Las vallas sólo permiten una contención puntual. Después, aun las más altas y fuertes se vuelven permeables y, un día, desaparecen. O bien, súbitamente, los ciudadanos las destruyen. La Muralla China, el Telón de Acero, el Muro de Berlín, de Israel… Lo ideal es actuar con tal capacidad de anticipación que sean innecesarias. Debemos ir de inmediato a las raíces de los problemas, a conocer por qué, a riesgo de su propia vida con frecuencia, se saltan vallas y se derriban muros.

¿Con qué justificación reclaman ahora con grandes aspavientos derechos humanos quienes dejaron a los emigrantes sin legalizar al albur de contratos ocasionales en indignas condiciones? Qué bien que ahora, sea como sea, se hable de derechos humanos en lugar de seguir aplazando los compromisos adquiridos hace más de treinta años en relación al desarrollo de los países menos avanzados y seguir explotando sus recursos naturales, invertir en su progreso, en su autoestima.

En la Cumbre celebrada el pasado mes de septiembre en Nueva York, después de haber constatado el escaso seguimiento de los Objetivos del Milenio, se alcanzaron, a pesar de todo, acuerdos tan importantes como el siguiente: “Reconocemos el importante nexo que existe entre la emigración internacional y el desarrollo, y la necesidad de hacer frente a los desafíos y oportunidades que la emigración presenta en los países de origen, de destino y de tránsito”.

Deber de memoria para cumplir, por fin, las reiteradas promesas de ayuda para la capacitación y desarrollo endógeno en los países de origen, de tal modo que abandonar sus hogares y familias no sea una cuestión de imperiosa necesidad para sobrevivir sino que se convierta en un proceso de incorporación e integración resultante de convenios que beneficien a ambas partes. Es ahora cuando nos damos cuenta del enorme error que ha representado incumplir las previsiones de cooperación internacional fijadas en los años setenta en las Naciones Unidas y, en concreto, la aportación del 0,7% del PIB de los países más avanzados para impulsar el desarrollo de los rezagados. La sustitución de las ayudas por préstamos trastocó todavía más aquellas previsiones y el resultado ha sido el empobrecimiento y endeudamiento, ampliándose en lugar de reducirse la brecha que separa a ricos y pobres.

La mejor “valla” sería (a imitación del Plan Marshall) un plan mundial de desarrollo en las zonas más empobrecidas de la tierra. Esta movilización pluridimensional sería la mejor base para la estabilidad y seguridad del mundo en su conjunto. Es urgente, para ello, aceptar el fracaso de la sustitución de valores universales por las leyes del mercado y volver al ejercicio de la política guiada por unos ideales e ideologías fundamentados en lo que la Constitución de la Unesco denomina “principios democráticos”: justicia, libertad, igualdad y solidaridad. La acción solidaria, el respeto a todas las etnias y culturas, son el mejor garante de la unidad. Hay quienes se empeñan en mantener unido lo diverso por la fuerza. Se equivocan. Es imprescindible extraer las lecciones de la historia y evitar actitudes que no llevaron precisamente a la armonía y complementariedad sino al conflicto y a la violencia. La fuerza, pasajera, no puede sustituir a la voluntad de convivencia. La grandeza del crisol de identidades distintas reside en los vínculos de solidaridad.

Las vallas más difíciles de franquear y derruir son las vallas en la mente. Que nadie lo olvide. Vallas de palabras apresuradas y juicios irreflexivos, cuando se reacciona ante una iniciativa sin haberla estudiado detenidamente, y se rechaza, se condena, se resaltan los aspectos que pueden hacerla aparecer nociva a los ojos de la ciudadanía. No es así como se mejorará el futuro. Es trabajando, exponiendo serenamente los puntos de vista, escuchando los de los otros, sin descalificaciones anticipadas.

Vallas de doble rasero, como cuando se invocan los derechos humanos de los cubanos y se pasan por alto los de los prisioneros de la base norteamericana de Guantánamo, en la misma isla cubana. Vallas de silencio, de malentendidos, vallas de manipulación de la opinión pública. Junto a la libertad de expresión es imprescindible la libertad de información, lo más fidedigna posible.

Y también, vallas de intereses comerciales, como la de los subsidios agrícolas de la Unión Europea y de los Estados Unidos que representan más de 1.000 millones de dólares al día… Vallas, en fin, al acercamiento, al conocimiento recíproco. La solución es la conversación serena, el análisis conjunto, la escucha. Diálogo entre culturas y civilizaciones para conseguir la alianza en lugar del enfrentamiento. No es por el repliegue y la muralla como se protege una cultura. Es por el intercambio, por el enriquecimiento mutuo. Es por la palabra. Cuando parezca que no hay salida, en medio de la confusión y del desorden, hablar y compartir compromisos, porque el acatamiento, la aceptación, el papel de espectador está llegando a su fin.