva se sigue produciendo, en buena parte, por la legalidad española. A pesar de la ley nacional que tipifica el maltrato animal, se han implantado normativas como la Ley de Caza aprobada el año pasado en Castilla La-Mancha, que facilita la actividad a los cazadores. Entre otros aspectos, penaliza como infracción muy grave, con multa de entre 3.001 y 30.000 euros, las acciones que provoquen la huida de las presas o alteren las querencias naturales en los días de caza o previos a estos. También permite el uso de armas o modalidades que suponen, según Ecologistas en Acción, «caza ilegal y un potencial riesgo para la seguridad». Es el caso del rifle calibre 22, la caza con arco, la caza nocturna o la posibilidad de disparar en determinadas situaciones desde un vehículo.

Pero Castilla La-Mancha no es la única zona donde la caza, y por consiguiente la cría de galgos, es un problema. Yo Galgo narra un problema que atañe a país entero: «Ni siquiera grabo elementos geográficos con los que se pueda reconocer el lugar, porque esto es un problema global. Tampoco quiero que se señale sólo a cierta gente, que además me ha abierto sus puertas», declara López.

Los galgos que no son sacrificados acaban en perreras o protectoras, que denuncian la inexistencia de ayudas públicas y la falta de control sobre los animales. La Fundación Benjamín Mehnert acogió 400 galgos en sólo dos meses, entre diciembre y enero del 2015. Su capacidad es de 350 canes y ahora dan cobijo a casi 700, por lo han tenido que cerrar las entradas para poder mantener a los animales de forma adecuada. «La cantidad de perreras municipales son insuficientes y las protectoras recibimos cero ayudas públicas, trabajamos gracias a las donaciones de particulares», denuncia Rocío Arrabal, trabajadora de la Fundación. Aprovecha para poner de relieve otros dos aspectos derivados de la caza: «Las existencia de rehalas debería estar prohibida. Se permite tener a más de diez perros de caza, fomentando la actividad. Además, en la mayoría de ocasiones no tienen chips de seguimiento y eso dificulta nuestra labor y hace que desaparezcan miles de galgos sin que nadie lo sepa».

Colaboración contra el maltrato

Yeray López remarca la importancia de compartir experiencias: «Yo Galgo ha sido y es posible gracias a toda la gente que ha participado en el proceso, y también a aquellos que lo difunden. La comunidad ha visto que había algo importante detrás y se tenía que contar». La repercusión del proyecto se ha visto reforzada gracias a las redes sociales: un post en su página de Facebook ha llegado a tener 40.000 comentarios y ha sido compartido 150.000 veces. Internet también contribuirá a ampliar los contenidos, pues todo aquel material que no se incluya en el documental estará disponible en los canales y redes sociales del proyecto.

Varias líneas de investigación continúan en desarrollo, y para poder terminar su trabajo, el equipo de López mantiene abierta una petición en Kickstarter mediante la cual los donantes recibirán recompensas según el nivel de su aportación, gracias a la que contribuyen a denunciar una práctica primitiva y cruel que ritualiza la muerte de los galgos.