El planeta y la humanidad se enfrentan a riesgos de dimensión global, duración indefinida y consecuencias incalculables. Entre las nuevas amenazas provocadas por el ser humano están la lluvia ácida, el agujero de la capa de ozono, la difusión de virus virtuales y biológicos, el
calentamiento global y la extinción de especies.

Según Jeremy Rifkin, economista estadounidense y autor de numerosos libros sobre el impacto de la ciencia y la tecnología en la economía, en la sociedad y el medio ambiente, “entre Estados Unidos y Europa, se está produciendo un fuerte debate sobre el futuro de la investigación científica, la innovación tecnológica y los riesgos empresariales”.

El detonante ha sido la nueva norma de la Unión Europea (UE) a propósito de la liberación de sustancias químicas en el medio ambiente (REACH: Regulations, Evolution and Authorization of Chemicals). Con esa directiva las compañías tendrán que demostrar que los productos químicos introducidos en el mercado son seguros antes de obtener el permiso para comercializarlos. Hasta ahora, las leyes de cualquier país del mundo permiten que las empresas presenten casi todos los productos químicos sin ofrecer garantías previas de su seguridad. El 99% de los que se venden en el mundo industrializado no se someten a ningún proceso previo para comprobar sus efectos sobre el medio ambiente ni la salud.

Según las nuevas normas propuestas por la UE, las empresas estarían obligadas a inscribir y comprobar la seguridad de más de 30.000 productos químicos, con un coste que se calcula en casi 6.000 millones de euros para el sector químico y los fabricantes que utilizan sustancias químicas en sus productos, entre ellos el sector textil y el del automóvil. Para ese tipo de industrias “las normas de la UE pueden ser una amenaza” afectando a exportaciones por valor de más de 20.000 millones de dólares, en productos químicos que Estados Unidos vende a Europa cada año. No es extraño que en los últimos meses el Gobierno de Estados Unidos, en colaboración con las industrias químicas del país, hayan ejercido una fuerte presión para detener la citada normativa propuesta por la UE.

Pero no es sólo el sector químico lo que está en juego, sino una forma nueva de abordar la ciencia y la tecnología basada en el principio del desarrollo sostenible y la gestión global del medio ambiente. Cuando la Comisión Europea aprobó en noviembre de 2002 el documento, proponía la aplicación del denominado principio preventivo en la regulación de las innovaciones científicas y tecnológicas y la introducción de productos nuevos en el mercado. El objetivo es que las autoridades tengan la flexibilidad y la capacidad de maniobra necesarias para reaccionar cuando ocurren las cosas y que sea posible prevenir o reducir las consecuencias negativas del daño.

Si ese principio preventivo se hubiera aplicado en el pasado, se podrían haber evitado gran parte de los efectos negativos de los nuevos avances científicos y tecnológicos.

Nos enfrentamos a riesgos de dimensión global y de impacto universal. Nadie puede librarse de sus posibles efectos, todo el mundo es vulnerable.

Según Rifkin, “hay diferente percepción del riesgo entre Europa y Estados Unidos. Para los intelectuales europeos estaríamos pasando de una era de los riesgos a una era de prevención. Una actitud prudente, quizá por que la historia ha demostrado que correr ciertos riesgos tiene graves consecuencias. Los estadounidenses consideran que correr riesgos tiene más ventajas que inconvenientes”.

La Unión Europea confía en que, al incorporar el principio preventivo a los tratados internacionales se convierta en un criterio indiscutible para que los Gobiernos puedan supervisar y regular la ciencia y la tecnología en todo el mundo. Para algunos, el principio preventivo viene a aplastar el espíritu científico y la noción de progreso. El Consejo Nacional de Comercio Exterior de Estados Unidos lo ha expresado así: “Este principio impide, en la práctica, todas las exportaciones de productos considerados peligrosos procedentes de Estados Unidos y otros países ajenos a la UE, y ahoga la innovación y los avances científicos e industriales”.

Pero los defensores del principio preventivo explican que la enorme dimensión de las intervenciones científicas y tecnológicas actuales deben tener forzosamente repercusiones importantes y duraderas en el resto de la naturaleza, que pueden ser catastróficas e irreversibles.

Lo que está en juego es demasiado importante. Los conceptos de la vieja ciencia ya son inadecuados para enfrentarse a un mundo que se arriesga hasta la posible extinción. Cuando todo el planeta está en peligro por el alcance de la intervención humana, se necesita un nuevo enfoque científico que tenga en cuenta el factor humano y hasta la propia vida.