Un sábado por la tarde, en la sección de hombre de una conocida tienda de ropa de la Gran Vía de Madrid. J.M. está plantado frente a un estand de camisas algodón. Las hay de muchos colores, y no se acaba de decidir. Finalmente, elige un modelo azul oxford, la descuelga de su percha y se dirige al probador. El periodista le interpela: «¿Sabes que para producir esa prenda se han consumido, al menos, 200 litros de agua?».

Según fuentes de la propia tienda, perteneciente a una de las cadenas textiles más importantes del mundo, para esta temporada se han producido en torno a 100.000 camisas de ese corte y color. «La multiplicación es fácil», añade el periodista. J.M. mira la camisa, luego a su interlocutor, y murmura algo sorprendido: «¿En serio? Nunca lo hubiera imaginado. Aunque si te soy sincero, ni siquiera me lo había planteado».

La industria textil produce en la población una percepción más amable que otras como la de la automoción o la fabricación de electrodomésticos, por ejemplo, que se asocian más a menudo con el daño al medio ambiente. Sin embargo, la producción de ropa es una de las actividades más dañinas con el entorno.

«Si medimos el nivel de toxicidad de muchos ríos, especialmente en países del tercer mundo, el 10% de ese agua contaminada suele venir de factorías textiles, por los residuos de tintes y encolados», asegura Gema Gómez, responsable de Slow Fashion, una plataforma de moda sostenible que ofrece asesoría a empresas del sector que desean implementar criterios de sostenibilidad en sus modelos de negocio. Gómez incide en el consumo de agua: «Especialmente el algodón de muchas prendas supone unos recursos desmedidos, y hablamos de agua que no se recicla. Esto, llevado al extremo, provoca situaciones como la del Aral». Este mar se secó por la política agraria desastrosa de los soviéticos en 1960, que le asignaron la función de abastecer de algodón a la industria textil.

Según los datos aportados por el consultor internacional en RSE Pierre Huperts, el algodón, además del tejido más utilizado por la industria textil,  es el producto agrícola que más contamina en el mundo. «Casi el 25% de los insecticidas y herbicidas se utilizan en estos campos de cultivo, y el empleo ingente de agua dulce que se utiliza para su irrigación genera escasez para usos básicos y una baja dramática en las reservas. El lavado y tintado de la ropa también supone un daño significativo para el medio ambiente, incluida la contaminación del agua de ríos», advierte.

¿Qué hacen las empresas al respecto?

Sería injusto afirmar que la industria textil, o al menos una parte considerable de ella, no está reaccionando ante los numerosos estudios que confirman su agresivo impacto. Sea por criterios éticos, o con objetivos de puro marketing, cada vez son más los grandes grupos que se comprometen a desterrar los productos químicos más nocivos de su cadena de producción.

Una de las últimas en tomar la iniciativa ha sido Mango, reconocida internacionalmente por su ropa de mujer, que cuenta con más de 1.700 tiendas en 102 países. Al igual que otras grandes firmas  como Zara, Levi´s y Esprit se ha sumado a la campaña Detox promovida por Greenpeace, que tiene por objetivo que la industria textil elimine de sus procesos de producción 11 sustancias químicas prioritarias de aquí a 2020. Según fuentes de la propia ONG, «Mango ha subido el listón al resto de empresas del sector, ya que se ha comprometido a eliminar todos los compuestos perfluorados (PFCs) de su cadena de producción para este año y también prohibirá el uso de alquifenoles con formulaciones químicas después del mes de junio de 2014». Estos compuestos, incluidos en la lista de las sustancias a erradicar, provocan que muchos organismos tengan dificultades para crecer o producir hormonas, lo que redunda en una merma de la capacidad reproductiva y puede llevar a la extinción de una especie determinada.

Por otra parte, Mango se ha comprometido a publicar datos de la contaminación de al menos 20 de sus proveedores (incluyendo al menos 15 en China). Es un importante avance para cambiar el modo de producción del sector textil y evitar así la contaminación de las aguas de los países de producción y del resto del mundo. Los compromisos adoptados por firmas como Mango y Zara en este terreno suponen que en 2013 al menos 120 fabricantes (55 de ellos en China) publicarán sus datos de vertido. Algo que cobra especial significado, tras el reciente informe de Greenpeace que demostraba la relación de empresas como Levi’s,  Calvin Klein y GAP con varios proveedores en China que utilizan los canales y ríos locales como tuberías de desagüe, lo que está provocando una importante crisis medioambiental y de salud en la zona. «Greenpeace da la bienvenida al compromiso de Mango, ya que supone un importante avance para eliminar los tóxicos de todo el sector textil. Ya no hay excusas para el que resto del sector lo haga», ha declarado Sara del Río, responsable de la campaña de Contaminación de Greenpeace.

