Un engaño masivo.

VolkswagenAsí podemos calificar lo descubierto en Estados Unidos en relación al trucaje de Volkswagen para sortear la normativa medioambiental. No es que la multinacional haya engañado a las autoridades, es que ha engañado a todos los grupos de interés, empezando por sus clientes y empleados, quienes confiaban en ella y compraban su principal mercancía en cualquier mercado: la confianza.

Tampoco es la primera vez que le ocurre a una compañía alemana: Siemens vivió hace casi una década un escándalo mundial por la compra de voluntades de funcionarios públicos en países en desarrollo. Y los casos en el propio sector automovilístico, alemanes y japoneses, se han multiplicado en los últimos años, siempre, por cierto, con Estados Unidos como telón de fondo.

Una verdad incómoda.

Así podemos calificar la principal conclusión al analizar buena parte de las crisis: decir una cosa y hacer otra, querer lo mejor para nosotros (interés particular) y lo peor para los demás (bien común), actuar en privado de manera diferente a como lo haríamos en público, recortar en lo ajeno pero no en lo propio; en definitiva, egoísmo y no altruismo.

Kant lo definió bien en su imperativo categórico: obra de tal forma que la máxima de tu acción se convierta en ley universal. Añadía que los hombres tenemos dos caminos a seguir: uno heterónomo (haciendo las cosas porque nos son impuestas por una autoridad exterior, en este caso el gobierno estadounidense) y otro autónomo (haciéndolas nosotros mismos porque nos guía nuestra conciencia interior y utilizamos la razón).

Y acababa diciendo: obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca solo como un medio. En eso se resume, a mi juicio, la buena gestión de la reputación: en lograr que una sola moral cree valor reputacional y en evitar que una doble moral cause daño reputacional.

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