Lo que sigue de la historia es muy conocido: el héroe, ayudado por Ariadna y por su famoso ovillo, mató al Minotauro, liberó a todos los jóvenes atenienses que habían perecido y salió del laberinto cretense siguiendo el hilo que sujetaba la joven.

Lo que tal vez sea menos conocido – por ser la parte negra de la leyenda – es la vuelta del héroe y el triste desenlace. Al divisarse la galera desde el puerto del Pireo el rey Egeo fue avisado. Inquieto, fue corriendo hasta los muelles preguntando al vigía sobre el color de las velas. Al responderle que eran negras, el anciano rey no quiso saber más y pleno de dolor se tiró al agua y se ahogó. Al desembarcar, Teseo se maldijo por su descuido y se sumió en el dolor. El héroe decretó que desde ese día ese mar llevaría el nombre de su padre. Y por eso, el mar griego se llama Egeo.

La época actual, tan informatizada y tan informada por los medios, no está exenta de héroes, de mitologías y de terribles calamidades urdidas por hombres y por dioses.

Como en todas las sociedades del pretérito y del futuro, también nosotros tenemos Minotauro a quien sacrificar mujeres y hombres. Es una inmolación no voluntaria que puede llegar a los 18 años, a los 20 o a los 60 y, como todas, inútil. El Minotauro no se saciará nunca porque su hambre no es humana; sin embargo él sí lo es, tiene hermanas, Ariadna es una de ellas; tiene padre, madre y hay gente que le quiere. Mas él nunca saldrá del laberinto donde lo han encerrado, una maraña vegetal le mantiene preso. Tal vez el monstruo querría ser más humano y pasear por las costas cretenses libre y en paz. Sin embargo siempre hay quien mueve su odio, siempre hay quien le recuerda cual es su génesis y él sólo encuentra placer matando y devorando.

Si a la bella Creta, le cambiamos el nombre por el de otro lugar igualmente hermoso y le llamamos Euskadi, al laberinto le llamamos autodeterminación y al Minotauro, ETA, tendremos las incógnitas de la ecuación a la que voy a referirme.

Manifiesto que estoy dispuesto a escuchar cualquier propuesta política y a debatir sobre cualquier filosofía, interesado en los pensamientos de otros y sensible a cualquier reivindicación, siempre y cuando no estén respaldadas por el asesinato o por la imposición.

Es mentira que las libertades de los individuos o de los pueblos se deben conseguir por los medios que sean. Y es mentira porque si para ello hemos de oprimir, asesinar o forzar las voluntades de otros, entonces, el propio concepto de libertad pierde todo su sentido. Recelo de cualquier peregrino argumento que anteponga los derechos de cualquier individuo si para ello hay que pisotear los de otros.

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También me da miedo la palabra, patria. No por su significado que pretende ser noble y hermoso. Me da temor su utilización y su manipulación; me horroriza oírla en boca de iluminados y salvadores.

No sé cuanto tiempo ha de transcurrir todavía, pero llegará un día en que Euskadi sea feliz con una solución que satisfaga al pueblo vasco y nos permita salir a todos del laberinto

Las manifestaciones ciudadanas realizadas durante los días 13 y 14 del pasado enero han llevado a la calle nuevamente el grito de deseo de paz de todos los ciudadanos, incluidos y preferencialmente, los vascos. No vale la pena entrar en detalles de eslóganes y lucha de cifras, tampoco es sensato presumir de que, unas víctimas, lo son más que otras; lo importante era demostrar que el pueblo quiere terminar con las muertes y los argumentos inútiles. Estamos hartos de repetir que todo es discutible, excepto cuando debajo de la mesa de negociación hay una bomba.

El actual gobierno del Estado inició un proceso de diálogo y al margen de los resentidos y los políticamente interesados, la sociedad les dio un voto de confianza. Diálogo, diálogo, era la oración repetida frente a los dioses de la violencia y partieron en busca del Minotauro para reconciliarle con su condición humana. Pero el señor del laberinto, harto de devorar víctimas inocentes ha perdido el sentido de la orientación y aunque tuviese la salida frente a su testuz no la vería.

Pero, es tan bonita la esperanza, el último viento que quedó en la caja de Pandora, que exige una demostración de fuerza y entereza por parte de todos.

No, no voy a dar consejos; no tengo todos los datos en la mano y presumo que todos, absolutamente todos los gobiernos del Estado, han cometido errores por activa o por pasiva. Tampoco puedo dar soluciones ¡ojalá! Sólo puedo aplaudir a los que lo intentan. No me importa que regresen con las velas negras del fracaso, navegaron, remaron hasta donde les fue posible, no nos tiraremos por ello de cabeza al mar ¡no nos rendiremos!

Las leyendas siempre tienen algo de cierto y el velamen negro lo es para los que ven la nave desde popa o desde proa, todos perdemos.

Estoy convencido de que Euskadi tiene la suficiente fuerza moral para superar a su Minotauro. No se trata de ir a Atenas para buscar gentes y sacrificarlas al monstruo. Si Minos, rey de Creta, y su pueblo no se hubiesen prestado a proporcionarle víctimas – los propios militantes de ETA los son-, ni argumentos, el Minotauro hubiese muerto de inanición. O devora o muere.

En realidad el rey Minos pasó a la historia como padre de la civilización minoica y como hijo de Zeus y de Europa – hijos de Europa, no suena mal -, no pasó a la tradición como padre del Minotauro. El monstruo era hijo de un toro blanco surgido del mar, que Zeus entregó al monarca como regalo para Poseidón. Minos, obnubilado por su aparente belleza, no quiso sacrificarlo. Con el tiempo el cornúpeta le birló a su esposa la reina Pasífae, engendrando al monstruo y al que hubo que construir un laberinto para que campara a sus anchas.

No sé cuanto tiempo ha de transcurrir todavía, pero llegará un día en que Euskadi sea feliz con una solución que satisfaga al pueblo vasco y nos permita salir a todos del laberinto. De lo que sí estoy seguro es que para cuando llegue este momento habrá que enarbolar las velas blancas de la paz, el Minotauro habrá dejado de existir.