En un mundo de hombres rendidos al poder del mercado, los capitales humanos y ambientales están siendo esquilmados. La Economía, secuestrada y custodiada por monarcas anónimos, muestra los más modernos síntomas de estrés, anorexia y bulimia, depresión y esquizofrenia.

Los precios, cada vez más altos, son pagados por los más pobres y débiles para quienes la vida se transforma en una permanente expiación de pecados que no han cometido jamás. Nuestro planeta intenta sobreponerse a la insoportable carga de esta depredación, y padece, como una madre sacrificada, los excesos y maltratos de aquellos a los que ha dado la vida. Nos han secuestrado la Economía.

Confiar al mercado la organización de la sociedad es dejarle también que fije los objetivos. Estamos asistiendo a una privatización global que no es capaz de fijar los fines sociales y decidir los bienes colectivos. En este contexto no resulta sorprendente que la naturaleza también se vea excluida del sistema y que nadie ponga en su justo precio al aire, el agua o la tierra. La Economía, por sí sola, tampoco es capaz de identificar el umbral que no se puede cruzar sin riesgos de provocar daños irreparables.

La marginación de la naturaleza corre pareja a la marginación de los pobres. Hoy la configuración del mundo se asemeja más a una pirámide que a dos mitades de una naranja (ricos del Brasil, Francia o Zimbabwe comparten más cosas entre ellos que con las clases medias o pobres de sus respectivos países). Los pobres, esa gran base de la pirámide, representan el 80% de la población del mundo. Durante tantos años ausentes, olvidados, ninguneados, los pobres han pasado a ser la esperanza de sociedades que no quieren renunciar a confortables formas de vivir. Por eso, prestigiosas escuelas de negocio recuerdan que los mercados occidentales están saturados y que nuestros productos y servicios deben orientarse a desarrollar ese vasto mercado que se encuentra en la base de la pirámide.

Las visiones más esperanzadoras otorgan un papel protagonista a los países en desarrollo. El sólo ejemplo de China prueba que el abastecimiento de la demanda de los 1300 millones de su población no es posible según el modelo de desarrollo industrial occidental. No hay suficientes recursos naturales para ello.

China es, desde 1980, la economía que ha crecido más rápido. A medida que los ingresos han aumentado, lo ha hecho el consumo. Los chinos han igualado ya el consumo de cerdo estadounidense por persona y ahora concentran sus energías en aumentar la producción de carne de vaca. Llegar al nivel norteamericano supondría aumentar el consumo en 49 millones de toneladas de carne de vaca, para lo que se necesitarían 343 millones de toneladas de grano, cantidad equivalente al total de la cosecha norteamericana. Nos encontramos ante un ejemplo contemporáneo de qué sucede cuando semejante número de pobres acelera su paso hacia la opulencia.

En 1994, el gobierno chino decidió que la industria del automóvil debía ser uno de los motores de la economía nacional e invitó a las grandes industrias automovilísticas a invertir en el país. Pero para alcanzar este objetivo, y para que cada chino pueda disponer de uno o dos coches por familia, China necesitaría 80 millones de barriles de petróleo al día; esta cantidad supera los 74 millones que hoy se producen en todo el mundo, provenientes de un recurso cada vez más limitado y no renovable. Aparte de la disponibilidad de petróleo, los niveles de emisiones de CO2 a la atmósfera se duplicarían, acelerando de forma incontrolada el
cambio climatico.

La demanda económica sobre los bosques es también excesiva. La cantidad de papel que requerirá la modernización de China – para llegar al nivel norteamericano de 342 kilogramos por persona añosupondría más consumo de papel del que los bosques de todo el mundo pueden producir. Estos y otros ejemplos nos ayudan a vislumbrar el desafío al que países en vías de desarrollo deberán enfrentarse de forma inminente. Una economía basada en combustibles fósiles no renovables tampoco funcionará para India con sus mil millones de habitantes o para los otros dos billones de los países en desarrollo.

El crecimiento de la población mundial no se ha visto acompañado de un crecimiento similar en la producción y en el manejo eficiente de los recursos. Según datos del Instituto Civil de Ingeniería de Estados Unidos, sólo el 7% de las materias primas que extraemos de la tierra llegan a convertirse en productos comerciales. Además, la mayoría de las veces adquirimos productos cuando lo que necesitamos es el servicio (en la ciudad, ¿queremos un coche o queremos desplazarnos?). Perdemos mucho tiempo preocupándonos por los déficit de nuestra economía, pero son los déficit ambientales los que amenazan la sostenibilidad de nuestros sistemas económicos. Tenemos dos opciones, que todos trabajemos a favor del mercado o poner el mercado a funcionar a favor de todos.