En el pasado hubo muchos pronósticos que decían que la agricultura familiar comunitaria desaparecería gracias a la modernización de las urbes donde todos íbamos a depender de la industria para comer. Pero cuando una sociedad tiene en la base de su patrimonio intangible los conocimientos transmitidos de generación en generación sobre el cultivo de la tierra y el autoabastecimiento alimentario, las distintas crisis económicas, sociales y ahora hídricas se remiten a esa base, por lo tanto el retorno a la tierra es una constante, no solo por la comida sino también por el agua [1].

La crisis de agua que se ha producido en La Paz dio lugar a un debate que saca a la luz nuestras intimidades urbanas más deplorables como el derroche colectivo, la falta de conocimiento de la disponibilidad de fuentes de agua y la incipiente planificación gubernamental.

Las represas que dotan de agua a la ciudad se encuentran en zonas agropecuarias, donde las familias campesinas no tenían conexiones domiciliarias hasta hace un año, cuando por primera vez se empezó a implementar un proyecto que a la fecha todavía no cubre a todas las casas. La gestión rural del agua siempre ha sido artesanal, con la organización de grupos de trabajo en cada comunidad donde todos deben participar obligatoriamente en la construcción, mantenimiento y búsqueda de nuevas tomas de agua cada vez que el clima así lo determina.

img-20161126-wa0002A lo largo de la ruta que une la ciudad de La Paz con las represas se aprecia el sistema de distribución de agua potable instalado para abastecer solamente a la ciudad y paralelamente se ven los canales rústicos construidos por las comunidades campesinas para su consumo y riego. La primera es una infraestructura con diseño especializado de ingeniería de 40 millones de dólares invertidos y la segunda es una inversión no calculada de trabajo comunitario con mano de obra familiar, materiales precarios, muy decorativa del paisaje pero sin potabilización, expuesta a la contaminación de transporte motorizado y basura. Así y todo, es esta la instalación de agua que posibilita el riego que seguirá produciendo alimentos para la ciudad durante este tiempo de sequía que, por primera vez incluye a tantos barrios residenciales urbanos al mismo tiempo.

En medio de la angustia la ciudadanía paceña lanza una interpelación muy dura en contra de los campesinos que se declararon en emergencia ante la instalación repentina de trasvases desde ríos aledaños al sistema de distribución, porque temen quedarse sin agua para los cultivos. De esta manera se sorprenden divididos campo y ciudad por el agua [2].

Sin embargo, la preocupación de ambas partes es comprensible: por una parte los campesinos agricultores tienen razón en manifestar su angustia en la declaratoria de emergencia que incluye amenazas de bloqueos camineros, pues ante los desastres naturales a ellos siempre les toca invertir más tiempo, esfuerzo y recursos propios para canalizar el agua desde mayores distancias, con los consiguientes conflictos entre comunidades o familias que a veces ocurren, aunque  al final no les quede más remedio que unirse para enfrentar la necesidad.  Por su parte la ciudad tiene razón en recordarles que el agua no tiene dueño y el acceso es para todos.

Así las cosas, se pone en evidencia la improvisación gubernamental donde las instituciones se sorprenden forcejeando vergonzosamente entre familias urbanas y rurales.

Como en todas las regiones del planeta que sufren sequías, el razonamiento sobre los usos del agua presiona sobre las prioridades y la agricultura es justamente una de esas prioridades no solo por la producción de alimentos, sino porque la inversión que hace del insumo agua se articula al ciclo hídrico otorgando la capacidad de resistir a la sequía por un tiempo algo más prolongado.

En un sistema orgánico de producción agropecuaria, el uso del agua pasa por distintas etapas y no se desecha, el agua destinada al riego queda en el cuerpo vegetal de cada tipo de planta de donde  sale en un proceso lento de evapotranspiración que humedece el ambiente dando su cuota de contribución para la formación de nubes. Aquí las matemáticas agrícolas inducen a calcular que mientras más vegetación más humedad en el ambiente.

Lo mismo pasa con los jardines urbanos, públicos o privados, con la diferencia de que aplican fumigación sintética, sobre todo los espacios a cargo del municipio que, si se sustituye por insecticidas orgánicos, podría dar una contribución más sana.

Por todo esto, la agricultura se postula como el uso productivo del agua para producir agua, aparte de la comida.  En La Paz se necesita diseñar una política hídrica que retenga el agua justamente ahí en la vegetación agrícola y eleve aún más el nivel de almacenaje y circulación del agua a través del fomento a la agroforestería que, a su vez introduzca a la población en una dinámica económica de proximidad, direccionando la preferencia de compra de alimentos a esos productores circundantes para lograr sostenibilidad y consolidar entre la oferta y la demanda una  economía socioambiental que, como parte de un proceso ampliado, ayude a recomponer y equilibrar el ciclo hídrico.

[1] Además se dice que en el mar pasa lo mismo con las culturas pesqueras, el retorno al agua es su propia constante.

[2] Las demandas de agua más grandes están por supuesto en la ciudad donde no se recupera fácilmente, porque se desecha por el alcantarillado que se junta con las descargas industriales que devuelven aguas negras de costoso tratamiento, así que se reintegran a los ríos en ese estado.