Escribir a estas alturas de la noticia sobre el incidente de Esperanza Aguirre, parecería un poco reiterativo si no fuese porque, el análisis a toro pasado del asunto, nos trae nuevas percepciones que son dignas de tener en cuenta.
En primer lugar debo advertirles que, por una vez y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con Espe. No en todo, por supuesto, pero sí en que la infracción cometida no es tan grave como la polvareda que ha levantado. Quien más o quien menos, se ha detenido alguna vez en un carril de circulación bus para sacar dinero de un cajero automático, los que lo tienen. Claro está que muy pocos lo han hecho en plena Gran Vía de Madrid o en la Diagonal de Barcelona.
Sin embargo, el hecho tiene algunos puntos de semioscuridad que me gustaría aclarar. Al parecer, las prisas de Esperanza Aguirre venían porque llegaba tarde a una partida de bridge y necesitaba dinero para la misma. Conociendo los círculos por donde se mueve Esperanza, presumo que sería en un entorno de gran nivel, la crème de la crème madrileña, no olvidemos que, Esperanza, es condesa consorte y grande de España. Lo que ya no entiendo es el por qué de que en estas partidas de bridge le exijan llevar el dinero contante y sonante. Me imagino a la marquesa de tal, diciendo: Querida, si no hay guita no juegas. Eso sólo tiene dos lecturas posibles, o Esperanza Aguirre es mala pagadora o que en los salones de la rimbombante alta sociedad no se fían ni de ellos mismos.
Parece claro lo de la fuga que no fue. En su salida, probablemente tratando de movilizar la circulación, golpeó a una motocicleta que estaba muy mal aparcada. Así me gusta, vehículo mal aparcado topetazo que te crió. Y su actitud a la petición de documentación del coche, ya saben, a demandas necias, oídos sordos. ¡Qué me están esperando para la partida!
En lo que sí estoy en absoluto desacuerdo es en que llamara a los agentes de movilidad, machistas. Qué tendrán que ver las infracciones con el sexo del infractor. ¿O acaso cree la ex ministra de Educación y Cultura y ex presidenta del Senado, que si fuese Gallardón el que se hubiese detenido a por dinero para comprar estampitas de santos, no le hubiesen multado? No, querida amiga, no. Aquí, si hay razones, nos inmovilizan a todos sin importar sexo ni condición.
Para colofón de todo el enredo, una vez extrajo del banco el dinero lo dejó en el bolso y le fue sustraído por el rata de turno. Y yo me pregunto como ciudadano: ¿La dejaron entrar en la partida? ¿Quién gano? ¿Qué dijo la marquesa de tal al verla aparecer sin la pasta y sin copia de la multa?.
Me temo que Esperanza estará muy frustrada, está claro que van a por ella, como decía su tío, el gran poeta Luis Gil de Biedma, al que tuve la suerte de conocer y frecuentar a mediados de los 60 en Barcelona: Indiscutiblemente no es mundo para vivir en él.
La sensación que dejan incidentes como este es que no todos vivimos en el mismo mundo ni las leyes nos obligan por igual. Parece que las élites disponen de una puerta trasera que les facilita el ejercicio de su voluntad siempre y en cualquier situación, sin tener que rendir cuentas por su comportamiento ni por las consecuencias del mismo. Da la impresión de que son como una moneda, con dos caras…una de moral intachable, salvadora de los principios más altruistas que existen bajo el cielo y otra, llena de soberbia, de egoísmo, vulgar y precursora de la manipulación más absoluta, capaz y convincente para conseguir sus propósitos.
Nos protegen las mismas leyes, pero no tenemos las mismas obligaciones. Ni parecidas, a la vista está. Sáltese usted una orden policial y le garantizo que no llega a su casa, no llega ni a la siguiente esquina. Pero ni usted ni yo somos Esperanza Aguirre.
Cuando Esperanza Aguirre era Ministra de Educación, solicité una comisión de servicios en mi trabajo, por causa familiar muy grave, que conllevaba cambiar no sólo de colegio sino de Autonomía. Cuando en la Delegación de Educación y Ciencia expuse mi caso y hablé con el responsable de turno, éste, después de explicarme la “multitud de dificultades” que suponía semejante petición (resumidas era que tenía que hacer su trabajo, simplemente), finalizó diciéndome: “…si se llamara Aguirre de apellido…”.
Después de diecisiete años me sigue dando rabia comprobar, recordando a Oscar Wilde, “LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE AGUIRRE”.
Estoy totalmente de acuerdo con MªCarmen y con Paula. La diferencias de trato por status o simplemente por relación son imperdonables en una democracia.La importancia de llamarse Ernesto o Esperanza, debe estar equiparada a la de llamarse Juan o Pedro. Ante la ley, la razón, los derechos y las obligaciones todos somos iguales. O así debería ser…