En la actualidad se extiende desde el extremo sur de Estados Unidos continuando por gran parte de América Central y Sudamérica hasta el norte y noreste de Argentina. Exceptuando algunas poblaciones en Arizona (suroeste de Tucson), esta especie ya ha sido prácticamente extinta en los Estados Unidos desde principios del siglo XX. Su hábitat está constituido por una gran variedad de ecosistemas: selvas tropicales, bosques de hoja caducifolia, zonas de matorral, llanuras herbáceas y zonas ribereñas. Es más abundante en los bosques húmedos tropicales de Centroamérica y Brasil, y su presencia disminuye en las montañas, donde es sustituido por el puma. Es decir, el jaguar habita desde lugares casi desérticos, como el Desierto de Arizona o el altiplano mexicano, hasta selvas tropicales como el Amazonas.

Su aspecto general es proporcionado y macizo; un jaguar adulto puede medir entre 1,70 a 2,30 m. de largo, desde la cabeza a la cola (que oscila entre 45 y 75 cm. de longitud), y alcanza 60 cm. a la altura de la cruz. La cabeza y el cuerpo son robustos, tiene la mandíbula prominente, el hocico corto, las orejas pequeñas y redondeadas y su cuerpo es musculoso y ligeramente aplastado en los costados; las extremidades son sólidas y más bien cortas. El peso de un jaguar macho adulto oscila entre los 60 a 100 kg. y la hembra adulta entre los 45 a 80 kg. Tiene una longevidad de 20 años.

En la base, el pelaje del jaguar es de color rojizo, amarillento o canela, siendo más claro en el vientre. Además, todo su cuerpo está lleno de manchas oscuras, lo que hace que sea confundido con otros félidos. Sin embargo, si uno se fija bien puede llegar a ser fácil identificarlos, ya que en el centro de sus grandes manchas, tiene unas manchitas más oscuras que no poseen otros animales parecidos a él. Las hembras del jaguar tienen un pelaje más claro y con menos manchas.

El  hábitat del jaguar está constituido por una gran variedad de ecosistemas: selvas tropicales, bosques de hoja caducifolia, zonas de matorral, llanuras herbáceas y zonas ribereñas. Es un trepador y nadador excelente; también realiza desplazamientos con cierta frecuencia, sobre todo en la época de las inundaciones que provocan a su vez el movimiento de sus presas, con lo que el jaguar marcha detrás de ellas. Rápido, macizo y muy territorial, el jaguar es un excelente cazador, pero no sólo en tierra firme. Su gran habilidad para nadar lo hace un animal muy temido incluso en el agua.

El jaguar es casi exclusivamente nocturno y tiene gran habilidad para ver en la oscuridad; durante el día descansa en algún lugar oculto entre las rocas o entre la maleza espesa. El jaguar caza con la técnica del acecho, ocultándose cerca de su vereda o donde bebe agua la víctima, saltando inesperadamente sobre la presa dándole un mordisco en el cuello, para romper sus vértebras cervicales. Los jaguares son solitarios y, en general, se encuentran en las selvas que bordean los grandes ríos o manglares.

Su alimentación es variada, pero sus presas preferidas son las capibaras, los pecaríes, las pacas, los tapires, monos, venados, mapaches, tejones, armadillos, conejos y otros pequeños mamíferos. También puede comer roedores, lagartos, lagartijas, aves, perros, víboras, tortugas y sus huevos e, incluso, frutos y  carroña. Donde encuentra comida abundante, es frecuente que regrese a comer varias noches consecutivas. También gusta de cazar animales domésticos, como: cerdos, caballos burros, chivos o borregos; de forma eventual, se han registrado ataques sobre algunas personas. Otra característica de este animal es su gran capacidad para nadar, la que le permite cazar animales acuáticos, como peces, cocodrilos o caimanes.

Parece ser un animal territorial, sobre todo en la época de celo y suele rugir como señal delimitadora del territorio. En un terreno donde es abundante la caza, el jaguar puede extender sus dominios entre los 5 y 25 kilómetros a la redonda; y donde el alimento es escaso, el número es bastante superior. Las hembras adultas tienen hábitos hogareños; en cambio, los machos son más vagabundos y se alejan de su residencia cuando tienen disputas territoriales. A pesar de las evidencias de largos viajes que hacen algunos jaguares, estos animales son sedentarios cuando se encuentran en su hábitat preferido.

