Los cuentos, en general, describen en apariencia un universo poblado de seres malignos abusando de su poderes, sean mágicos o institucionales y de heroínas y héroes que se rebelan contra ellos en busca de la justicia o de su propio espacio y poder. Desde  Charles Perrault a la señora Rowling, pasando por los hermanos Grimm, sus relatos llenan de fantasía, moralejas y también de desazón a niños y no tan niños.

Porque los cuentos no son lo que parecen, entre sus líneas con hadas, brujas, príncipes, lobos y princesas rescatadas, hay escondidas una serie de metáforas sobre la vida, el comportamiento humano, la lucha por el poder o la sexualidad. Su universo va más allá de distraer las mentes infantiles; todos nuestros miedos y fobias están latentes en los cuentos y todos los arquetipos humanos presentes en sus páginas. Las mentiras de Pinocho, los excesos de Harry Potter o el destino de las princesas encerradas en torreones o en urnas de cristal a la espera de ser rescatadas por un bello mancebo de culito prieto, son espejos de los encantamientos que sufren nuestras mentes motivados por la educación, la represión o el miedo.

Capítulo aparte merecen las fábulas donde animales de todo tipo y condición nos  dan lecciones de comportamiento, en ocasiones muy sabias. La Fontaine fue todo un maestro en el arte de mostrar nuestros defectos y virtudes a través de los protagonistas de cuatro patas, de dos o con un par de alas; incluso los insectos tienen en los cuentos y en las fábulas algo que enseñar a los humanos.

Por eso me temo que las gentes que dirigen al capitalismo mundial sean grandes lectores de cuentos. De ellos han aprendido a mantenernos encantados sin que nos demos cuenta en que torreones nos han encerrado. Sus políticos, como nuevos asnos, ogros y lobos, nos siguen contando metáforas sobre el crecimiento económico y la bajada del paro, si la comparamos con cifras de hace una década, mientras la libertad se pone la caperuza roja y trata de proteger la pensión de la abuela antes de que el banco, perdón…, el lobo, se la coma. Pretenden convencernos que hemos dormido cien años, para que al despertar aceptemos que los derechos de los trabajadores han vuelto a los de  la Primera Guerra Mundial. Fabrican pócimas y ungüentos para que duelan menos las posaderas después de ser sodomizados y hacen hablar a las gallinas portavoces de sus gobiernos y que nunca pondrán huevos de oro. Son los padres estúpidos que se casan con nuestras madrastas para que ellas puedan quedarse con toda la pasta.

En fin, no quiero amargarles el regreso a la dura tarea, no quiero que piensen que esto no tiene arreglo porque lo tiene. Los zapatitos de cristal no les caben a las orondas señoras de los banqueros; a las brujas de la derechona no les vuelan ni las escobas ni los aparatos de la fuerza aérea y los enanitos, con o sin bigote, no volverán a ser presidentes. ¿Y qué pasa con el príncipe o el rey, se preguntarán? Pues que un día se despertará de su sueño calderoniano y menuda cara se le quedará a la reina del cuento. Y para colmo, encontraremos las palabras del ábrete sésamo  y entraremos en la cueva de Alí Babá y los cuarenta… mil ladrones, y recuperaremos todo lo que han robado.

No me riñan, ya les dije al principio que les iba a contar un cuento. Felices sueños.