Las metas prefijadas aquel lejano septiembre del 2002 en la Cumbre del Milenio, estaban dirigidas, primordialmente, a la búsqueda de un sistema comercial y financiero abierto, basado en una normativa justa y eficaz, pero sobre todo humana, al objeto de reducir la pobreza, sus causas y sus manifestaciones. Las bases de tan deseable fin se concretarían más efectivas si las normas establecidas fuesen previsibles y no discriminatorias. Hoy, ocho años después, el sistema es un caos de imprevistos y bruscos cambios y la discriminación hacia los pueblos, las sociedades y los sectores menos favorecidos es, cada vez, más evidente.

No podemos hablar ni escribir de avances es este punto tan comprometido, porque en realidad ha habido retrocesos. Tal vez no comparables a la situación de principios de siglo, pero sí a lo que presumíamos iba a ser una década después. Vayamos por puntos.

Uno de los primeros compromisos era el de lograr  una buena gestión de los asuntos públicos y por ende un mejor y mayor rendimiento de los recursos estatales en beneficio de los administrados. Pues bien, la crisis económica ha traído como consecuencia un debilitamiento de las reservas nacionales, en un intento de salvar al sistema financiero responsable en gran medida de la paralización de los objetivos que apuntábamos. Pero además, la insana voracidad de algunos gestores  públicos, se ha visto acelerada por su propia incredulidad en el sistema. 

Cada día nos despertamos con escándalos en Francia, Italia, España, Estados Unidos y todo el resto de países de economías fuertes y desarrolladas y por descontado, prosiguen sin descanso en el resto de naciones en vías de desarrollo; caso aparte merecen las economías de los mercados emergentes o los fulgurantes millonarios aparecidos hace una o dos décadas. Tal vez me digan que son casos aislados, pero ante una sociedad que sufre y ante los continuos incumplimientos de las metas para éste nuevo milenio, cada golpe de prevaricación, cada asunto turbio, cada enriquecimiento indebido, cada “arreglo” financiero para mantener esta situación, duelen. 

La prevista atención a las necesidades especiales de los países menos adelantados, que preveía el libre acceso a los aranceles y a los cupos para las exportaciones y el alivio de su deuda, no ha traído la esperada cancelación de las deudas bilaterales. La teoría de encarar de manera general los problemas de esas deudas, haciéndolas sostenibles a largo plazo mediante medidas internacionales, no es viable en el marco de la situación económico financiera actual.

 La pasada reunión del G20 en Seúl, podía determinar avances al respecto y sin embargo, en las declaraciones finales y tratando de ser optimistas, son sólo eso, una declaración de intenciones. Primero, los líderes de la Cumbre en la capital Coreana, reconocen que en el anterior encuentro de noviembre de 2008, tuvieron que “hacer frente a la recesión mundial más severa a la que se ha enfrentado nuestra generación” y añaden: “Nos comprometimos a apoyar y estabilizar la economía mundial y, al mismo tiempo, a establecer las bases de reforma para asegurar que el mundo no volviese nunca a sufrir otro episodio igual otra vez”. Con  lo que el compromiso es de estabilizar al fracasado sistema, no de buscar otras soluciones más abiertas y participativas como prevé el adeudo de los Objetivos.

Pero no terminan aquí las promesas de Seúl, en el punto 5 de la resolución, mantienen:

Reconocemos la importancia de hacer frente a las preocupaciones de los más vulnerables. Con este fin, estamos comprometidos a poner el empleo en el centro de la recuperación, proveer protección social y un trabajo digno, y asegurar un crecimiento acelerado en los países de baja renta. Sólo que no dicen cómo.

La fórmula es tan compleja que en el punto 6 se autocomplacen con la siguiente afirmación:

Nuestros esfuerzos compartidos y sin descanso realizados en los dos últimos años nos han dado resultados sólidos. Sin embargo, debemos estar vigilantes. Si los resultados de los dos últimos años nos han de servir de referencia, tienen razón: Debemos estar vigilantes…muy vigilantes.

Ya en el punto 7 aseguran:

Sigue habiendo riesgos…  El crecimiento desigual y los amplios desequilibrios están creando tentaciones de abandonar las soluciones globales y adoptar medidas descoordinadas. Con lo que el objetivo de encarar internacionalmente y de una manera general los problemas de la deuda de los países en desarrollo, está en grave peligro.  

Precisamente, el acceso a los mercados de esos países en vías desarrollo, sigue siendo primordial. Los subsidios a la exportación; la eliminación de aranceles en productos agrícolas, textiles y de primera necesidad; la cooperación con las multinacionales farmacéuticas, para el acceso a los medicamentos esenciales; el beneficio a las nuevas tecnologías y la sostenibilidad de la deuda, siguen siendo puntos básicos para el logro que nos preocupa.

Si en algo estamos de acuerdo con la fallida reunión del G20 y en su Plan de Acción es en la necesidad que apuntan de: “nuestra determinación a no caer en el proteccionismo”. Pero que empiecen en no caer en el proteccionismo más caro, el del poder financiero.

En el mencionado documento llegan a una conclusión, que apuntamos: El Consenso de Seúl complementa nuestro compromiso de alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODMs) y se centra en medidas concretas resumidas en nuestro Plan de Acción Plurianual de Desarrollo para hacer una diferencia tangible y significativa en la vida de las personas, incluyendo en particular el desarrollo de infraestructuras en los países en desarrollo. El texto no llenaría de esperanza si no fuese porque como dice el refrán: Hechos son amores y no buenas razones. Sólo un trabajo efectivo dirigido a un cambio global de la política financiera y el establecimiento de una realidad económica basada en la justicia social y en la solidaridad, pueden conducir a la consecución del octavo objetivo que anuncia en sus contenidos: Reducir la pobreza en el mundo, sus causas y sus manifestaciones. Nada más ni nada menos.

En resumen, viendo la situación internacional todo apunta a un descalabro en el desarrollo del punto octavo de los Objetivos del Milenio. Una terrible crisis global  ha paralizado los tímidos avances, pero las medidas “post crisis” tampoco les alcanzan con la intención y efectividad esperadas. No se cambia hacia el objetivo, más bien se mantienen y se protegen los perfiles que contribuyen a consolidar un sistema comercial y económico caduco y de demostrado desacierto. No es cierto que sus errores sean imprevisibles y sorprendentes, la política del avestruz y la de los instrumentos financieros de dudosa transparencia estaba consensuada, pero no ignorada. Lo peor de todo es que nadie, de los verdaderos responsables, pagará por ello.

Estamos sujetos al rendimiento de cuentas. Haremos entrega de lo que prometemos.

Plan de Acción del  G20 (Seul 2010)

Así sea.

Jordi Martínez Brotons