Desde el punto de vista fisionómico destacan los ojos, grandes, redondos, de brillo verdoso inquietante. Las orejas son relativamente largas, de forma triangular, coronadas por unos enhiestos pelillos negros. El cuerpo del lince es tan hermoso como su rostro. Sus miembros son mucho más largos y fuertes que los del gato, el lomo es redondo, lleno y levemente arqueado. La cola, poco más larga que la del cocker, se mueve constantemente y es como un indicador de su estado de ánimo. La piel, es suave como el terciopelo y elegantemente moteada de negro sobre un fondo de color arena. El vientre, la garganta y las partes internas de las extremidades son muy blancas y en ellas el pelo es más largo y sedoso. Las manos del lince son poderosas. Pueden mostrarse suaves en la caricia, como una pluma, o transformarse en cinco garfios que desgarran hasta la madera.

La vista del lince es prodigiosa. Lindeman comprobó, trabajando con dos linces domesticados, que: “ son capaces de ver un ratón a 75 metros, una liebre a 300 metros y un corzo a medio kilómetro”. No cabe duda que el lince disfruta de una buena capacidad óptica.

Durante la caza, el lince acecha, silencioso, en su oculto apostadero. La noche es oscura, pero el animal ve lo suficiente para desenvolverse en su conocido territorio. Las piezas favoritas del lince son los conejos pero los pequeños roedores, como ratas y ratones, forman también parte en su dieta de primavera y verano. Atacan también a las aves. Y se ha comprobado que los machos adultos son capaces de dar muerte a un varetón o una vieja cierva e incluso ingieren el alimento vegetal del estómago de sus víctimas.

Las paradas nupciales de los linces tienen lugar en el mes de febrero. Parece que las hembras, atraídas por el olor de las marcas de propiedad de los machos, penetran en sus territorios y allí se aparean. Después se retiran a los lugares más espesos y alejados. En una oculta madriguera, que puede ser un tronco hueco de un árbol, una cueva poco profunda en el roquedo o una simple cama entre el monte, dan a luz, en el mes de marzo o abril, de dos a cuatro cachorros, que nacen con los ojos cerrados y absolutamente desvalidos. Durante ocho o diez meses, los jóvenes linces permanecen junto a su madre, que los alimenta e instruye en la caza.

Hasta los años 50, esta especie estaba presente en todo el país pero, durante la década siguiente, la población se redujo en gran medida. En 1973, el lince ibérico fue declarado como especie protegida. Las causas de esta desaparición son múltiples. Aunque se han cobrado multitud de linces en las monterías, aunque sus cabezas mejor o peor naturalizadas ponen una mueca de falsa agresividad en el noble rostro del felino, puede afirmarse que no han sido los monteros los únicos causantes de la disminución de la población de linces. Los cepos empleados para la caza de los conejos y los alimañeros con sus insensatas prácticas han contribuido al desastre; además de la misomatosis enfermedad que casi acabó con el conejo en las áreas de caza del lince y de ocasionales atropellos de linces por parte de todo tipo de vehículos. Si a esto sumamos las dificultades a la hora de la reproducción de la especie, la destrucción de los hábitats naturales propios de este animal, el bosque mediterráneo, entre los 400 y los 900 metros de altura y alejado de la presencia humana;la construcción de infraestructuras,carreteras,embalses ferrocarriles, etc. y los incendios forestales, tendremos una idea, más o me- nos precisa de por qué este felino se encuentra al borde de la extinción.

En este sentido un estudio elaborado por Jorge Lozano, Sara Cabezas y Emilio Virgós para la revista digital Runa de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente: “De 1.258 linces ibéricos muertos entre 1950 y 1989, el 25% fueron abatidos a tiros y el 62% fallecieron en cepos y lazos. Además, el elevado porcentaje de mortalidad provocada por el hombre se mantuvieron incluso después de la protección legal de la especie, en 1973”.

Según evaluaciones realizadas en 2002, en España, quedaban unos 150 ejemplares de lince ibérico repartidos entre Sierra Morena y el Parque Nacional de Doñana, donde los miembros del Comité Internacional para la Conservación del Lince Ibérico han asegurado recientemente que:“ No se puede garantizar que esta especie se salve de la desaparición”. Uno de los últimos censos realizados, diciembre de 2010, eleva ligeramente esa cifra hasta los 190 linces en Sierra Morena y 77 en el Parque de Doñana. Los biólogos que están realizando su seguimiento para evitar su extinción pretenden aumentar la población de lince ibérico hasta los 450 ejemplares, en los próximos 5 años.

Eladio Fernández,  jefe de la División de Patrimonio Natural y Diversidad Biológica del Consejo de Europa, afirmó que: “En los últimos decenios se ha producido un gran descenso en la población de esta especie como consecuencia de la desaparición de se principal presa, el conejo, que supone el 90 por ciento de la alimentación del lince”. También aseguró que: “Se están llevando a cabo todas las medidas posibles para que la especie sobreviva, como dar de comer a los linces en estado salvaje”.

Para Miguel Delibes, hijo del famoso escritor, gran biólogo y el principal especialista en lince ibérico, señala que: “Con el reducido número de linces existentes difícilmente se podrán reproducir ya que estos individuos están emparentados entre sí, lo que complica su reproducción. No creo que el lince sobreviva más de 20 ó 30 años. La desaparición de esta especie demuestra que somos incapaces de mantener la biodiversidad del planeta”.