El periodo de gestación es de 100 días, por lo general tienen dos crías, aunque pueden llegar a tener hasta cuatro. Poco antes del nacimiento, el macho abandona a la hembra y ella cuida sola a los cachorros: los guarda en cuevas u otros refugios, los lleva consigo y les enseña a cazar durante su primer año de vida, quedándose al lado de la madre hasta que cumplen dos años y sean capaces de cazar por sí mismos. Esta característica hace que la hipótesis de que los jaguares se reproducen cada dos años, sea bastante válida. Después, tendrán que abandonar el territorio de sus padres.

El jaguar era adorado y considerado como un dios por las civilizaciones pre colombinas de México, América Central y Perú. Los antiguos mexicanos le tenían gran respeto. Lo conocían como un animal listo y muy fuerte. Por eso, el jaguar era un dios para muchos pueblos indígenas. Entre los aztecas sólo los más valientes podían vestir su piel, y eran conocidos como guerreros tigre. El pueblo guaraní también incluye al jaguar como un animal de leyenda como la que reproduzco por gentileza de www.bibmundo.

La leyenda de La luna y el jaguar.

En una arete fiesta muy grande, el pueblo se encontraba gozando de la abundancia del maíz danzando y bebiendo el sagrado kägui (bebida especial de las fiestas) en agradecimiento a las bondades de ñande Ru Tumpa, nuestro Padre Dios. Una pareja tenía por hija a Inomu, una joven muy hermosa, la misma que acompañaba a sus padres rodeada de otras muchachas de la aldea. Sin embargo, nadie se había percatado de que la doncella enamoraba a escondidas con el apuesto Tatu tumpa, dios Armadillo. Cierta mañana, una Ärakua (pava silvestre) entonó una melodía, diciendo: “ärakua pichuikua, ärakua pichuikua… Inomu ipurua vìari, Inomu ipurúa vìari… ärakua pichuikua,ärakua pichuikua…(Inomu está embarazada,Inomu está embarazada…)”.

Pasmados por semejante noticia, los danzarines dejaron de entonar sus canciones y los presentes, interrumpiendo la fiesta, comenzaron murmurar en contra de la bella Inomu, que había deshonrado a la familia y violado las buenas costumbres de la aldea. Los padres de la joven, muy avergonzados por la actitud de su única hija, abandonaron la fiesta y se apresuraron a despedirla de la aldea. De nada sirvieron las desesperadas súplicas de la muchacha por tratar de convencer a sus padres…

Inomu, expulsada y martirizada por semejante humillación, lloraba desconsoladamente por la selva esperando que alguien se apiadese de ella. Fue entonces cuando uno de sus hijos, desde sus entrañas, le pregunta: “¿por qué lloras querida madrecita?” Inomu les explica lo sucedido a sus hijos, y ellos la consolaron y se comprometieron a indicarle el camino que conduce a la casa de su padre, el Tatú tüpa dios Tatú, con la condición de que ella recogiera todas las flores que encontrara a su paso. Así, cargada de flores, Inomu caminaba por la selva, hasta que se cansó y se quejó diciéndoles: “¿no les da pena sacrificar ustedes más a su madre, cargándola de tantas flores?”. Los niños, entonces, se enojaron con su madre y no le volvieron a hablar más.

Inomu se equivocó de camino y llegó a la casa de los jaguares, quienes no tardaron en devorarla, pero los gemelos fueron salvados por la madre (una anciana) de estos jaguares. Cuando los niños crecieron, vengaron la muerte de su madre matando a todos los jaguares, menos a uno de ellos que tenía dos cabezas, quien herido de una de las cabezas corrió a ocultarse debajo del tìru manto de una anciana que se encontraba sentada en una colina (era Yasì, la Luna). Cuando los jóvenes llegaron ahí, Yasì Luna les mintió diciendo que no ocultaba a nadie. Pero cuando ellos se alejaron, Yasì gritaba: ¡Peyuuuuu, ko Yagua che reutamaaaa…! (¡Auxilio, que el jaguar me está devorando!).

Mas cuando los gemelos regresaron, Yasì se revolcaba riendo a carcajadas. La misma broma repitió por segunda y tercera vez. Entonces, los gemelos le dijeron: “Arakae yave ndekueraií kuri esapukaitei eiko, yaecha kia tou tande repì kuri yagua iyurugui”. (“En vano pedirás auxilio cuando algún día el Jaguar te devore de verdad, porque nadie vendrá a tu rescate”).

