Sabias palabras las del maestro clásico de nuestro segundo siglo de oro. En lenguaje actual, podríamos decir que es casi imposible buscar la ética en el mundo financiero, que encontrar un banquero honrado, es como hallar una prostituta virgen. Y esto, y muchísima indignación, es lo que siento al conocer la tragedia de El Vendrell. Nada menos que cuatro niños abrasados por las llamas mientras dormían inocentemente. Se podrán buscar las causas, y se insistirá que se debía a una fuga de gas o a la mala combustión de calefactores en mal estado.

Pero todos sabemos que la pobreza es la maldita culpable: culpable de que esta familia no pudiera pagar sus facturas, ni su hipoteca, y fuera desahuciada. La pobreza es la culpable de que no soportasen dormir en la calle, y volvieran de nuevo  a la que fuera su hogar, una diminuta vivienda de escasos cincuenta metros para una familia numerosa. Nuevamente, la pobreza es la culpable de que el banco les exigiese abandonar esa vivienda, ahora propiedad del sacrosanto mundo financiero. Y al final, un nuevo desahucio que acaba en realojo ilegal en condiciones infrahumanas, y de esas lamentables condiciones, la muerte, que emerge como inapelable sentencia del más abyecto dolor.

Por cierto, el banco tampoco pagaba facturas, es decir, no pagaban nada. Desahucian viviendas, se quedan con miles de hogares, y luego no se responsabilizan ni tan siquiera de pagar la comunidad de vecinos.

Esta familia, cansada de esperar, y después de comprobar que su vivienda seguía vacía un año después del desahucio, decidieron regresar a ella para dignificar su vida. Porque de eso se trata, de dar dignidad a los seres humanos. No se trata ni de ser de izquierdas, ni de derechas, se trata de dignidad, de sentido común.

España lidera junto a Rumanía, los dos primeros puestos en pobreza infantil, un triste honor. Rumanía no ha mejorado su situación en los últimos diez años, pero nuestro país, ha visto desmoronarse su Estado del bienestar, y con él, millones de personas se han visto condenadas al hambre, y la pobreza infantil, es el rostro más vergonzante y a veces invisible porque lo ocultamos. Y me causa estupor que los bancos no reflexionen sobre las muertes que causan sus salvajes desahucios. A veces son suicidios, otras, muertes horribles como las de los cuatro niños de El Vendrell a manos del abrasador fuego. ¿Y el papel de las todopoderosas instituciones de nuestro país? ¿Por qué no condenan de una vez por todas estos desahucios que están matando a personas? ¿Por qué no toman medidas que les exige la ciudadanía? ¿Dónde está la omnipotente iglesia católica para exigir un mínimo de moral a los bancos? Su silencio es cómplice, sobre todo cuando casi todas las semanas, muere alguien. La renuencia de la iglesia en condenar los desahucios, contrasta con la frivolidad con que critican la homosexualidad, el divorcio o el aborto. Es un silencio que trata de ocultar sus propias miserias, las miserias de una sociedad que está perdiendo el humanismo.

Estoy indignado y dolido, por ello, mi reivindicación es que cesen definitivamente los desahucios. La vida humana está por encima de las exigencias de los bancos, de la brutalidad de sus formas, de la ambición y codicia de sus abultados dividendos.

Y para que no lo olvidemos nunca, estos niños nacidos en nuestro país se llamaban: Osama, de tres años. Mohammed, de cinco. Thami, de ocho, y Ayoub, de 12. Que descansen en paz.