Reciclar, ¿es suficiente?

La fiebre de la denominada «moda ecológica» o «moda sostenible» ha entrado con fuerza en el sector en la última década, y hoy cuesta encontrar una firma que no se haya sumado a esta tendencia. Muchas marcas han incluido una línea de ropa producida con materiales reciclados en sus colecciones, «aunque muchas veces lo hacen tan solo como argumento de venta, sin una verdadera conciencia medioambiental», reconoce Gómez. Así, se da la paradoja de que muchas prendas elaboradas con tejidos reciclados ocupan los niveles más caros y elitistas del catálogo, en lugar de ser accesibles a una gran mayoría de gente, el verdadero objetivo de esta práctica. «No basta con lanzar unos zapatos elaborados a partir de materiales sintéticos o no contaminantes dejando en manos de otros su procedencia; hay que estar encima también del origen de esos materiales», sentencia la consultora de Slow Fashion.

Es el caso de Ecoalf, una firma de ropa relativamente reciente que solo emplea componentes reciclados o no impactantes en el medio ambiente (prescinden del algodón orgánico, por ejemplo), pero también participan activamente en la elaboración primigenia de dichos materiales. «Llevamos a cabo alianzas con empresas de otros sectores para adquirir sus materiales sobrantes», afirma Javier Goyeneche, responsable de la firma. Por ejemplo, adquieren botellas de plástico a partir de las que elaboran los cordones de sus zapatos, o se encargan de la recogida de redes de pesca «que suelen tirarse al mar una vez inutilizadas y no son nada biodegradables; se trata de un tejido altamente resistente e impermeable que nosotros usamos, por ejemplo, en nuestros abrigos», afirma.

Ecoalf se diferencia en muchas otras firmas en que participan en la transformación de los materiales reciclados. «Nuestra filosofía no se limita a emplear tejidos ecológicos, sino a elaborarlos para que sean tan atractivos o más que los que se usan habitualmente, y asegurarnos de que su producción es respetuosa con el medio ambiente». Por ejemplo, Ecoalf  gestiona acuerdos con barcos de pesca adscritos a una iniciativa del Consejo Europeo, por la que adquieren bonificaciones a cambio de llevar a tierra las masas de residuos de plástico que flotan en el mar a la deriva. «Una vez llegan a puerto, nosotros nos encargaríamos de retirarlos para usarlos en nuestras prendas, y de paso asegurarnos que no acaban en un vertedero», afirma Goyeneche.

Toma de conciencia

«Lo normal es volcar toda la responsabilidad en las empresas, que desde luego la tienen, pero muchas veces nos olvidamos de la responsabilidad del consumidor». Así de tajante se muestra Silvia Ayuso, responsable de la Cátedra Mango de Responsabilidad Social Corporativa en la Escuela de Negocios Internacionales (ESCI). «Cuando alguien va a comprar una prenda, sus prioridades son que le siente bien y el precio, pero rara vez tiene en cuenta su procedencia», advierte.

Esta circunstancia se ha agravado aún más con la crisis. Según un estudio de la Generalitat Valenciana, en 2008 un 47% de los consumidores europeos se declaraban dispuestos a pagar hasta un 10% más por productos sostenibles, un porcentaje que se ha reducido a un 29% en los últimos años y a un 20% en el caso español.

«El problema es que las empresas no comunican bien, y ese es un aspecto en el que deben invertir para influir en la conciencia del comprador», opina Ayuso. «Vivimos en la cultura del ‘fast fashion’, y no basta con donar a una ONG la ropa que enseguida dejamos de ponernos; hay que ser responsables también en la compra, y fijarse tanto en que los componentes de la prenda son fácilmente biodegradables o reciclables, como en que su elaboración se ha llevado a cabo en la misma factoría. La producción muy deslocalizada aumenta la huella de carbono, porque requiere mucho transporte de materiales».

De nuevo en la tienda de moda de Gran Vía. El periodista le pregunta a J.M. si tiene en cuenta estas cosas a la hora de decidirse por una prenda. «Pues la verdad es que no, nunca lo había pensado», responde el comprador, justo antes de pagar por su camisa azul oxford y salir por la puerta.

Luis Meyer

ethic.es