Aunque no soy vexilólogo, sé que ya se utilizaban cuando las legiones romanas imponían su cultura y su idioma a fuerza de golpes de gladius y bajo el vexillum o estandarte de la legión invasora.

Dicho esto, me ha sorprendido e indignado la decisión de la delegada del gobierno en  Madrid prohibiendo la exhibición de “esteladas” en la final de Copa del rey que se celebrará el domingo en la capital del reino. Lo justifica como cumplimiento de la ley contra la intolerancia en el deporte y subraya que “no hay una razón política sino de seguridad y orden público”. Para luego contradecirse y decir, que “es signo político y una enseña partidista”. Patético. De tal tamaño era la memez que un juez de Madrid ha tenido que anular semejante esperpento.

Estamos hartos de ver en muchos campos de fútbol, sobre todo en alguno de Madrid, multitud de pendones – en todas sus acepciones – con los colores de la actual bandera oficial, pero con el aguilucho y escudo franquistas; esos sí ofenden a las sensibilidad democrática. Banderines amenazantes con emblemas nada tranquilizadores y pancartas insultantes son comunes en casi todos los campos de España.

Las banderas tienen entidad propia y casi siempre acogen pensamientos y reivindicaciones; libertades de expresión que deben ser admitidas por los que piensan distinto aunque no estén de acuerdo. Evidentemente puede haber individuos que las porten con intención de provocar, allá ellos. Porque con no darse por enterados ya basta. La mayoría quiere expresar una pertenencia y una voluntad de demostrarlo y a mí no me molesta si lo hacen con respeto. Los provocadores lo serán con símbolos o sin ellos.

El problema viene de lejos y trae funestas consecuencias. El absoluto desconocimiento por parte del actual gobierno en funciones de lo que pasa y lo que siente Catalunya  ha provocado que el propio PP catalán se haya pronunciado en contra de la estupidez de la delegada. Imaginemos que en una final en Barcelona se prohíba la exhibición de un estandarte con el escudo del Real Madrid. Algún aficionado culé podría interpretar que es una provocación ir al campo del eterno rival de esa guisa; sin embargo, el admirador madridista tendría todo el derecho de hacerlo. Y viceversa. Nadie entendería una medida similar a la tomada por la señora Dancausa y considerar que el estandarte de los comuneros de castilla es una enseña partidista y peligrosa y por tanto debe ser reprimida. Eso es propio de los tiempos del emperador Carlos.

Los estandartes no ofenden, sólo molestan los intolerantes que poco o nada entienden de libertades. A mí en particular no me gusta ni la franja inferior de la actual bandera de España, ni el escudo con las flores de lis; no obstante, es la actual enseña constitucional y la tolero. Suspiro por el día en que esa franja sea morada y su escudo central, republicano. La bandera de nuestros hijos. Eso sí, con mucha lluvia de abril.