pet9Serpientes, escorpiones, tarántulas y todo tipo de bichos rivalizan con los descendientes de ese primer can que quiso aproximarse a los humanos. La diferencia estriba en que estos cuadrúpedos quisieron compartir su hábitat con nosotros y desde entonces lo hacen. Sin embargo, el instinto de otros seres irracionales no les animó ni les anima a protagonizar tal pacto.

Dejando a un lado a quienes buscan animales, más o menos potencialmente peligrosos, la decisión de adoptarlos conlleva una serie de obligaciones y responsabilidades. Un compromiso este que algunos dueños llevan más allá sobre todo en el trato.

Besar en la boca a un perro, a un conejo, a un cordero, a un cerdo… o meterlos en la cama, no parece que sea lo más aconsejable y por su puesto lo más saludable por razones obvias que cualquiera puede comprender. Tampoco parece que sea una conducta apropiada emplear más o menos dinero en alta moda para mascotas: desde ropa sofisticada, lazos de diseño, abalorios esperpénticos… hasta collares de diamantes. Un comportamiento este que para otras personas es cuanto menos hiriente porque sencillamente piensan que el ser humano está en un nivel inferior para quien se comporta de ese modo.

A quienes se enamoran de sus mascotas les exhorto a que piensen que sus desvelos y su peculio bien podría ser esa gota de agua tan necesaria para tantos desiertos donde se ven abocados millones de humanos.

De todos modos, no es mi propósito trazar una línea fronteriza en la relación con otros seres vivos pero sí proclamar que nunca se debería perder el norte, por mucho cariño o afecto que se los tenga, hasta el punto de dar espectáculos grotescos o de hacer aquello que estos seguramente no desean.

Aunque gran parte de los humanos no necesitasen ayuda, encontraría asimismo detestable que alguien tratase de humanizar a un animal irracional. Y no deseo escribir las palabras que tengo en mente para quien se empeña en animalizar a los seres racionales.

A los animales hay que atenderlos y no maltratarlos. Pero mientras exista un niño o un adulto, en cualquier latitud, que se muere de inanición o supervive en la más absoluta pobreza, no cabe duda que dejar la herencia a una mascota, enterrar sus restos en mausoleos de lujo, guardar sus cenizas en ánforas carísimas, organizar desfiles en pasarelas… son insultos directos a la humanidad.

Cuando veo a alguien que lleva a su lado su mascota transfigurada y oliendo a Chanel me entran unas ganas irresistibles de darle la tarjeta de un amigo psiquiatra. No puedo dejar de pensar que en esa relación sí que hay un cerebro que se ha metamorfoseado en irracional.