No se trata de negar que hubo matanzas, ni abusos, ni crímenes, ni atentados contra la cultura, sino más bien de ponerlo en su justo término. Los españoles querían conquistar América y no tuvieron para ello reparos en diezmar los ejércitos rivales y las poblaciones civiles. Tampoco sufrieron en exceso por apropiarse de sus riquezas, de sus tierras y propiedades, ni por esclavizar de forma inmisericorde a pueblos a los que además privó de su rica cultura centenaria –milenaria en algunos casos– para imponerles la fe de los conquistadores. Y para colmo, practicaron contra ellos una involuntaria guerra biológica que costó la muerte masiva de indígenas por el contagio de enfermedades europeas. Algo terrible a todas luces, y censurable.

Un imperio haciendo de imperio. Los romanos se ensañaron con muchos de los pueblos a los que sojuzgaron para dejarnos los principios de una civilización tan rica que es la base de la nuestra dos mil años después. Los árabes se apropiaron por la fuerza de la península ibérica para enriquecerla con su cultura frente a la barbarie que imperaba en los reinos cristianos vecinos. Por no hablar de la víctima que antes fue verdugo, pues Cortés jamás habría conquistado México de no contar con el apoyo de los tlaxcaltecas, una nación india harta de los abusos del imperio de turno, en este caso el azteca, que avasallaba a sus vecinos mientras practicaba el sacrificio humano y hasta el canibalismo. El azteca, un imperio de vasta cultura con una capital grandiosa cuyo legado casi se perdió por la cruel conquista.

Se podría hablar mucho de quiénes eran los españoles que acudieron a América, de la miseria de la que huían, de su formación o de la situación límite en que se vieron en muchos casos, lo que quizá explique que no se comportaran como desearía Amnistía Internacional. También se podría hablar de cómo desde el principio España, al contrario que otros imperios europeos, contó con figuras intelectuales comprometidas con los derechos de los indios –hasta el punto de provocar una controversia en Valladolid de la que nacerían leyes contra los abusos de los conquistadores–, o del rico legado que en tres siglos dejó la metrópoli en América, lo que unido a la cultura de base de mexicas, mayas o incas, por apenas citar a los más conocidos, alumbró una civilización latinoamericana que hoy puja con fuerza en los poderosos Estados Unidos y que nos ha regalado a toda la humanidad tesoros como el realismo mágico. Pero no hablemos de ello, centrémonos solamente en eso de que los españoles practicaron el genocidio en América.

Los españoles mataron sin cuidado en la conquista, esclavizaron por motivos económicos, mataron a quienes se negaron a someterse al nuevo orden colonial y provocaron la muerte de miles de indígenas con sus enfermedades, pero en ningún caso, e insisto, en ningún caso, se planificó por parte de las autoridades españolas ni de los adelantados de la conquista la aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de los indios. No tiene nada que ver con verdaderos genocidios como el de los nazis con los judíos o el que Stalin –al que admiraron muchos de los que hoy lanzan sus proclamas en las redes– aplicó contra los cosacos en la Unión Soviética. Al contrario, las epidemias fueron un grave problema para muchos encomenderos que se quedaron sin su mano de obra forzosa y hubieron de recurrir a la compra de negros traídos de África por portugueses, holandeses e ingleses (los cuales pueden, sin embargo, sentirse orgullosos de su país sin que la mitad de sus compatriotas los insulte cada año). Se podía matar a cuantos fueran necesarios para asegurar la conquista, pero no se buscaba exterminar a una raza. Es más, a diferencia de los pueblos anglosajones, los españoles no tenían problema en mezclarse con los naturales del nuevo mundo, por eso hoy en América latina, además de mulatos y mestizos, quedan cantidad de indígenas, cosa que no se puede decir de Estados Unidos o Australia, donde fueron los ingleses y no los hispanos los que llevaron a cabo la colonización. Pero eso no importa cuando el único objetivo es la propaganda sin rigor.

Da igual, lo de menos es el supuesto, y falso, genocidio español. El descubrimiento y posterior conquista de América es quizá la mayor contribución de España a la humanidad, motivo por el cual centra los ataques. Pero si no fuera eso, sería otro motivo. Desde que Franco y los suyos decidieron llenarse la boca con España, la izquierda optó por renegar de ella y aún carga con dureza con quien se atreva a mostrar algo de orgullo por su país. La misma izquierda acomplejada que fomenta el acoso en las redes de cualquiera que no comulgue con los nuevos dogmas de su manera de entender el feminismo (enfatizo lo de su manera), del animalismo o de la tibieza insultante hacia los tintes xenófobos del independentismo catalán. Una izquierda con la que tantos hemos coincidido en el pasado y que hoy nos sentimos huérfanos ante su radicalismo y su estupidez.

Y entre tanto, un año más ha habido que soportar que los del #nadaquecelebrar nos impidan tener una fiesta nacional a gusto, algo a lo que también contribuyen, por cierto, los exaltados del otro lado que cada vez que gobierna el PSOE demuestran su poco respeto por los símbolos nacionales al abuchear al presidente en un acto tan solemne.

Como diría Unamuno, o quizá no, cómo me duele esta España.