Para, detente, acuéstate en la cama más grande del planeta, en algunos lugares su colchón no ha sido expuesto, siente, contempla el verdor en toda su naturaleza, escucha al oído la serenata del viento, eso no tiene precio.

En los días soleados no hay nada más sublime, que la sombra de un árbol, detrás de cada edificio, de un complejo comercial, detrás de cada bloque de cemento, un árbol que murió y con él desapareció, toda una historia, nadie vio el asesinato, el canal no trasmitió 2222, rápido y veloz.

Ya no queda nada para guindar mi hamaca, solo nos queda la noche y el menguante de la luna, dormir en ella y rezar por siempre.

Así las estrellas se quedan en mis ojos, la diosa de mis sueños me rapta en amor, amando estoy a la tierra mía, como quisiera que al caer la tarde, en la mañana seamos más humanos, que las aguas sonrían, no más lágrimas de contaminación, que los árboles aplaudan, su esplendor, no dejemos que la tierra, siga llorando su desnudez.

Eso no tiene precio.