La isla Henderson, un atolón de coral en el Pacífico sur, es una minúscula isla de tan solo 37,5 kilómetros cuadrados en mitad del océano, alejada de toda civilización, a unos 4.800 kilómetros de distancia de los núcleos urbanos más cercanos.

Es un santuario para especies en peligro de extinción, como las aves Henderson Petrel y Henderson Crake o la tortuga verde, que encuentra en sus playas el lugar perfecto para poner sus huevos. Pero la actividad humana ha convertido la que podría ser una prístina isla paradisiaca en un vertedero sin paragón. Más de 37 millones de desechos plásticos –que pesan un total de 17 toneladas– han llegado hasta sus orillas, amenazando la existencia de su fauna.

Esto se traduce en que cada rincón de la isla está invadida por residuos de plástico: desde boyas hasta redes de pesca, pasando por bolsas, cepillos de dientes o envases de productos de limpieza. Residuos que han sido producidos en las últimas décadas y tirados a la basura por personas a miles de kilómetros de distancia. Pero los vertidos que invaden la superficie de esta isla son solo la punta del iceberg, ya que el 68% del plástico está enterrado 10 centímetros bajo tierra.

Jennifer Lavers, de la Universidad de Tasmania, y Alexander Bond, de la Real Sociedad para la Protección de las Aves, han llevado a cabo un gran proyecto de investigación que revela estos datos y conclusiones. «[En este estudio] documentamos la cantidad de desechos y el grado de acumulación que hay en la Isla Henderson, un lugar remoto y deshabitado del Pacífico sur […]. La densidad de residuos encontrados aquí es la mayor jamás presentada en el mundo, alcanzando la cifra de 671,6 objetos por metro cuadrado en la superficie de las playas».

Esta lejana isla nunca ha sido sometida a una operación de limpieza, por lo que la cantidad de deshechos que hay en su suelo es un indicador de cómo se acumulan los plásticos en el mundo y se desplazan por la fuerza de las corrientes hasta las orillas de la Isla Henderson. «A lo largo de mis viajes he visto mucha cantidad de plásticos, pero esto supera todo lo anterior», cuenta al diario británico The Daily Mail la doctora Lavers, que lleva casi una década estudiando los plásticos marinos en islas remotas.

«La cantidad de plástico en esta isla es algo de verdad alarmante que le deja a uno sin aliento». Un estudio de 1991 sobre la contaminación de plástico en otros dos atolones, Ducie y Aeno, ya apuntaba las cantidades «terriblemente grandes» a las que nos enfrentábamos, lo cual nos sirve para haceros una idea de toda la contaminación plástica que existía hace tres décadas.

Aun así, era menos de un objeto de plástico por metro cuadrado, algo que ha quedado en nada comparado con la barrabasada de la isla Henderson. Los investigadores estiman que, dadas las condiciones similares de las otras dos islas, el volumen de plástico ha crecido una media anual de hasta un 80% desde 1991.

La isla Henderson es un lugar de muy difícil acceso para los humanos. La doctora Lavers tuvo que coger cinco vuelos desde Tasmania y viajar durante tres días en un barco alquilado desde la Polinesia francesa hasta llegar a su destino final. La isla habitada más cercana, Pitcairn, se encuentra a 100 kilómetros de distancia y cuenta con una población de alrededor de 30 personas. Los grandes centros poblaciones más cercanos son Japón, Estados Unidos, Corea y Chile y se encuentran a miles de kilómetros.

Tampoco está permitido el acceso público y solo los investigadores pueden visitar la isla con el propósito de estudio. «No queda dentro del circuito turístico, tampoco está en las rutas de barcos o transportes y no existen operaciones de pesca comerciales en esta zona. Está prácticamente fuera del mapa, es como si no existiera», señala la doctora Lavers.

Según explica, la última vez que un grupo de investigadores visitó la isla fue en 2011 cuando quisieron llevar a cabo un intento fallido para deshacerse de las ratas que la habitaban lanzando cebo envenenado desde el aire. Ya en aquel entonces, los investigadores se quedaron sorprendidos con la cantidad de plástico que encontraron. «Esto no puede continuar así, tenemos que hacer algo», urge la doctora Lavers. Cada día que pasa se acumula más plástico en esta isla, llegando cada semana cientos de desechos plásticos hasta su costa.

Una “imagen común” de la isla es la del cangrejo ermitaño que ha convertido una carcasa azul de unos cosméticos de Avon en su casa. «A primera vista puede parecer algo gracioso. Pero si vemos lo viejo, quebrado y tóxico que está ese plástico nos damos cuenta de que no queremos que la fauna haga de nuestros residuos su hábitat. No queremos que esto continúe», pone de manifiesto. La doctora Lavers afirma que la contaminación plástica en las playas está amenazando también los lugares de anidación de la tortuga verde, ya que su presencia deteriora la capacidad de las hembras embarazadas de poner sus huevos en la arena.

Cuando le preguntan qué pueden hacer las personas y ciudadanos del mundo para evitar algo así, no duda en responder que «una vez que el plástico está en el océano, es virtualmente imposible sacarlo de ahí con la tecnología actual de la que disponemos. Hay que poner el foco en la prevención y evitar que llegue al agua en primer lugar».

Educación para evitar que la gente ensucie las playas es la primera acción que debe llevarse a cabo. Otra buena acción es concienciación para que dejemos de usar tanto plástico y buscar alternativas menos dañinas. «Es necesario ser realistas y establecer objetivos reales y manejables; si no, la gente se abruma y no pone en práctica ninguna medida».

Una de las cosas que más ha llamado su atención ha sido la cantidad de cepillos de dientes de plástico que ha encontrado en la isla. Los que son de madera o bambú se encuentran por el mismo precio y, en cambio, no contaminan el planeta durante cientos de años una vez que han dejado de usarse. Otro buen ejemplo que señala es el uso de bolsas de malla en vez de las de plástico que encontramos en las tiendas y supermercados para las frutas y las verduras.

En cualquier caso, algo hay que hacer. Porque al paso que vamos, «la Isla Henderson y otros lugares remotos que rara vez reciben la visita de personas, van camino de convertirse en los vertederos del creciente volumen de desperdicios que generamos», concluyen la doctora Lavers y su colega Alexander Bond.

Carmen Gómez-Cotta