Aporofobia, el rechazo al pobre, se ha convertido, según la Fundación del Español Urgente (Fundeu), en la palabra del año.

Que una palabra que implica exclusión social, miedo y rechazo, ocupe el trono de nuestro vocabulario, y que sus competidoras hayan sido odiador, machoexplicación, turismofobia, noticias falsas, o destripe entre otras más positivas como aprendibilidad, o soñadores, es un termómetro del climax social en el que estamos asentados.

Según Adela Cortina, la creadora de este vocablo, era preciso encontrar un nombre a esta realidad, “para reconocerla y prevenirse frente a ella.” Como en el caso de otras patologías como xenofobia, homofobia o islamofobia, “el hecho de saber cómo se llaman nos permite tomar conciencia más clara de ellas y tratar de erradicarlas”.

Es cierto que  dar nombre a las realidades es el primer paso para reconocerlas y ubicarlas donde se merecen, entre nuestras emociones más vívidas o en nuestros recuerdos aversivos.

Nuestro vocabulario, incluso en el de los más ilustrados y políglotas, a veces se reduce a unas pocas palabras, instalados como estamos en las urgencias del día a día. En consecuencia, nuestro círculo de acción se ha reducido y a pesar del flujo de información, de las noticias de un mundo globalizado, nos cuesta reconocernos en los problemas de otros.

Vivimos instalados en la prisa y nos olvidamos de parar, de reflexionar y de lo verdaderamente importante. Nos olvidamos del cambio climático, de la tala salvaje de selvas y bosques; el agotamiento de los recursos naturales; la invisible destrucción de mares y océanos; la gestión mercantilizada del agua; el urbanismo especulativo, el consumismo, los sin techo y la creciente desigualdad, el acoso en todas sus formas y la violencia de género.

Nos olvidamos de tomar conciencia de nuestros propios actos y de nuestros hábitos. Que el cuidado del medioambiente, la solidaridad, los derechos humanos, y la defensa de las causas justas sean nuestro motor y no miremos para otro lado.  Que la tecnología no nos aísle de nuestros semejantes y que nuestros hábitos no erijan barreras.

Nos olvidamos del significado de la palabra empatía y el respecto a la vida y a la naturaleza. Nos olvidamos de asumir nuestra responsabilidad, de abrir los ojos, como pedía la escritora Marguerite Yourcenar, y de que en ese abrir los ojos redescubríeramos, además, unos valores olvidados y una belleza perdida.

Ha pasado la Navidad y todos volvemos a ser lo que éramos, si es que alguna vez tuvimos propósito de enmienda.

El año nuevo siempre nos brinda un aire fresco purgador de nuestras miserias y malos momentos y nos abre las puertas de la renovación y de confianza en que seremos, por fin, la mejor imagen de nosotros mismos.

Decía Aute que “Quien no tenga sueños que se prepare para tener dueños”. Mi sueño para el 2018 es que no seamos ciudadanos desahuciados del prójimo. Que la palabra empatía, sea la palabra de 2018 y de los años venideros.