Confieso que, al principio, la teoría me hizo sonreír, pensar que cualquiera de nuestros hogareños felinos puede ser un espía alienígena es un buen argumento para una novela de ciencia ficción, para una serie norteamericana de terror o de risas enlatadas, pero una posibilidad poco creíble. Sin embargo, una vez uno se adentra en el misterioso mundo gatuno va encontrando ciertos argumentos de difícil explicación.

La ausencia de documentación sobre la existencia gatuna antes de la encontrada en los papiros, dibujos, esculturas y objetos del Antiguo Egipto es por lo menos curiosa. En la Sagrada Biblia, el libro de los libros, aparecen multitud de  animales como el perro y el caballo; también el león, el buey, el asno, el cordero y un largo etcétera, o aves como el águila, la paloma, y  profusamente repetidas las menciones a los peces. Dice el libro del Génesis: Y creó Dios  a las  grandes ballenas y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su especie, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno. Y sigue en otro versículo: E hizo Dios los animales de la tierra según su especie, y ganado según su especie, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno. Sin  embargo, del gato, ni palabra.

Como les decía no fue hasta el Antiguo Egipto, 7.500 años antes de Cristo, cuando se hizo patente la presencia del gato y su misterioso ronroneo. Fueron tratados como dioses, adorados, venerados, y  embalsamados junto a sus amos. Incluso a alguna de  sus diosas, como Bastet, se las representaba con cabeza de gato. La suposición fantástica de que llegaron a nuestro planeta en una nave espacial para desarrollarse, vivir entre nosotros y, llegado el día, iniciar la conquista de la Tierra no debería tener ningún sentido sensato. No obstante, estos sagaces y pacientes invasores, con apariencia de no haber roto un plato, se reúnen telepáticamente para preparar sus objetivos.

 Los expertos formulan nuevas teorías al respecto y una de ellas va tomando cuerpo aquí en España, que parece ser un país propicio a las invasiones. La sorprendente  creencia es que, no sabemos cómo, se han ido transmutando en diputados y senadores. Los muy felinos cogen la apariencia de nuestros más queridos padres de la patria y cometen tropelías que nos causan grandes conmociones. Les han escogido porque tienen varios puntos en común con la propia esencia felina. Son hermosos y bien pagados de sí mismos; indolentes; se duermen en los escaños y desparecen durante horas sin saber en qué lugar se esconden. También el paralelismo de su aparente sumisión, ya sea a su amo en caso del gato, o al partido en caso del político, no es una mera coincidencia. En ambos asuntos muestran su agradecimiento cuando les llenamos el comedero o les limpiamos el arenero, aunque siempre están en disposición de soltarnos un zarpazo. En honor a la verdad, debo decirles que, apoyado en la especulación de Oleg Pishkin, esto solo ocurre en un tercio de los casos.

Siguiendo con la extravagante teoría de la trasmutación, el momento actual es de lo más grave. A gatos alienígenas, con la apariencia de un senador o un diputado, se les ha visto muy lejos de sus circunscripciones o viajando en primera clase a destinos exóticos y siempre a cargo de su institución, es decir, de todos nosotros. Es tal la confusión y el parecido  que cuando les pillamos en el aeropuerto ni nos saludan, porque en realidad  son los invasores. Si tendrán mala baba esos bichos saboteadores que incluso se pasean del brazo de atractivas beldades, solo con el objeto de desprestigiar a nuestros honestos representantes que en aquellos momentos, dedican su tiempo y energías en arreglar los problemas de sus representados allí en su humilde despacho, muy lejos del lugar dónde el infame gatazo se está haciendo pasar por él.

A mí, particularmente, me parece una suposición tan fantasiosa como la de Oleg o aquella que asegura que uno de esos gatazos ha construido un aeropuerto del que no ha salido nunca ningún avión y que en realidad será utilizado por los invasores  para aterrizar sus naves. ¡Cuánta imaginación!, dirán ustedes, pacientes lectores, y por eso les pido disculpas. Aun así, creo que sería muy prudente pedir a senadores y diputados que justificasen sus gastos minuciosamente, no deberían poner ningún inconveniente, porque si son particulares y privados no cabe pasarlos a la administración y si son propios de su función política – no del partido -, se podría así acreditar fácilmente si han sido realmente de ellos o de los felinos extraterrestres. La administración ha tomado cartas en el asunto y ya aplica el tercer grado a algunos de los políticos corruptos encarcelados para que sus álter ego gatunos no se aprovechen de la situación. La hipótesis sobre este extraño caso tiene visos de ser falsa; pero, para nuestra tranquilidad, no estaría de más comprobarla.

Estos gatazos son demasiado listos.