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Luis Hipólito Ordoñez, indígena maya quiché  y Coordinador del Programa de Educación Intercultural y Bilingüe de Fe y Alegría Guatemala.

¿Qué tienen en común la educación con niñas y niños indígenas en Guatemala, la de niños y niñas con discapacidades en Malawi y la de jóvenes en riesgo de exclusión social en España? Las tres son experiencias exitosas de educación inclusiva que presenta el informe. Experiencias de cómo una educación de calidad e inclusiva, “es el medio más poderoso para contribuir al desarrollo de las personas, transformar sus vidas y combatir la pobreza y la desigualdad”, tal y como indicaba Ramón Almansa, Coordinador de Cooperación de Entreculturas.

Vivimos en una aldea global donde el 8% de la población acumula el 50% de la riqueza mundial, 1.300 millones de personas sobreviven en pobreza extrema con menos de 1 dólar diario y 175 millones de jóvenes de países de ingresos bajos y medios bajos son incapaces de leer toda una oración o parte de ella. Los colectivos más vulnerables que con más facilidad son arrastrados a este círculo de pobreza e inequidad son las niñas y mujeres, los niños, niñas y jóvenes que residen en zonas rurales, aquellos/as pertenecientes a minorías étnicas, niños y niñas trabajadores, los niños y niñas con discapacidades y los niños y niñas que viven en países afectados por conflictos armados, en situación de refugio, desplazamiento o migración.

Defender y promover una educación inclusiva para todas las personas se perfila como necesaria para combatir la pobreza y la desigualdad. Laura López de Cerain, Directora de Cooperación Multilateral, Horizontal y Financiera de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), apuntaba que “la educación inclusiva contribuye significativamente a un modelo social más equitativo y justo que valore la diversidad”. Valeria Mendez de Vigo, Responsable de Estudios e Incidencia de Entreculturas, explicaba que una educación inclusiva “supone que sea el sistema educativo el que se adapte a las necesidades de niños y niñas. Esto, que parece de cajón, no es la regla general. La realidad es que, en la mayoría de los casos son los niños y niñas los que tienen que adaptarse a sistemas educativos estandarizados que no tienen en cuenta sus necesidades específicas”. Los niños y niñas desfavorecidos son expulsados, en la práctica, por un sistema que no les tienen en cuenta, perpetuando y aumentando las desigualdades.

Un claro ejemplo de esta realidad ha sido el testimonio de Luis Hipólito Ordoñez, indígena maya quiché y Coordinador del Programa de Educación Intercultural y Bilingüe de Fe y Alegría Guatemala. Comenzaba su intervención hablando en maya quiché, que nadie en la sala entendía. Ha sido su manera de ejemplificar como los pueblos indígenas se han sentido excluidos de la educación por no entender el idioma en que se enseñaban las clases (castellano). Él mismo no pudo ir a la escuela hasta los 12 años, ya que las clases solo se impartían en castellano. Luis reclamaba que “todo el mundo merece una educación de calidad, que respete su cultura, sus tradiciones y donde tengan la oportunidad de aprender en dos idiomas: su lengua materna y, en el caso de Guatemala, el castellano”.

Luis es un ejemplo de cómo la educación inclusiva abre oportunidades de futuro. Por eso de cara a la nueva Agenda de Desarrollo es necesario que la comunidad internacional afiance sistemas y acciones educativas inclusivas y transformadoras que multipliquen oportunidades de igualdad y de justicia para todas las personas. Amalia Navarro, Coordinadora de la Campaña del Milenio de Naciones Unidas apuntaba que, tal y como se deduce de la encuesta internacional My World 2015 “existe un clamor mundial para hacer de la educación la columna vertebral de la nueva Agenda de Desarrollo”.

Además de un derecho irrenunciable, la educación inclusiva es la herramienta de cambio personal y colectivo fundamental para salir de la pobreza y combatir la desigualdad y, para construir sociedades libres, democráticas, justas y dignas.

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