Lo que ocurrió en Budapest en 1956 no se puede resumir como un levantamiento anticomunista, ya que muchos de los alzados eran comunistas. Sin embargo, el descontento por la ingerencia de la Unión Soviética en Hungría llevó a un intento de derribar un régimen de cuasi protectorado e instaurar un nuevo sistema a la húngara liderado por Imre Nagy, cuya heterodoxia comunista le había costado anteriormente su puesto de primer ministro. Cuando regresó, lo hizo como un héroe para el pueblo, y occidente aplaudió su nombramiento, pero Moscú tenía otra opinión, una divergencia que le acabaría costando la vida.

Con el respaldo de los sectores más prosoviéticos de Hungría, el ejército rojo tomó Budapest por la fuerza, y todo el país, y acabó con cualquier aire de cambio. Para ello, hubo de enfrentarse a la resistencia armada (aunque muy inferior) del pueblo. En esos días de caos e incertidumbre, cantidad de medios de comunicación occidentales, principalmente radios que desde Viena y otras capitales emitían para la resistencia húngara, animaron a los reformistas a resistir y plantar cara, prometiéndoles una ayuda que nunca llegó. En el contexto de la Guerra Fría, con zonas de influencia diferenciadas y respetadas por las dos superpotencias, Estados Unidos y sus aliados no se atrevieron a meterse en el jardín de la URSS. Años después volvería a ocurrir en Checoslovaquia y Polonia.

¿Pasará lo mismo en Ucrania? El comunismo ha caído, pero la Federación Rusa nacida de las cenizas de la Unión Soviética está decidida a restaurar su poder sobre lo que desde los tiempos de los zares formó parte de sus fronteras. Esta vez Moscú no ha tenido que mandar sus huestes, sino encargárselo a su lacayo Yanukóvich. Como en 1956, occidente apoya la revuelta, pero parece difícil que se atreva a intervenir sobre un área tan próxima al Kremlin.

Las consecuencias de la Batalla de Budapest de 1956 fueron, por un lado, el descrédito del comunismo y la caída electoral de muchos partidos comunistas en las democracias occidentales, y por otro, las numerosas críticas contra la actitud de las emisoras y líderes que animaron a una insurrección armada que ya sabían fracasada, pues no pensaban intervenir, lo que pudo contribuir irresponsablemente a elevar el número de víctimas mortales de la insurrección.

¿Ocurrirá lo mismo ahora? No se trata, ni mucho menos, de promover una intervención armada, sino de presionar al Gobierno de Kiev a través de medidas económicas y diplomáticas. O al menos, no dar falsas esperanzas a los manifestantes si la dependencia energética y financiera de Rusia hace imposible el apoyo.

Los ucranianos parecen decididos a luchar hasta el final por librarse del yugo ruso. ¿Estarán contando en sus cálculos con una ayuda exterior que quizá no tengan? ¿Volverá occidente a traicionar a la Europa del Este democrática que anhela huir de su pasado y lograr un futuro de democracia y bienestar?

Quizá debamos ir preparando ya nuestras disculpas.