Los espacios públicos se convierten en trampas y los ciudadanos cada vez más toman medidas de protección personal. Los indigentes, parecen ser las únicas personas despreocupadas por esta amenaza.

Es común ver en las ciudades y provincias de Venezuela a indigentes durmiendo a la luz del día en la vía pública con una total tranquilidad, felices en la inmunidad de la miseria. Personas a las que les tocó vivir a la sombra del vicio, o víctimas de la insania mental.

Seres invisibilizados que se ven en la obligación de pedir dinero en los semáforos, hurgar en la basura y dormir donde los sorprenda la noche. Una realidad muy difícil de concebir por sus conciudadanos.

Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Población Venezolana (Encovi), desarrollada sobre 6.500 familias, actualmente en Venezuela hay mucho miedo y está generalizado en todo el país, aunque es menor en las ciudades medianas y pequeñas. El 61 % de los encuestados teme ser atacado o robado en las calles durante el día.

Esta situación motiva a la gente a adoptar medidas de seguridad para proteger sus patrimonios, con sistemas sofisticados de alarma, aunque se caiga en cuenta de que es inevitable estar expuesto al salir a la calle, pues el hampa azota en centros comerciales, plazas, transporte público. De día o de noche, en carro, en moto, o caminando.

En este contexto, el mismo trabajo investigativo revela que el 13 % de las personas estaría de acuerdo en poseer arma de fuego para su protección.

Ante ese escenario de supervivencia, los indigentes son los únicos venezolanos despreocupados por el flagelo del robo. Con la ropa vieja y sin zapatos, estas personas viven sus lúgubres días rechazadas, desconocidas por un gobierno autodenominado ‘’protector’’. Seres inermes, sin ningún tipo de miedo a la pérdida.

Y precisamente es esa carencia la que los coloca en una situación favorable en comparación al resto de venezolanos que transitan las calles temerosos de ser despojados de sus prendas o equipos móviles.

Es por tanto irónico que el ciudadano socialmente más adaptado es el esclavo de las posesiones, de los bienes materiales que lo convierten en presa fácil de los delincuentes. En esta  sociedad donde quienes se esfuerzan por obtener sus propiedades están condenados a vivir acomplejados en la angustia.