Los guaraníes creen que cuando la luna se oscurece (eclipse) es que el Jaguar la está devorando. Para ahuyentarlo, los hijos primogénitos deberán gritar a todo pulmón y la población entera provocará estremecedores ruídos a fin de que el Jaguar se asuste y no acabe con la luna. La mancha que se observa en la luna, es la figura de un jaguar acostado dentro del manto de Yasi, según ellos.

Situación actual del Jaguar

En un extenso artículo de Mariana Norandi, publicado por el periódico La Jornada, en noviembre de 2009, da una explicación, clara y precisa, sobre cuáles son los motivos de por qué se caza a este felino americano, cuántos quedan en estado salvaje y cuál será su futuro en los próximos años.

“Hace apenas 50 años, se estimaba que existían en todo el continente americano (desde el sur de Estados Unidos al centro de Argentina) unos 300.000 jaguares, hoy en día hay entre 15.000 y 30.000 ejemplares. En el caso de México hay unos 4.000, concentrados en su mayoría en la selva maya; desde el sur de la península de Yucatán hasta el sur de la Selva Lacandona, hay entre 1.000 y 500 jaguares”.

 

DISTRIBUCIÓN DEL JAGUAR  AMERICANO.

Mapa elaborado por Óscar García Torga.

Además, Mariana añade que: “La causa crónica más importante del descenso de este felino americano, es la deforestación, y la causa aguda, la cacería directa e impune. A veces el jaguar puede causar problemas a los ganaderos, pero hay que tener en cuenta que se han destruido su hábitat, se cazan sus presas (jabalí y venado) y, si luego se le ponen delante unos animales que no se defienden, no podemos esperar que no los toque. Se caza al jaguar por varios motivos entre los que destacarían: el que matan ganado, por los colmillos, por la piel (en el mercado negro puede superar los 5.000 dólares la pieza), por trofeo o por la adrenalina que representa matar al máximo depredador de Latinoamérica”.

Por otro lado, según comenta Zimmermann, especialista en conflictos entre el jaguar y el hombre: “Cuando se producen conflictos por el ganado hay que trabajar con los ganaderos para evitar estas situaciones. En algunos países, como Brasil, se ha invertido en ranchos ganaderos para que durante nueve meses al año éstos se dediquen a su actividad y los tres meses restantes al ecoturismo. Son muchos los turistas que quieren ver fauna silvestre.

Si investigadores, gobierno y sociedad civil no actuamos rápidamente en modificar nuestros hábitos de actuación contra el jaguar, en 10 años ya no existirán poblaciones de jaguares y en 25 años extinguiremos la especie en todo el continente”.

Lamentablemente este animal mitológico se encuentra en peligro de extinción, es decir, el número de ejemplares ha disminuido de manera drástica con el riesgo de que desaparezca por completo de la Tierra, por ello está prohibida la caza (excepto en Surinam y Guayana), captura, transporte, posesión y comercio del jaguar, o de productos y subproductos de esta especie, practicamente en toda América. Sin embargo, en la actualidad sigue siendo objeto de persecución por parte de algunos rancheros, que mantienen la idea de que este félido ataca su ganado. Estudios realizados indican que dichos ataques son muy infrecuentes.

La matanza descontrolada de jaguares debido a su piel trajo como consecuencia que, de un solo país, Argentina, salieran entre 1946 y 1966, unas 12.700 pieles de jaguar, es decir una cantidad de 650 jaguares por año. Este ritmo de exterminio se ha venido incrementando a través de los últimos decenios debido principalmente a la mejora en las tecnologías de caza. También por el acelerado nivel de deforestación que sufre la amazonía, depredando anualmente un área de unos 2.700 kilómetros cuadrados.

Patricia de la Peña señala, en un artículo sobre la situación del jaguar en México, que: “En la década de 1930 había en México alrededor de 22 millones de hectáreas de selvas altas, donde habitaba el jaguar, pero actualmente queda menos de un millón. No solo hemos destruido las selvas, sino que también las hemos fragmentado, lo que representa un serio problema para la preservación de esta especie en México y en toda Sudamérica”.

Además, existen cazadores de jaguares que venden estos animales, a compradores anónimos sin escrúpulos y con gran poder económico, para tenerlos en mini-zoológicos ilegales en sus propiedades para su disfrute personal.